Icono del sitio La Razón

La pandemia y los amores no humanos

Los perros nunca dudan del amor que sienten, dice el narrador de Simpatía, la nueva novela de Rodrigo Blanco Calderón. En estos tiempos de reivindicación de la empatía —la capacidad de identificarse con otra persona—, el escritor venezolano opta por el concepto de simpatía, que remite a la inclinación afectiva tanto entre seres humanos como hacia animales o cosas. Tras la descripción de los ojos de Iros, el perro del protagonista, leemos: “Nada de lo que había vivido podía compararse con lo que emanaba de esa mirada. ¿No era amor entonces?”.

En los últimos años ha crecido el enjambre de narrativas y ensayos que hablan sobre relaciones con otros animales o con plantas en clave de amistad o de amor. Durante décadas se han publicado libros sobre nuestros vínculos interespecies, pero hasta ahora no se habían convertido en gran tendencia editorial. La pandemia ha creado el contexto ideal para su recepción. No solo se ha multiplicado nuestra afición por la jardinería o se han disparado los datos globales de venta y adopción de mascotas; también se han llevado a cabo iniciativas inéditas, como la organización de bancos de alimentos para animales de compañía.

La vegetación y los animales domésticos nos han ayudado a compensar durante el último año y medio la ausencia de tacto y el exceso de píxeles. En nuestra nueva condición de confinados o de meros teletrabajadores, convivir con ellos nos ha acabado de revelar los detalles de su relación con el espacio que compartimos y con nosotros mismos: que forman parte no solo del hogar, sino también de la familia.

Aunque los mecanismos de adquisición y del cuidado de plantas y animales del hogar se inscriban en una industria millonaria que ya está en la mira de los fondos de inversión; aunque formen parte del mismo capitalismo que ha provocado el Antropoceno, la presencia de animales en más de la mitad de los núcleos familiares del mundo nos lleva a preguntarnos en qué nos equivocamos los humanos. Por qué identificamos el progreso con la conquista del medioambiente y con la consecuente extinción de seres vivos. Cuánto perdimos a cambio de la supuesta sociedad del bienestar.

La centralidad de los perros, los gatos y las plantas en nuestras vidas pandémicas y en nuestras ficciones más recientes, no obstante, ya no eclipsa al resto de especies que nos acompañan desde hace milenios. Vivimos en la transición entre la expresión “animal de compañía” y la fórmula “especie compañera” que, acuñada por la filósofa Donna Haraway, expande el concepto hacia todos los otros seres que hacen posibles nuestras existencias. Desde los hongos y las hortalizas hasta los animales salvajes o de granja. Todos ellos, en consecuencia, empiezan a ser protagonistas de nuestras narrativas.

Mientras las temperaturas absurdas provocan muerte e incendios en Norteamérica, los polos pierden hielo a un ritmo demencial o los virus se descontrolan por todas partes, algunas de las novelas, ensayos o películas más sensibles de este cambio de siglo, a la vez que normalizan nuestro amor por las mascotas o las plantas, parecen preguntarse en qué momento y por qué optamos por vías de desarrollo del todo insostenibles. Por qué es imposible que vuelva a existir a escala mundial esa presunta armonía que, en cambio, en nuestro hogar somos capaces de reproducir en miniatura.

Jorge Carrión es escritor y columnista de The New York Times.