Yo grafitié Tarija
Es sábado por la noche. Alistamos los aerosoles, nos ponemos las capuchas y salimos a pintar paredes para desenmascarar el machismo de nuestras ciudades. Como muchas otras, yo también acompañé a las “mochas” copleras para llenar los muros de consignas; por ello, reclamo mi nombre en la denuncia a la Fiscalía de Tarija. Como sostenemos en cada marcha: mientras nos sigan matando, seguiremos pintando.
“#Yo grafitié Tarija” fue la frase de apoyo compartido con las colectivas feministas que la semana pasada expresaron su lucha contra una sociedad machista, racista y patriarcal pintando paredes de iglesias y universidades. Y por supuesto, la “capital de la sonrisa” estalló en insultos, amenazas de procesos jurídicos y hostigamiento a esas “mochas” que se atreven a desatar su potencia política en los muros.
Y como toda sociedad conservadora, rápidamente buscaron en las extranjeras un chivo expiatorio que justifique los “hechos vandálicos”. María Galindo, y el mal ejemplo, pasó por la ciudad para presentar su libro Feminismo Bastardo y seguro fue ella la culpable de que sus paredes amanecieran pintarrajeadas. Qué maravillosa visita la de María, que logra a su paso que las paredes canten la indolencia de la justicia y la doble moral de una ciudad. Y es que los tarijeños y tarijeñas no quieren reconocer que, desde hace algunos años, sin intervención extranjera, en su ciudad florecen — como rosas pascua— grupos de jóvenes feministas dispuestas a “romperlo todo”.
Grafitiar se ha vuelto la forma en que las feministas jóvenes de toda la región expresan su rabia contra una sociedad que se resiste al cambio y un Estado cómplice del feminicida. Las paredes en Chile, Argentina o México pueden dar su testimonio. Frente a ello se desata la furia conservadora que reclama “el respeto por las paredes, la propiedad privada y las instituciones” o señalando que “esa no es una forma correcta de protestar”, lo que me genera la pregunta ¿hemos inventado acaso una forma de protestar que no moleste?
La palabra grafiti viene de la palabra italiana grafitto, que significa literalmente marcar o rasguñar en las paredes, una acción que como humanidad hemos llevado a cabo desde la época de las cavernas. Pero ¿por qué incomoda tanto el uso de un aerosol sobre una pared en el espacio público? Algunos analistas sostienen que el éxito actual de esta medida de protesta está en que la “grafitera” tiene una mezcla de romanticismo del siglo XVIII y hacker contemporáneo. Lo cierto es que, para ser exitoso, un grafiti requiere humor, simplicidad y que el lector callejero se identifique o se indigne frente al texto y, por tanto, tome posición política. Y por supuesto, la frase puede llegar a ser célebre si se cuela a las redes sociales y se comparte de manera orgánica.
Un grafiti causa revuelo cuando dice algo sobre el statu quo vigente. Como sostiene Muy Waso (medio digital autogestionado): “El grafiti es la expresión poética de la desobediencia. Es el aerosol puesto al servicio de la denuncia contra la violencia que campea en las calles como si nada”.
Con orgullo podría decirse que en Bolivia este tipo de protesta es uno de los aportes del feminismo. Es en la indignación de las jóvenes y el silencio social que las pintadas en la pared se volvieron una herramienta fundamental, no solo a través de los mensajes que vemos, sino también por las alianzas y complicidades que generan en otras y otros que se identifican con lo que las paredes dicen.
Seguramente aparecerán cada vez más latas de spray en manos de mujeres y disidencias dispuestas a seguir compartiendo pintadas con frases que inviten a la lucha y que nos recuerden que no estamos solas. Lo valioso es que, en esas marcas callejeras vemos la potencia de quién lo hizo, además de la historia política que hay detrás de un trazo de aerosol.
Por todo ello, yo también grafitié en Tarija.
Lourdes Montero es cientista social.