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El origen de los partidos

Algunos sostienen que no tenemos partidos, que eso que podrían llamarse como tales no son más que clubes de amigos organizados alrededor de un liderazgo en particular. Por supuesto que hay una sensación extendida como punto común para todos, respecto del cuestionamiento de esto que conocemos como lo que podría ser la forma partido y su correspondiente representación política de la sociedad.

Sin embargo, incluso asumiendo que la idea mencionada sea así, pues estamos frente a los que se conocen en la literatura como partidos de élites, porque la esencia de este tipo de partidos es un pequeño núcleo de individuos con acceso personal e independiente a los recursos y con capacidad para situar a uno de los suyos o a sus nominados como representantes en el Legislativo.

Es verdad que varios partidos no tienen una secuencia en el tiempo reconocible más que el MAS, el resto son organizaciones políticas cuya duración, por distintas razones, terminó siendo bastante efímera. Pero quisiera ir a una tesis de fondo que tiene que ver con que los partidos nacen justamente porque intentan partir una parte del todo que es la sociedad, a esa parte con la que inician es a la que pretenden representar en primera instancia. Entonces una pregunta central que emerge es ¿cuál es el punto de partida de los partidos?

Para responder a esta pregunta, primero me concentro en identificar las distintas razones por las que estamos fraccionados, es decir, divididos como sociedad. Aquí encontraremos distintos tipos de fracturas sociales que nos dividen, como el regionalismo, el indigenismo, lo popular, la condición de clase social, la ideología. Para mencionar solo algunas.

Es a partir de estas fracturas sociales que se van formando en el país lo que podemos llamar partidos políticos, o lo que usamos conceptualmente como organizaciones políticas (partidos, agrupaciones ciudadanas y pueblos indígenas). Basta con indagar, por ejemplo, en los últimos años observando a éstas: Creemos tiene un origen claramente regionalista del oriente del país, al igual de lo que en su momento fueron los Demócratas. De organizaciones políticas regionalistas también se sirvieron el Movimiento Sin Miedo y Sol.bo.

Comunidad Ciudadana tiene un origen que mezcla la condición de lo urbano con la condición de clase social. Y en menor escala, pero apelando a los mismos orígenes se encuentra Unidad Nacional de Doria Medina. Hasta aquí, como se darán cuenta, no hay ninguna organización política que reclame el componente ideológico, creo que por eso el MAS los apunta con el dedo peyorativo para identificarlos como la derecha ideológica. Y no estaría mal que alguno de ellos se identificara como tal, porque eso obligaría al actual partido oficialista para arriesgarse a salir de su zona de confort en la que se ubica afirmando que solamente ellos son la representación genuina de la sociedad boliviana, y entonces el debate no sería exclusivamente en torno a fracturas sociales, sino en términos ideológicos generales.

El MAS, en lo que le toca, concentra en su nacimiento las fracturas sociales de lo indígena, lo regional y la condición de clase social; a todas esas fracturas juntas las llegó a denominar como el complejo mundo de lo popular en el país. Mantenía cierta hegemonía en ese cuadrante hasta antes de las pasadas elecciones subnacionales de este año, cuando le salieron disidencias internas que llegaron a ser la expresión de verdaderos fenómenos políticos electorales, como el caso de Eva Copa y de Damián Condori.

En síntesis, cambiar la polarización social que vivimos no es posible porque tenemos al frente la razón misma por la que las organizaciones políticas existen, que es a través de las fracturas sociales históricas que nos dividen como sociedad; esto no es del todo malo, el peor escenario es cuando de manera simultánea se juntan estas fracturas porque pueden generar verdaderas crisis políticas como la que vivimos en 2019, aquí la responsabilidad mayor es de la clase política.

Marcelo Arequipa Azurduy es politólogo y docente universitario.