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Monday 18 Mar 2024 | Actualizado a 22:31 PM

El origen de los partidos

/ 29 de julio de 2021 / 01:49

Algunos sostienen que no tenemos partidos, que eso que podrían llamarse como tales no son más que clubes de amigos organizados alrededor de un liderazgo en particular. Por supuesto que hay una sensación extendida como punto común para todos, respecto del cuestionamiento de esto que conocemos como lo que podría ser la forma partido y su correspondiente representación política de la sociedad.

Sin embargo, incluso asumiendo que la idea mencionada sea así, pues estamos frente a los que se conocen en la literatura como partidos de élites, porque la esencia de este tipo de partidos es un pequeño núcleo de individuos con acceso personal e independiente a los recursos y con capacidad para situar a uno de los suyos o a sus nominados como representantes en el Legislativo.

Es verdad que varios partidos no tienen una secuencia en el tiempo reconocible más que el MAS, el resto son organizaciones políticas cuya duración, por distintas razones, terminó siendo bastante efímera. Pero quisiera ir a una tesis de fondo que tiene que ver con que los partidos nacen justamente porque intentan partir una parte del todo que es la sociedad, a esa parte con la que inician es a la que pretenden representar en primera instancia. Entonces una pregunta central que emerge es ¿cuál es el punto de partida de los partidos?

Para responder a esta pregunta, primero me concentro en identificar las distintas razones por las que estamos fraccionados, es decir, divididos como sociedad. Aquí encontraremos distintos tipos de fracturas sociales que nos dividen, como el regionalismo, el indigenismo, lo popular, la condición de clase social, la ideología. Para mencionar solo algunas.

Es a partir de estas fracturas sociales que se van formando en el país lo que podemos llamar partidos políticos, o lo que usamos conceptualmente como organizaciones políticas (partidos, agrupaciones ciudadanas y pueblos indígenas). Basta con indagar, por ejemplo, en los últimos años observando a éstas: Creemos tiene un origen claramente regionalista del oriente del país, al igual de lo que en su momento fueron los Demócratas. De organizaciones políticas regionalistas también se sirvieron el Movimiento Sin Miedo y Sol.bo.

Comunidad Ciudadana tiene un origen que mezcla la condición de lo urbano con la condición de clase social. Y en menor escala, pero apelando a los mismos orígenes se encuentra Unidad Nacional de Doria Medina. Hasta aquí, como se darán cuenta, no hay ninguna organización política que reclame el componente ideológico, creo que por eso el MAS los apunta con el dedo peyorativo para identificarlos como la derecha ideológica. Y no estaría mal que alguno de ellos se identificara como tal, porque eso obligaría al actual partido oficialista para arriesgarse a salir de su zona de confort en la que se ubica afirmando que solamente ellos son la representación genuina de la sociedad boliviana, y entonces el debate no sería exclusivamente en torno a fracturas sociales, sino en términos ideológicos generales.

El MAS, en lo que le toca, concentra en su nacimiento las fracturas sociales de lo indígena, lo regional y la condición de clase social; a todas esas fracturas juntas las llegó a denominar como el complejo mundo de lo popular en el país. Mantenía cierta hegemonía en ese cuadrante hasta antes de las pasadas elecciones subnacionales de este año, cuando le salieron disidencias internas que llegaron a ser la expresión de verdaderos fenómenos políticos electorales, como el caso de Eva Copa y de Damián Condori.

En síntesis, cambiar la polarización social que vivimos no es posible porque tenemos al frente la razón misma por la que las organizaciones políticas existen, que es a través de las fracturas sociales históricas que nos dividen como sociedad; esto no es del todo malo, el peor escenario es cuando de manera simultánea se juntan estas fracturas porque pueden generar verdaderas crisis políticas como la que vivimos en 2019, aquí la responsabilidad mayor es de la clase política.

Marcelo Arequipa Azurduy es politólogo y docente universitario.

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Minería boliviana y geopolítica

En el camino hacia el bicentenario, Bolivia sigue siendo un país minero, pero no como antes.

