Icono del sitio La Razón

La soledad quebranta a EEUU

No planeaba leer ninguno de los nuevos libros sobre Donald Trump. Su vampírico dominio de cinco años sobre la atención de la nación fue bastante espantoso; una de las pequeñas alegrías de la era posterior a Trump es que es posible ignorarlo durante días.

Pero después de leer un artículo adaptado de Honestamente, ganamos esta elección: La verdad de cómo Trump perdió, de Michael C. Bender, un reportero de The Wall Street Journal, cambié de opinión y comencé a leer el libro. Lo que me llamó la atención no fueron sus reportajes sobre el desorden de la Casa Blanca y los aterradores impulsos de Trump; algunos detalles son nuevos, pero esa historia es conocida. Más bien, me impresionó el relato de Bender sobre las personas que siguieron a Trump de un mitin a otro como groupies autoritarios.

La descripción de Bender de estos superfanáticos de Trump, que se hacían llamar front-row Joes, es benévola pero no sentimental. Ante todo, Bender captura la soledad de esas personas antes de la llegada de Trump.

“Muchos se acababan de jubilar, tenían tiempo libre y pocas cosas que los mantuvieran en casa”, escribe Bender. “Algunos nunca tuvieron hijos. Otros estaban distanciados de sus familiares”. Al arrojarse al movimiento de Trump, encontraron una comunidad y un sentido de propósito. “La vida de Saundra se volvió más significativa con Trump”, dice sobre una mujer de Míchigan que realizó trabajos ocasionales de todo tipo en el camino para financiar su obsesión.

Existen muchas causas para las disfunciones superpuestas que hacen que la vida estadounidense contemporánea se sienta tan distópica, pero la soledad es una de las mayores. Incluso antes del COVID-19, los estadounidenses se estaban volviendo cada vez más solitarios. Y como Damon Linker señaló recientemente en The Week, citando a Hannah Arendt, las personas solitarias se sienten atraídas por las ideologías totalitarias. “La característica principal del hombre-masa no es la brutalidad ni el atraso, sino su aislamiento y falta de relaciones sociales normales”, concluye Arendt en Los orígenes del totalitarismo al describir a quienes se han entregado a movimientos masivos de gran alcance.

En primer lugar, una sociedad socialmente sana tal vez nunca habría elegido a Trump. Como escribió en FiveThirtyEight Daniel Cox, investigador sénior de encuestas y opinión pública de American Enterprise Institute, una organización conservadora, poco después de las elecciones de 2020, “la proporción de estadounidenses que están más desconectados de la sociedad va en aumento. Y estos electores apoyan desproporcionadamente a Trump”.

No es solo el trumpismo el que se alimenta del aislamiento. Hay que prestar atención a QAnon, que se ha transformado de un engaño en un foro de discusión en internet a una cuasirreligión. También es probable que sea una de las razones por las que QAnon comenzó a expandirse junto con los confinamientos por el COVID-19 y encontró una nueva vida entre los influentes de Instagram, los practicantes de yoga y las mamás de los suburbios. QAnon, que llegó a fusionarse con las teorías de conspiración en torno al coronavirus, les dio una explicación sobre su desgracia y villanos a quienes culpar.

Una cruel paradoja del coronavirus es que el distanciamiento social requerido para controlarlo alimentó patologías que ahora lo están prolongando. Las personas aisladas y divididas se refugiaron en movimientos que han hecho que ahora estén en contra de las vacunas.

Hacia el final del libro de Bender, reaparece Saundra. Ella acababa de participar en la insurrección del 6 de enero en el Capitolio y parecía estar lista para más. “Dígannos dónde tenemos que estar, dejamos todo y nos vamos”, afirma Saundra. “A nadie le importa si tiene que trabajar. A nadie le importa nada”. Si le das sentido a la vida de alguien, te lo dará todo.

Michelle Goldberg es columnista de The New York Times.