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Tuesday 19 Mar 2024 | Actualizado a 03:54 AM

Democratización interna en los partidos

/ 30 de julio de 2021 / 01:21

Comenzando por el MAS hace más de dos décadas, pasando por toda esa complejidad de organizaciones que hay en el medio y terminando en las dos alianzas que al día de hoy también conforman la representación dentro del Congreso, existen características comunes que nos señalan que estamos al frente de organizaciones políticas que están afrontado las complejidades de un fenómeno que parece ser, en el siglo XXI, más una normalidad que una excepción: la crisis de representación política. Y que ha originado que las opciones políticas que, en la actualidad, logran obtener votación están implícitamente obligadas a forjarse de manera conjunta con actores políticos del complejo entramado de corporatividades que, desde hace mucho, son parte de las definiciones del horizonte político del país. Corporatividades gremiales, sindicales, de clase, de origen, de profesión u oficio, etcétera. Esto se ha ido materializando a partir de alianzas estratégicas y programáticas, en el mejor escenario; o de prebendas y clientelismo, en el peor.

Son pocos los partidos que han logrado, en los últimos años en los que esta práctica solo se ha hecho más evidente, comprometer formalmente a sus bases sumando a sus militancias a personas que componen los grupos corporativos con los que se comparten agendas políticas, sean de corto, mediano o largo plazo. Y esto no siempre de forma voluntaria, sino incluso coaccionada respecto a la manutención de determinados cargos públicos. En otros casos, debido a las urgencias en las que se puso el sistema político y de gobierno en la más reciente crisis de noviembre de 2019, algunas alianzas han sido aupadas con base en adherencias de grupos de personas sin que se logre “formalizar” la instancia de la militancia como tal en estos aliados coyunturales. Pues la crisis de representación política —entre otros síntomas— genera una desvalorización y rechazo de la militancia partidaria como opción para el ejercicio político.

Además de todo lo anterior también es preciso recordar que, de manera general, dentro de las organizaciones políticas las relaciones entre líderes y bases, salvo situaciones muy excepcionales, se producen y reproducen en torno a un poder político de tipo patriarcal, elitista y caudillista. A pesar de los matices —que los hay— todo intento de modificación de las relaciones de poder dentro de estas organizaciones están sujetas a desafíos estructurales de carácter histórico y cultural.

Se ha venido estableciendo en el diálogo público, el mandato que tienen las organizaciones políticas de todo el país —la decena de nivel nacional y la más de una centena en los niveles locales— de adecuar su ordenamiento normativo interno de acuerdo a los lineamientos que establece la Ley de Organizaciones Políticas (mecanismos de democratización interna, régimen de despatriarcalización, adecuación de documentos con base en principios de la democracia intercultural y paritaria, entre los más desafiantes).

Si acaso este mandato llega a cumplirse en plazo, faltando cinco meses ya para éste, deberá llevarse a cabo necesariamente con la participación activa, deliberativa y comprometida de estas militancias, pues de ninguna manera será posible la actualización de las bases políticas sobre las que están asentados actualmente los partidos si es que este primer paso no se da de manera honesta, amplia y democrática internamente. ¿Será realmente posible?

Verónica Rocha Fuentes es comunicadora. Twitter: @verokamchatka.

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Más allá de la tecnología, más allá del poder

Las tendencias actuales comienzan a construir su lógica en el límite entre lo humano y lo tecnológico.

Miembros del Parlamento Europeo durante la votación sobre la Ley de Inteligencia Artificial

Por Verónica Rocha Fuentes

/ 17 de marzo de 2024 / 06:46

Dibujo Libre

El pasado miércoles el Parlamento Europeo aprobó lo que es la primera ley integral sobre Inteligencia Artificial (IA) en el mundo. Tras meses de discusión, Europa ha optado por poner sobre la mesa del debate global una normativa que intenta poner en el centro el resguardo de los derechos y que se ha focalizado en establecer los riesgos que implica el uso ciudadano/ cotidiano de la IA. A pesar de que huelga adentrarse un poco más dentro del contenido de esta novedosa norma y entender el marco regional en el que se la propone, lo indiscutible es que se ha dado un nuevo paso en lo que varios autores han optado por denominar como la “nueva guerra fría” de este tiempo, basada en buena parte en la lucha geopolítica por el liderazgo global tecnológico, que hoy lleva, en buena medida, la tonalidad de la Inteligencia Artificial y que conlleva la emergencia de un remozado “tecnocapitalismo”.