La minería ilegal afecta a varias zonas en todo el país. Foto: AJAM

/ 15 de octubre de 2023 / 06:44

Dibujo Libre

La geopolítica gira alrededor del control de los recursos naturales. Nuestro territorio ha sido dotado de muchos minerales que, en distintos momentos, han sido determinantes para el desarrollo de la humanidad. Entre el Siglo 16 y el 19, la plata fue la protagonista, entre el 19 y el 20, el estaño, entre el 20 y el 21, el estaño, el zinc, el litio, el indio, el oro, el wólfram.

Hasta mediados del Siglo 19, la explotación daba grandes recursos económicos y, por tanto, poder; pero los mineros escasamente usaron esas ventajas para convertirlas en poder político; pero, desde esas fechas, los productores de plata primero y los de estaño, después, sí decidieron aprovechar políticamente su poder económico y, hasta antes del Siglo 20, los cuatro grandes de la plata llegaron a ser presidentes del país.

Con el estaño, el centro del poder se dirigió más al norte y Oruro (el norte de Potosí estaba más vinculado a Oruro que a Potosí) y La Paz sacaron partido de su solvencia económica. Lograron trasladar el centro político a La Paz y Oruro se convirtió en la ciudad más avanzada del país a comienzos del Siglo 20.

La Escuela de Minas fue fundada en Oruro el 3 de julio de 1906 para apuntalar el poder económico con tecnología. Años después, se instaló en el mismo departamento el Instituto de Investigaciones Minero Metalúrgico (SIC) de donde salieron grandes líneas de avance en minería y metalurgia que influyeron en el mundo. Investigadores de renombre de diversos países llegaron a ese instituto a profundizar sus conocimientos e investigaciones.

Los excedentes de la minería, tanto de la plata como del estaño, ayudaron a construir una burguesía minera que se veía más en el espejo europeo que latinoamericano y construyeron sus imperios lejos de nuestras tierras, París, Liverpool, Ámsterdam, Bruselas, Berlín y más tarde, Nueva York acogieron a nuestros millonarios.

En esas épocas, las condiciones de los trabajadores dejaban mucho que desear. Las quejas eran frecuentes y el recurrir a la represión con las fuerzas del orden era normal. Así se crearon la Federación de Mineros y la Central Obrera, proponiendo al país cambios profundos en su estructura y organización para que el bienestar fuera compartido.

La guerra del Chaco hizo descubrir a las élites y a la pequeña clase media el país invisible que las sostenía hasta esas fechas. Al compartir trincheras en el sureste del país aprendieron que los que soportaban el peso del país debían ser parte de los grupos que tomaban decisiones por todos. 

La revolución de 1952 fue el resultado de un largo proceso que tuvo en la guerra del Chaco un catalizador fundamental. A partir del triunfo revolucionario, el país cambió, se empezó a hablar de integración, de reivindicaciones, de restitución de derechos y los bolivianos y bolivianas se incorporaron en los espacios de toma de decisiones.

La Corporación Minera de Bolivia (COMIBOL), pilar de la economía nacional, estuvo vigente 33 años. En ese periodo sostuvo al aparato del Estado, sustentó el desarrollo del oriente y la economía nacional. Todos sabían lo que era la minería y reconocían el sacrificio de los mineros. La gran preparación política de éstos sumada a su poderosa organización los convirtió en los protagonistas principales del quehacer político y económico del país hasta la implantación del modelo de ajuste estructural.

Veinte años durmió la minería nacional y las cotizaciones internacionales y la economía no encontró otro asidero para mantener vivo al país. Cuando los precios de los metales empezaron a subir, la minería despertó y empieza a recuperar su posición estratégica en la generación de excedentes para financiar el desarrollo nacional.

La transición energética nos coloca, otra vez, en un sitial privilegiado. Tenemos varios de los metales críticos para hacerla viable y las potencias mundiales vuelven a disputarse por el control de ellos. Nadie quiere sufrir por la carencia de estos metales en este tiempo de transición.

Tenemos el litio, todavía, mucho estaño, wólfram, antimonio, manganeso, indio. El bicentenario del país nos puede encontrar gozando de los excedentes que genere su explotación; pero hay que trabajar estratégicamente y sin descanso en estos casi dos años que nos separan del 6 de agosto del 2025. Debemos dimensionar nuestras fuerzas y, si vemos que son escasas, fortalecerlas para lograr el objetivo de maximizar los excedentes producidos por la extracción de los recursos no renovables. Estamos a tiempo, pero debemos empezar inmediatamente. 

