Icono del sitio La Razón

El MAS y los otros

Desde su llegada al poder en 2006, la relación del MAS con los sectores y actores sociales que supuestamente no le son afines ha sido una de las cuestiones menos analizadas de la política boliviana. Situación extraña considerando que es, desde mi punto de vista, uno de los elementos críticos que definen la gobernabilidad y la (in)estabilidad del masismo en el poder.

La caricatura es persistente: el MAS es frecuentemente descrito y/o entendido como una fuerza atrincherada en rígidas certezas ideológicas y representante de un “núcleo duro” social conformado por campesinos y sectores populares alejados de la modernidad. Esa imagen asume la existencia de una brecha casi irremediable entre ese partido y las denominadas “clases medias” o los empresarios.

Sin embargo, basta ver a la Bolivia del 2021 para percatarse de que después de 14 años en el gobierno, el país no se ha transformado en algún tipo de distopía polpotiana con rasgos aymaras o en un remake de algún estalinismo tropical, pesadillas recurrentes de más de un desubicado escribidor periodístico. Al contrario, la fuerza del MAS se asienta, desde mi perspectiva, en su notable pragmatismo, ubicuidad y adaptabilidad a las mutaciones de la sociedad boliviana contemporánea, con todas sus luces y también sombras.

Alguna vez, le decía a una amiga que Evo había ganado y era el centro de la política porque era el líder que más se parecía al boliviano común. Ese que había experimentado acelerados y desordenados procesos de movilidad social y territorial y que contenía en sí mismo diversos tiempos civilizatorios: con su chamarra, su folklore, sus ritos andinos, su capitalismo primario, su nacionalismo, su entusiasmo consumista y sus deseos redistributivos. En síntesis, los más fuimos o somos, a nuestro modo, algo “interculturales”.

Por esas razones, Evo fue elegido, desde 2005, no solo por campesinos, indígenas, obreros o informales pobres, sino también por grandes contingentes de clases medias tradicionales y de las que surgieron en la bonanza. Por eso, ese partido llegó a ser la fuerza mayoritaria en Santa Cruz y obtuvo el voto de más de un tercio de los ciudadanos con nivel socioeconómico medio alto.

La relación con los empresarios fue otro signo de esa plasticidad, bastante nacionalista revolucionaria, por cierto: sin que exista una alianza ideológica sólida y sin renunciar a su neo-capitalismo de Estado, se facilitaron los negocios de muchos sectores. Además, el país mantuvo una estabilidad macroeconómica, con libertad cambiaria incluida, que permitió que los grandes segmentos de comerciantes e informales de servicios siguieran prosperando.

No es mi objetivo discutir si ese modelo pudo ser más justo, rupturista con el “neoliberalismo” o insuficiente para aumentar la productividad, mi punto es argumentar que en la práctica el masismo logró una combinación bastante heterodoxa de políticas activas y pasivas que se adaptaron al mundo social contradictorio y diverso que caracteriza a nuestro país en este siglo XXI.

En cierta medida, las crisis del oficialismo también tuvieron que ver con su difícil relación con estas transformaciones, particularmente con su incapacidad para responder a las nuevas autonomías, libertades y posibilidades que le reclamaban los hijos de los que participaron en los bloqueos de 2000 y que votaron masivamente por un cocalero. En síntesis, a medida que el régimen azul se afianzaba y se volvía establishment, “el otro”, el clasemediero o el pequeño emprendedor popular, aparecía en su propio seno y le exigía también su atención.

Hoy, en un momento en el que el MAS parece ocupar nuevamente gran parte del espacio de la política por las carencias de la oposición, su relación con todos esos “otros” se está volviendo crucial debido a que, por un cierto tiempo, la dinámica del cambio y el conflicto social tendrán que ver con las respuestas del oficialismo a esos “otros” sin los cuales no es posible ya un nuevo impulso modernizador y de justicia social. Para lo cual se precisará una inteligente dosis de pragmatismo y adaptabilidad, parecida a la que Evo demostró en su gobierno.

Armando Ortuño Yáñez es investigador social.