Problemática. Desde que una aplicación chatbot de IA se volvió una herramienta de uso masivo atravesamos -sin duda alguna- por un nuevo periodo de inflexión tecnológica caracterizado por darle un giro radical a lo que hasta ahora habíamos entendido como internet (hay quienes afirman que lo que se viene no se parecerá en nada a lo que hasta ahora conocemos). Y este periodo se bifurca precisamente en la discusión en torno a los escenarios venideros que conllevan la accesibilidad y popularización de un (ro)bot de IA como el ChatGPT (el primer ente no humano elegido como científico, el año 2023, por la revista Nature), que apuesta por construir su lógica en el límite entre lo humano y lo tecnológico.

Como bien se ha vuelto un sentido común, toda esa cantidad de vertiginosas transformaciones tecnológicas (hoy con rostro de IA) tienen una importante implicancia en los procesos y las dinámicas sociopolíticas de este y cada tiempo. Y, en medio de ello está -cómo no- incluida la democracia y su calidad, pero incluso su legitimidad y permanencia a futuro. Así, entre las principales preocupaciones dentro del campo sociopolítico que genera esta nueva era comunicacional predominantemente tecnologizada (y todo lo que incluye: información, debate, deliberación e intercambio) están los procesos de desinformación que, de manera clara, se intensifican -uso de tecnologías mediante- y que, también con mucha claridad, terminan afectando a la democracia.

Es en ese escenario en el que, el año 2023, nace el Grupo de Debate y Reflexión sobre Desinformación; una iniciativa impulsada por la Fundación Internet Bolivia, la Friedrich- Ebert-Stiftung (FES) y Oxfam en Bolivia que tiene como objetivo impulsar reflexiones y evaluaciones acerca del manejo de la comunicación política, las campañas electorales y los efectos de la desinformación, con el foco en nuestro país. Todo esto en la búsqueda de generar propuestas ante la compleja agenda electoral que se avecina. Como actualización, este grupo arrancó su segundo año de existencia, esta semana, con la presentación del libro Comunicación Política e Inteligencia artificial.

Cuando la tecnología toma el poder , del comunicador e investigador uruguayo Diego Mota.

IA. Sobre el tema, se sabe que existe una relación intrínseca entre Inteligencia Artificial y Comunicación Política, en inicio porque la propia emergencia y desarrollo de la IA tiene un carácter político inherente y una consecuencia comunicacional, desde sus inicios.

Después, porque a través del tiempo, la Inteligencia Artificial ya se ha venido relacionando con la Comunicación Política de manera casi natural, sobre todo, como señala la publicación, en todas esas actividades que implican: a) procesamiento de grandes cantidades de datos, b) sistematización de patrones y tendencias, c) análisis de la opinión pública (también conocido como Social Listening) y, d) rastreo de millones de publicaciones para clasificarlas según sentimiento.

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Pero, ante todo y finalmente, porque toda inteligencia sólo es comprobable en su poder de comunicar; es decir en todo aquello que implica el intercambio entre emisor y receptor. Y en esta instancia concretamente se hace referencia -según Mota- a un momento del proceso que desarrolla la Inteligencia Artificial y que brilla por su potencialidad y trascendencia en el mismo: el procesamiento del lenguaje natural. Ese momento que consiste en “traducir” en datos el lenguaje humano a modelos de lenguaje más avanzados y complejos. Lenguajes que, ya en lo práctico, buscan de manera insistente, automática e inherente mejorarse en cada resultado que genera la IA pero que, a la vez, sirven exclusivamente para comunicación entre máquinas y que, por ello, terminan siendo altamente sofisticados para la comprensión humana común.