Las oportunidades están dadas, pero hay amenazas también. Escojamos bien nuestros socios y, soberanamente, administremos nuestra riqueza, contribuyendo a una buena transición en el mundo, estamos en el lugar y el momento adecuados, podemos salir adelante.

(*)Marcelo Arequipa Azurduy es politólogo

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Un revuelto de coyuntura

Imagino que ya pronto nos empacharemos de todo y las cosas volverán a organizarse

Marcelo Arequipa Azurduy

/ 15 de junio de 2023 / 10:31

Como si se tratara de un plato en el menú, llevamos sirviéndonos en el país en las últimas semanas la misma comida, que a ratos incluso lleva un sabor a recalentado. Pero bueno, como tampoco estamos para ponernos exigentes con el menú y como al menos en mi caso fui criado en la generación del “come callado” hasta acabar el plato, prefiero describir el revuelto que me llevo sirviendo.

Veo varios ingredientes (temas de la coyuntura) que no tienen un único sentido, sino varios objetivos. Por un lado están aquellos ingredientes (temas) que se ven por fuera del Gobierno, me refiero a lo que ocurre con la Iglesia Católica y con el Banco Fassil.

En ambos casos, especialmente el primero, en términos estrictamente políticos se observa que un símbolo/bandera que anduvo cohesionando al antimasismo se encuentra con una desastrosa derrota. Luego con lo del Banco Fassil, lo primero que evidenciamos es que la corrupción no está localizada exclusivamente en la función pública, sino también en el mercado, y lo que es peor, ubicada en el corazón mismo de la élite política dominante de oposición, situada geográficamente en Santa Cruz. No necesito recordar a nadie el peso y la importancia de los símbolos en nuestra política.

Lea también: La política enferma

Por otra parte, la interna en el MAS cada vez es más interna de oferta electoral, porque lo que se lleva haciendo todas las semanas, empezando los domingos en la mañana desde un programa de radio del Chapare, es ofrecer medidas electorales a la militancia del partido bajo la “excusa” de: sugerimos que el Gobierno haga tal o cual cosa. Parece que alguien leyó el principio del marketing político del “no pienses en un elefante”. Pero también desde ahí se está atacando con un cambio de estrategia desde hace cuatro semanas atrás en las que se abandonó la lógica del ir por el maximalismo, para concentrarse en avanzar de menos a más buscando desgastar temáticamente la imagen presidencial.

Y sin duda nos falta hablar de lo que concierne directamente al Gobierno nacional, aquí parece que en el último tiempo dos cosas son urgentes de realizar: primero, el tiempo que sigue con la segunda parte del mandato del Presidente, parece que se aceleró hartísimo y por tanto esto reclama mayor actividad y respuesta política, incluso en aquellos temas en los que hasta ahora se evitaba referirse.

Segundo, se necesita mostrar que en todos los casos que dañan la gestión en corrupción y droga existe un antes y un después en estos ilícitos. Tomando en cuenta especialmente que hoy contamos con una sensación de que tenemos huecos que no acaban por cerrarse y necesitan ser incluso recordados a la gente que se los cerró y de qué manera.

En fin, el revuelto sigue en el menú, imagino que ya pronto nos empacharemos de todo y las cosas volverán a organizarse. En todo caso, igual es bueno saber que estamos en tiempos cada vez más turbulentos en los que los menús serán más inclinados a lo criollo que a lo gourmet.

(*) Marcelo Arequipa Azurduy es politólogo y docente universitario.

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La política enferma

Es una enfermedad política, sí, pero afortunadamente por ahora es curable y atendible

Marcelo Arequipa Azurduy

/ 4 de mayo de 2023 / 08:15

Tenemos un problema que lleva instalado en el país desde hace un tiempo no muy corto, y este problema a mi juicio es fundamentalmente político, no económico. Lo siguiente en términos de diagnóstico es identificar si ese problema/enfermedad es lo que los médicos denominan como mortífera o quizá se trata de algo que con un tratamiento administrado se puede resolver.

