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Reconciliación vs. reencuentro

Cómo estarán de polarizados los relatos sobre la coyuntura crítica del periodo 2019-2020 en Bolivia que la propia expresión de salida, si acaso, es objeto de sospecha, contrariedad y disputa. ¿Reconciliación y/o reencuentro? Y es que, así como existen palabras feas (gobernabilidad, por ejemplo) y también bonitas (inefable, entre otras), hay palabras que tienen buena o mala fama. Depende de quién las diga. Y en qué circunstancias.

La palabra reconciliación, junto con “pacificación” (ambas hijas inseparables del régimen de Áñez), son palabras asociadas, en origen, al uso por decreto de la fuerza pública. Pocos días después de las masacres de Sacaba y de Senkata, la presidenta provisoria celebraba: “estamos en la fase final de pacificar el país, ahora nos tocará trabajar en la reconciliación”. Inaugurada a sangre y fuego, la palabra se volvió divisa. Con Murillo-López al mando. Y agua bendita.

¿Y la palabra reencuentro? Parece la continuación, por otros medios, de la reconciliación. Nace de las urnas con mayoría absoluta de votos. Pero pronto y de mal modo está siendo subordinada a procesos penales. Pocas semanas antes del actual ciclo de detenciones preventivas, el presidente anticipaba: “el reencuentro no pasa por venganza, sino por justicia”. Abrigada por fiscales, la palabra se volvió instrumentalmente justiciable. Con retrovisor. Y sentencia previa. 

Más allá de las palabras-sentido que puedan tejerse para encaminar el necesario horizonte de convivencia pacífica y democrática en el país, es fundamental, además de crítico, establecer sus (no) condiciones de posibilidad. Asumo que la primera es salir de la estéril e inconducente disputa de relatos sobre los hechos de octubre-noviembre de 2019: “no fue fraude/golpe, fue golpe/fraude”. Claro que superar relatos no implica suprimir hechos. Ni responsabilidades.

La siguiente condición es que cualquier ruta de diálogo y construcción de acuerdos pasa por la memoria. En especial cuando hubo violación de derechos humanos, empezando por el derecho a la vida. Hay víctimas, quedan heridas: faltan verdad y reparación. Anclados en contradicciones irresueltas de la historia larga, en la coyuntura crítica de 2019 se rompió algo. Los comicios 2020-2021 devolvieron legitimidad de origen. La negación del otro/enemigo continúa.

Ahora bien, supongamos que, en el mejor escenario, se logran voluntad política, amplia participación y hasta parcelas de confianza para el tendido de puentes. ¿Sobre qué conciliación preexistente nos vamos a reconciliar? ¿Cuál es el encuentro que convoca el reencuentro? ¿Y después? ¿Hay un horizonte común de emancipación? Importa el después.

FadoCracia eclesial

1. Creer o no creer. ¿Crees en la Iglesia Católica? Eso depende. Habrá que ver las remembranzas de los obispos, las decisiones que bendijeron, sus prédicas y silencios. 2. Hubo un tiempo en que la Iglesia Católica, junto con la Defensoría del Pueblo y la Asamblea Permanente de Derechos Humanos, facilitaban diálogo para la solución de conflictos. Hoy esa troika está venida a menos. 3. Votar sí o no votar: el 4 de mayo de 2008, tras oficiar misa, el Cardenal votó en la consulta ilegal cruceña sobre un proyecto de estatuto autonómico anti Constituyente. El 10 de agosto de ese año, de manera conveniente, optó por el retiro espiritual el día del referéndum revocatorio. 4. Ah, “si Dios fuese un activista de los derechos humanos” (Boaventura). 5. En el referéndum constitucional 2009, las Iglesias Unidas dieron a elegir: la Biblia o la CPE. Perdieron. Una década después, la Biblia entró a Palacio. Igual fue más fácil salvar almas que dar salvoconductos. 6. La “verdad” eclesial del recuento genera murallas. 7. Puedes perdonarles, aunque “saben lo que hacen”. Pero no olvides.

José Luis Exeni Rodríguez es politólogo.