Comunicación política electoral Dentro de ese gran universo que contiene los usos que la comunicación política como área le ha venido dando a la IA, predomina por volumen, repetición y fama, aquella subárea que es la comunicación (o también el marketing) electoral. Y esto tiene que ver con que, desde siempre, un momento cúspide de la comunicación política, son los procesos eleccionarios en general y las campañas electorales, en particular. Nada de lo que ahora ocurre en esta instancia es nuevo en esencia, pero si se ha vuelto continuamente novedoso en sus formas, hoy tecnologizadas.

Y es, en este escenario, donde se ubican buena parte de las grandes preocupaciones que involucran uso de IA en campañas electorales; concretamente: a) Fake news y Deep fakes, b) uso de datos de la población, c) uso opaco y/o sesgado de los algoritmos (sesgos) y d) la posibilidad de devenir en un instrumento de control autoritario.

Aternativas. No obstante, un apunte tremendamente relevante sobre Comunicación Política que se encuentra en el libro viene a ser la descripción de sus otras tres facetas (además de la electoral): comunicación gubernamental, comunicación de crisis y comunicación de riesgo. Y ello es relevante, en la medida que invita a entender los procesos de IA un poco más allá de los lugares comunes sobre los cuales se la ha puesto sobre la mesa del debate en su relación con la política; esto es, pensándola más allá del momento electoral, concretamente en momentos de mandato público, de gestión de crisis y de riesgo. Es decir, en las potenciales oportunidades que posibilita en la cotidianidad comunicacional en su más aspecto más público y democratizante. Porque, de alguna manera, esto nos recuerda que hay más comunicación política allá de las elecciones y que hay IA más allá de los intereses partidarios/autoritarios.

De todas maneras, acá se presenta solamente un abordaje superficial de esta relación. Lo que no pasa con el documento escrito por Mota, en el cuál de manera esquemática se establece un preciso y detallado mapa sobre los alcances y niveles que llega a alcanzar la relación entre Inteligencia Artificial y Comunicación Política, no sólo en el día de hoy sino además en lo que significa una meticulosa revisión del pasado que deja ineludibles pautas para avizorar un futuro cuyo desafío principal será que no termine siendo distópico, ni construido por fuera de la democracia.

 (*)Verónica Rocha Fuentes es comunicadora social

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Desafección por la institucionalidad

Tenemos como resultado una ciudadanía que está anteponiendo la desafección por la institucionalidad antes que el compromiso con lo público

Verónica Rocha Fuentes

/ 8 de marzo de 2024 / 09:50

Hace poco —digamos unos 12 años—, como sociedad se nos iba la vida en el pugilato argumentativo respecto a nuestra autoidentificación indígena. Una pregunta en la boleta censal nos había llevado a mirarnos al espejo y también alrededor, ¿somos indígenas? ¿mestizos? ¿eso es una categoría? ¿somos acaso 36? ¿eso dice la CPE o la realidad? ¿Estado Plurinacional?

Entonces, Opinión Pública mediante, ese nutrido debate nos obligaba a tomar partido (y conciencia) sobre cómo nos autoidentificamos las y los bolivianos. En el mediano plazo, ese debate caló tanto que cuando, hoy en día, se comenta sobre el Censo, es inevitable retornar a esas categorías y re-politizarlas (cómo no, también a conveniencia).

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Convengamos que un censo es una actividad altamente técnica y que tanto éste como los anteriores tuvieron un alto nivel de involucramiento de profesionales que trabajan con datos y es un momento-país del que, ineludiblemente, corresponde hacer parte. Pero no olvidemos que gran parte de las categorías y las preguntas dan cuenta de paradigmas y enfoques mediante los cuales se lee, entiende y postula la realidad. Y que, lo ideal, en una sociedad vitalmente crítica hubiera sido que la discusión en torno a estos paradigmas y enfoques (materializados en preguntas) tuvieran una fuerza mayor que la silenciosa resignación tecnócrata de aceptarlas sin discutirlas.