Primero, es enfermedad política porque la economía es política, y la política hoy día es fundamentalmente el manejo de las emociones y de los sentidos comunes en disputa que se instalan desde diversos frentes comunicacionales, desde lo tradicional hasta lo moderno y velozmente expresado a través del internet. Son mensajes que en la vereda distinta al Gobierno van deslizándose como una suerte de cascada, desde las élites económicas y políticas opositoras al Gobierno, y que buscan que el último destinatario, que es el pueblo llano, lo reciba y a partir de ahí generar un momento de convulsión o por lo menos de animadversión.

Segundo, dado que se trata de una enfermedad instalada, el diagnóstico no es de un mal mortal, sino de un problema que debe administrarse con un tratamiento de por medio. En este caso, por tanto, los anuncios de que deberían administrarse medidas de shock como una devaluación del boliviano, una reducción del gasto público (despedir gente) o levantar la subvención a los hidrocarburos, tienen el objetivo de exaltar los ánimos de la población alimentando más la especulación que buscando resolver la situación, por lo que no es lo más recomendable dejarse guiar por esos “buenos oficios” de recetas prontas y mágicas que resolverán los problemas.

Tercero, igual que en la vida privada, uno debe escuchar a más de un médico, y en este caso un segundo diagnóstico es que dados los resultados de los análisis realizados al cuerpo de nuestra economía y además de haber visto experiencias recientes en la región —sino vean lo fregados que están en Ecuador, por ejemplo—, la administración de medidas progresivas quizá es la mejor alternativa.

Y también debemos ser conscientes que en estos tiempos acelerados en los que la ansiedad nos invade y nos pone de nervios no saber todo aquí y ahora, lo que debemos hacer es dominar ese impulso con mensajes claros que sepan administrar esas emociones; quizá por ahí se entiende la iniciativa gubernamental de brindar hace poco una entrevista pública en la que se buscó justamente calmar los ánimos.

El plan está ahí en nuestro ambiente, y se trata de poder conseguir que la imagen presidencial llegue lo más abollada posible a 2024 y 2025 es una especie de prueba de fuego política que se encuentra viviendo el Órgano Ejecutivo, que reclama desde la población más controles al tratamiento administrado, porque de igual manera cuando asistimos regularmente a consulta médica cuando llevamos tomando una medicación, se necesita que se explique e informe sin cansancio todo el tiempo; porque de lo contrario el paciente empieza a teclear en el buscador de internet y comienza a encontrar múltiples explicaciones y reparos al tratamiento que lleva administrándose y otra vez se cae presa del pánico y la ansiedad. Por tanto, es una enfermedad política, sí, pero afortunadamente por ahora es curable y atendible.

(*) Marcelo Arequipa Azurduy es politólogo y docente universitario

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El apretón de manos

/ 20 de abril de 2023 / 02:17

En el clima tan elevado de polarización que vivimos, haber presenciado un acto público en el que los expresidentes Evo Morales y Carlos Mesa se dieron la mano, saludándose caballerosamente, y luego sentándose muy cerca en la misma fila el uno del otro, fue un acontecimiento que nadie se atrevió a calcular que ocurriría, por lo poco practicado en nuestro tiempo.

Con la cantidad de mensajes por la vía de sus redes sociales personales en los que se han ido acusando unos y otros, con la cantidad de declaraciones públicas en los que se agreden verbalmente, y con la cantidad de cruces entre sus propios partidarios, uno podría intuir que primero, un acercamiento público entre Morales y Mesa era algo imposible de realizarse, o que en cuanto se diera podrían saltar chispas y hasta algunos golpes de por medio, y no fue así.

Más bien en lugar de eso, se vieron y tuvieron la suficiente capacidad y temple para saludarse amistosamente. La foto del encuentro circuló por los medios de comunicación, pero no con la velocidad y ruido en caso de que hubiera sido un encuentro agrio y áspero, lo cual también debería llamarnos la atención, acerca del enfoque al que se ven entregados los medios de comunicación hoy en día y lo que consideran como destacable para repercutir e insistir sobre ello.

En lugar de mostrarlo como un buen acto de civismo político entre dos verdaderos enemigos y dar cuenta de una buena noticia, decidieron o bien mostrar la noticia muy de pasada, o bien no profundizar con analistas políticos el tema.

