George Sand, la escritora del ayer
El año 1804 fue un periodo en el que confluían y se entrecruzaban diversas problemáticas en la vida de la mujer. Tanto es así que fueron muy pocas o casi ninguna las que se revelaron y lucharon para darle “un sentido a su existencia” a partir de su realización personal. Sin embargo, para ello fue necesario que se enfrenten a una sociedad que imponía a la mujer una vida “sin razón”. Tiempos conservadores en los que la mirada clásica del momento era la gran limitante y fue justamente George Sand, seudónimo literario de Amantine Lucile Aurore Dupin, la mujer francesa que quebró esa tradición y dejó en el pasado su vida tradicional para ir tras sus sueños y recorrer un nuevo camino, el de la escritura.
Admiradora de Rousseau y de Voltaire, comenzó a dar sus primeros pasos en las letras otorgándoles un nuevo significado por demás desafiante. Algo ansiado por ella.
Obviamente, sus primeros escritos tuvieron poco éxito, pero aun así siguió con sus producciones críticas. A pesar de los desencantos, la baronesa Dudevant continuó en la lucha y publicó su primera novela, Indiana, en la que firmó como George Sand y dejó en el olvido a Amantine Dupin.
Indiana fue una obra que logró ser aceptada por los lectores, pero no estuvo libre de una fuerte crítica por ser considerada una especie de proclama incendiaria contra la vida en reposo de la sociedad. Un sentido que si bien tuvo que ver con el inicio de su labor de escritora, no dejó de ser explosivo en su contenido, por lo que la respuesta estuvo teñida de grandes críticas debido a que fue considerada una especie de proclama detractora.
Tampoco dejó de tener impacto porque mostró el Spirit Forte de aquel nuevo escritor poco conocido hasta entonces, George Sand. Pero lo determinante fue el duro cuestionamiento por la falta de presencia de la Filosofía como significado de su obra. Y como era de esperarse, Sand inmediatamente ingresó a la Filosofía, adoptando ideas de Lamendia, de los socialistas, de Pierre Leroux y Étienne Cabet. De ese modo, su pensamiento adquirió una nueva visión más sólida, aunque polémica. Lo importante fue que el sentido que comenzó a adquirir su reflexión la obligó a abandonar el camino de la simple cuentista, para adoptar en sus escritos “un tono filosófico” con gran visibilidad de contenidos y expresiones.
Así, las ambiciones de la escritora crecieron y adquirió su “propio estilo”, libre de influencias. Buscó un nuevo género y fuente de inspiración apoyado por la Filosofía. Y fue por 1847 cuando saltó a la fama con la obra La charca del diablo.
Con ello palpó cómo los nuevos momentos abrían otras sendas apoyadas por la poesía, la cual se convirtió en un ensamble de significados en sus escritos. Gracias a esa acción logró que George Sand encabezara la lista de los novelistas franceses.
Sencilla y atrevida, maravillosamente hábil para crear imágenes expresivas, esa mujer vestida de varón produjo obras singulares y de estilo indefinido, que no dejaron de tener una sobriedad admirable. Esto, comprensiblemente, desde la mirada de la época.
George Sand fue uno de los primeros blancos de la crítica implacable, pero eso no fue impedimento para estar considerada entre los mejores escritores de su tiempo.
Lo notable fue que esa mujer que adoptó el nombre y vestuario de un varón para que la sociedad aceptase sus obras, no dejó que los prejuicios de la época la derrumbasen y prosiguió con escritos que relataban intensas pasiones, odios sin límite y venganza. Urdimbres de sentires que vivió previos a su éxito.
Tampoco faltaron los amores en su vida, uno de ellos con el más sensible de los compositores: Federico Chopin, cuyos bellos Nocturnos siguen extrayendo hasta hoy emociones profundas.
En definitiva, George Sand logró romper los tabús de su época y, lo mejor, convencer de la existencia de talento en la mujer en general, que en ese entonces era considerada una simple decoración del hogar.
Patricia Vargas es arquitecta.