Un año antes al momento recordado, concretamente en 2011, otro elemento estaba bajo el paraguas de la discusión nacional, se trató del reglamento para la selección de candidaturas a alta autoridades del Órgano Judicial, proceso que implicó un debate nacional respecto a los parámetros que permitirían asegurar la implementación de ese, entonces, novedoso mecanismo democrático de elección de autoridades judiciales. Entonces, el centro de la conversación (en clave de disputa política) buscaba dilucidar algo que hasta ahora no se ha desenmarañado y es la independencia política-partidaria de estas autoridades.

Con el paso del tiempo y dos procesos electorales para este efecto, este mecanismo que pretendía ser una opción para solucionar un problema de larga data que, con el tiempo, solo se ha ahondado, ha demostrado no serlo. Pero ese convencimiento no deja de lado ese momento de la historia en que los intentos por cualificar este mecanismo, y que de verdad funcione y lo haga bien, estaban a la orden del día; a la orden de la deliberación en la Opinión Pública.

En dos días más, asistiremos al cierre de una nueva convocatoria para postulantes a autoridades del Órgano Judicial (si es que no requiere una ampliación por falta de éstos) y en 15 días más nos tocará abrir las puertas (y, ojo, quedarnos en ellas) a la o el voluntario asignado a nuestros domicilios para que le contemos cómo va nuestra calidad de vida y la de nuestras familias. Ambas situaciones ocurrirán con la vitalidad social y el entusiasmo colectivo mermado respecto a sus versiones anteriores. En suma, si alrededor de una década atrás lo que estaba en juego era la cualidad y esencia política de los procesos, pareciera ser que el día de hoy ya su sola realización constituye una victoria.

Y es que sucede que, como bien señala Luis Claros en el Animal Político de La Razón el pasado domingo, hemos pasado de un tiempo de “efervescencia de la discusión de un proyecto (a uno de) discusiones de baja intensidad”. Y si a eso le sumamos el escenario que también describe como “polarizado y de simplificación”, además del agotamiento propio que conlleva la degradación del campo político, tenemos como resultado una ciudadanía que está anteponiendo la desafección por la institucionalidad antes que el compromiso con lo público. 

(*) Verónica Rocha Fuentes es comunicadora. Twitter: @verokamchatka

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Cuando la marca es la Distorsión

Los ejemplos de gobiernos que emergen de las urnas y devienen en autocracias eficaces se multiplican aun lentamente

Verónica Rocha Fuentes

/ 9 de febrero de 2024 / 06:38

Que Nayib Bukele haya ganado las pasadas elecciones generales en El Salvador fue solo la comprobación de un hecho que, de alguna manera, esperábamos en el continente. Lo sorpresivo fue el uso que le dio a la fuerza otorgada por el porcentaje de votación que obtuvo, utilizándola para legitimar un postulado sobre la democracia que presume que la misma puede existir con un partido único. Así, la última semana, hemos asistido al hecho de que un líder emergente de las urnas tenga como primerísimo acto de gobierno, informar al mundo su propósito de ensayar un experimento que prescinda de la democracia (en su nombre) y que vaya “más allá de ella».

Los ejemplos de gobiernos que emergen de las urnas y devienen en autocracias eficaces se multiplican aun lentamente, pero a la vez sin pausa alrededor del mundo. Todo esto en sintonía con una ¿política? signada por las desafecciones. Bajo la idea de que la democracia está imposibilitada, el día de hoy, de proponerle una solvente promesa de futuro a las generaciones venideras, pareciera tomar forma la hipótesis de que las mismas están dispuestas precisamente a ensayar modelos de gobierno que sí puedan proponerles algunas aspiraciones mayores a la sola existencia.

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¿Significa esto que una determinada masa de votantes que apoyan estas autocracias escogen la resolución efectiva de sus certezas por encima de la democracia? No necesariamente. Lo cierto es que el malestar y el hastío de una sociedad que no encuentra en la política una forma de generar proyectos comunes están produciendo una profunda distorsión de múltiples categorías que hacían a nuestra comprensión del mundo. Y, a no dudarlo, otras distorsiones varias son propuestas a conveniencia. Una muestra de ello es la que se hace del feminismo en la actualidad.

