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Nuestra arquitectura emergente

Hace un par de semanas, en una entrevista con un amigo periodista coincidí, a la hora de hablar de política, con una nota que él presentaba, referida a un tipo de edificaciones a las cuales denominaba “los cholets”, y bueno, viniendo este servidor del campo de la arquitectura, no pude contenerme y salí del contexto político para verter una reflexión sobre el significado de ese denominativo. Él me respondió que lo oportuno era desarrollar la idea escribiendo un artículo específico como éste. Es así que a través de este medio quiero compartir con ustedes algunos criterios al respecto.

Desde hace varios años nuestra generación ha sido una privilegiada testigo del nacimiento de una arquitectura novedosa en Bolivia, de elevado contenido cultural, de un fuerte simbolismo y una calidad estética importante.

Esta arquitectura está anidada en la ciudad de El Alto y es ésta la característica en la que se afinca su fuerza, importancia y trascendencia por varias razones, aquí las más importantes: la primera porque no hablamos de cualquier conjunto urbano, sino de una de las ciudades más grandes de Bolivia en términos poblacionales, y otra es el hecho de que en esta ciudad se nota con mucho más potencia la imbricación entre lo urbano y lo rural (la cual es una de nuestras contradicciones más fuertes a nivel nacional), y que hace de ella algo muy representativo de la sociedad boliviana, aspectos que cargan a esta arquitectura de gran legitimidad y representatividad.

Pocas veces en nuestra historia habíamos visto con tal energía el nacimiento de una arquitectura boliviana que traduzca de forma contemporánea la cultura atávica de los Andes y que además se plasme en una ciudad entera expandiéndose a gran velocidad en toda su mancha urbana, con edificaciones que son iniciativas exclusivamente privadas.

Las construcciones enmarcadas en esta arquitectura con raíces andinas emulan una estética proveniente de los tejidos de las culturas y naciones bolivianas. Esta estética que ha hecho de los textiles una de las características más ricas de gran parte de nuestra población a lo largo de siglos hoy se ve reflejada en infinidad de edificios de diferentes características en la ciudad de El Alto y poco a poco en otras ciudades de nuestro país.

Es un indiscutible acierto de arquitectos y constructores en la medida en que de forma brillante, por un lado, plasman en edificaciones (comerciales, lúdicas y residenciales principalmente) una estética con cimientos ancestrales y, por otro lado, logran que la población espontáneamente se proyecte en esa arquitectura haciéndola suya.

Por lo tanto, encasillar esta arquitectura emergente bajo el nombre que se le pretende asignar: “cholets”, es cuando menos desatinado y hasta engañoso.

No se puede forzar a que un nuevo concepto de arquitectura en nuestro país se encuadre a la unión de estas dos palabras: chalet y cholo. ¿Acaso se pretende reducir esta arquitectura a “la vivienda del mestizo”? ¿Desde cuándo las tendencias arquitectónicas en el mundo se refieren especial y exclusivamente a lo étnico? ¿Y por qué pretender subyugar esta arquitectura solo al uso vivienda?

No es mi intención pasar por alto la evidente contradicción étnica subyacente en nuestra sociedad ni soslayar sus relaciones de poder, pero me parece grosero intentar invisibilizar las connotaciones que tiene esta arquitectura andina en cuanto a nuestra cultura y su trascendencia en la historia de la arquitectura boliviana, así como el esfuerzo y el resultado del quehacer de arquitectos y constructores alteños que están logrando un lenguaje simbólico propio, salido de las mismas raíces culturales de nuestra patria.

Es mi interés reconocer este esfuerzo en su verdadera magnitud, teniendo en cuenta que nuestra historia no está plagada de vastos ejemplos de sistemas semióticos como hoy lo expone esta arquitectura andina.

Javier Zavaleta López es arquitecto, exdiputado y exministro.