La Paz en su mes festivo
En una antigua columna (13/05/16) resumía en clave de cuentacuentos la historia del desarrollo de la minería nacional: “En un remoto lugar de los Andes Centrales y en tiempos donde la memoria se pierde entre la leyenda y la historia, germinó un país rico en oro, plata, estaño, bismuto, wólfram y otros metales. Riqueza de los reinos primigenios, fue saqueada a su turno por conquistadores hispanos que dominaron estas tierras, por una burguesía minero feudal en años republicanos y por transnacionales en el inmediato pretérito. Nunca se pudo implementar una industria minera en estas tierras, que signifique un desarrollo real de sus potencialidades. Siempre hubo un sino diabólico en las luchas intestinas por el control y usufructo de estas riquezas, que postergó las aspiraciones del país en aras de mezquinos intereses”. Hoy, recordando el mes de las gestas julias, cabe meditar sobre una realidad lacerante de intentos que siempre terminan en el área de influencia de intereses políticos de toda laya que postergan indefinidamente esas aspiraciones.
La Paz, tierra de legendarios imperios como el tiwanacota, el inca, el enigmático enclave aimara y de los pueblos originarios de tierras bajas: mosetenes, tacanas, lecos y otros, es tierra de grandes riquezas en oro en lo que hoy se conoce como la cuenca alta de los ríos Beni y Madre de Dios, de plata en la tierra de los Pacajakes en afloramientos con plata córnea o Querargirita de las minas Choquepiña, Jockolluni, Paco Kahua y Berenguela, la primera de ellas explotada desde la Colonia y aun antes del descubrimiento del Cerro Rico. Tierra de minas de cobre en sedimentos rojos como Corocoro, Chacarilla y Cosapa, tiene un gran potencial en estaño, wólfram, zinc, plomo y otros metales en la parte norte del Cinturón Estannífero. En sus tierras bajas hay pisos ecológicos con ganadería y agricultura subexplotadas y un potencial paisajístico y turístico importante. Sus grandes asentamientos urbanos, las ciudades de La Paz y El Alto son producto de los afanes de conquista la primera; fundada a orillas del río Choqueyapu por muchas razones, la principal, porque se encontraron pepas de oro en las gravas de ese río y por el desarrollo contemporáneo de alta migración campo-ciudad la segunda.
Sería muy largo seguir mencionando el potencial de estas tierras que hacen parte de dos cordilleras, del Altiplano y de las tierras bajas del Sub Andino. El departamento fue líder en áreas diversas de economía, política y cultura. Hoy, sin embargo, por su condición de sede de gobierno, se hace muy poco por mantener el liderazgo y desarrollar el potencial someramente descrito líneas arriba, el liderazgo político migra sin prisa pero sin pausa hacia el oriente, también el desarrollo cultural y de las artes. La marcha al norte y noreste del departamento se hace a tropezones, se anuncian proyectos carreteros que se inauguran periódicamente pero avanzan muy poco (v.g. Carretera 16, La Paz-Charazani-Apolo- Puerto Heath); la marcha del oro anunciada con bombos y platillos en los años 70 y 80 cuando Comibol tenía 600.000 hectáreas de concesiones en los ríos Madre de Dios y Beni, terminó con la reversión de las concesiones al Estado (¿?) y con el descontrol que vivimos ahora en el área por la minería informal con componentes de ilegalidad (v.g. Contrabando y blanqueo de activos) cada vez más obvios.
Pareciera que ya nadie recuerda la sentencia “Los discordes en concordia…” del escudo paceño, único camino para retomar la senda de desarrollo y progreso para estas tierras. Hoy domina la división campo-ciudad, originarios-foráneos, izquierda- derecha, ricos-pobres, etc. Sin embargo la esperanza siempre persiste y desde esta columna deseamos a todos los paceños Felices Fiestas Julias.
Dionisio J. Garzón M. es ingeniero geólogo, exministro de Minería y Metalurgia.