Ese gesto, para nosotros en general, debería ser como una invitación a entender que no debemos tomarnos las cosas de manera muy personal, que tenemos que trabajar, y mucho, por reconstruir lazos sociales que rompimos en los últimos años y más bien reconstituir la idea de que la defensa de los principios que uno tiene, deben entrar en una suerte de balance más pragmático que kamikaze.

Voy en esta ocasión a contrarruta de lo que estamos acostumbrados a hablar: conflicto y enfrentamiento político, porque creo que nos merecemos un respiro de cuando en cuando. También, porque en una perspectiva general, lo que se practica como un ejercicio que puede aportar en la construcción democrática debe ser resaltado, no solamente aquello que genere espectacularidad y dialéctica inconclusa de algo a favor versus algo en contra, sin llegar jamás a conseguir la síntesis.

Eso sí, la síntesis por ahora, de esta columna, es que el acontecimiento que aquí se intenta resaltar va a contracorriente del ejercicio cotidiano en el que nos encontramos, donde nada nos garantiza más que estemos unidos, en mi grupo, que el buscar diferenciarse del otro.

Marcelo Arequipa Azurduy es politólogo y docente universitario.

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La ‘libertad’ de expresión

/ 6 de abril de 2023 / 01:36

Varios periodistas, especialmente, en los últimos años en el país, desempolvaron un ejemplar de la obra de Orwell Rebelión en la granja para apuntar a un escenario en el que la libertad de expresión estaría siendo atacada y que gobiernos progresistas de izquierda tienen como objetivo principal el acallarlos y hacerlos desaparecer del mapa. Uno podría llegar a solidarizarse con quien está reclamando por los otros, que desde el poder se encuentran ejerciendo sus decisiones aparentemente en esa línea; pero lo que olvidan los desempolvadores de obras es que parcialmente esto puede ser considerado como algo absoluto si antes no hay un ejercicio de autocrítica.

La autocrítica, en el caso de la obra de Orwell anotada, viene justamente en un prólogo que vio la luz años después de que se publicara el libro; en ese texto, el autor apunta algo con autocrítica importante para el caso británico: Las ideas impopulares pueden silenciarse y los hechos inconvenientes pueden mantenerse oscuros. Esto se logra gracias a una prensa selectiva, y no hablamos de los canales oficiales del Estado, sino de los medios de comunicación privados.

Esto es posible porque existe, como apunta Orwell, un acuerdo tácito para no mencionar o repercutir esas ideas que no les conviene. La prensa está centralizada y la mayor parte de esta tiene como dueños a hombres ricos que obviamente no son honestos en los temas que permiten a sus medios que cubran.

Por tanto, ciertos temas no pueden ser discutidos porque obviamente existen intereses invertidos; es decir, los dueños de medios de comunicación privados invierten motivados por conseguir intereses económicos y políticos. Esto nos lleva al hecho de que los medios de comunicación privados establecen una suerte de ortodoxia de las ideas, nos dicen qué ideas son las que debemos aceptar como audiencia.

A este panorama que Orwell apuntaba críticamente sobre los medios de comunicación privados, hoy también se debe añadir a algunos comunicadores sociales que, desde sus respectivas plataformas informáticas, actúan como verdaderas cloacas mediáticas, dedicándose a la práctica cotidiana de atacar a las personas, rehúyen la posibilidad de debatir ideas.

Necesitan alimentarse del apoyo y aplauso de sus seguidores en redes sociales; conciben la política como un ring en el que se es más contundente en la medida que se pueda ser vigente mediante los mensajes con rótulo de “noticia extraoficial”, en la que no se aporta ninguna prueba, sino que es una mera reproducción de un rumor.

Como verán, Orwell no escribía solamente para criticar a gobiernos extranjeros de un color determinado, era también crítico con su propia realidad, ya para ese momento nos daba pistas respecto de que los medios de comunicación privados son lo que hoy vemos que son: verdaderos actores políticos que influyen en el espacio de la opinión pública. Y si a eso le sumamos a los comunicadores-operadores en busca de sus propios momentos estelares, con muy poca responsabilidad, entonces ahí ya tenemos el panorama de la polarización en esa dimensión comunicacional.

Marcelo Arequipa Azurduy es politólogo y docente universitario.

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