Lo cierto es que si pensamos en las sociedades actuales en las que existe cada vez más una importante práctica de la política tribal y en las que la polarización se ha convertido en una relevante manera más de entender un mundo en el que las posturas moderadas no tienen cabida, nos encontramos también ante importantes desafíos que tienen que ver con tratar de encontrar cuánto de desafección democrática puede generar una política práctica desde los polos y de espaldas a quiénes son los otros (no se olviden que para Milei solo cuentan los “argentinos de bien”). Y, entonces, a pesar de que la determinación de los efectos de la polarización aún no ha alcanzado a ser un consenso entre quienes se han dedicado a estudiarlo, tenemos por cierto que la institucionalidad democrática como sola cancha del juego político y despojada de su significante en torno a derechos y libertades pueda llegar a ser percibida como prescindible.

Los riesgos para la democracia que está produciendo la evolución de los procesos desinformativos en procesos de distorsión, especialmente sobre las instituciones y prácticas políticas constituyen hoy un desafío descomunal al que es difícil seguirle el ritmo en la comprensión, más aún en la acción. Si en muy pocos años pasamos del enfoque tecno-utopista de la sociedad del conocimiento al enfoque tecno-pesimista de la sociedad de la desinformación, de lo que dan cuenta los procesos políticos recientes en el mundo y su correlato en nuestro continente, es que podríamos estar ad portas de entender los fenómenos comunicacionales y políticos desde un enfoque distópico que nos empieza a trasladar hacia una sociedad de la distorsión donde prima una política de las desafecciones.

(*) Verónica Rocha Fuentes es comunicadora. Twitter: @verokamchatka

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¿Qué va a ser de la democracia?

Resulta desafiante pensar qué es lo que pasará con la democracia en los venideros meses

Verónica Rocha Fuentes

/ 26 de enero de 2024 / 06:55

Esta columna tiene un título rimbombante, lo sé. Sucede que no encontré mejor manera de albergar todas las incógnitas que encuentro necesario poner sobre la mesa al iniciar este nuevo año. Ya sabemos, es común en estas semanas hacer ejercicios varios que prefiguren de alguna manera qué es lo que nos espera en los siguientes 11 meses de este año. Esta práctica se la hace respecto a la economía, al panorama mundial, pero sobre todo en torno al escenario político local. 

En lo que respecta al espíritu de la época, resulta desafiante pensar qué es lo que pasará con la democracia en los venideros meses. Este 2024, alrededor de la mitad de la población mundial asistirá a las urnas, refrendando así el rito básico democrático del voto y, ya se lo ha dicho, estaremos frente a un año hiper electoral, en el que más de 70 países tendrán distintos tipos de elecciones.

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A priori, un dato simple como ese podría darnos a entender que la democracia continúa siendo el sistema de gobierno predilecto que permite una convivencia pacífica y consensuada por las mayorías siempre con respeto a las minorías. Una democracia que, ante una realidad cada más distópica y un futuro cada vez menos cierto, se muestra resiliente. Y aunque como concepto y realidad pareciera dar cuenta de encontrarse firme en pie, la realidad es que muchos de sus componentes mínimos se encuentran —como muchas otras tantas categorías de las sociedades modernas— en crisis.

Así ocurre por ejemplo con la fortaleza y la legitimidad de las instituciones democráticas, con la cultura política de las nuevas generaciones, con las olas populistas/autoritarias que dejan gobiernos provenientes de fuera del sistema de partidos en —ahora sí— ya todos los continentes. O, finalmente, con la crisis (ya permanente) de representación política que mantiene en vilo a buena parte de los sistemas de partidos alrededor del mundo, sobre todo en las democracias más jóvenes.

A pesar de que lo presentado no se constituye en un listado exhaustivo de desafíos que enfrentan nuestras democracias contemporáneas, las situaciones señaladas permiten dar cuenta de que los retos para configurar, ampliar, pero, sobre todo, sostener las democracias contemporáneas son múltiples y estarán cada día más en manos de generaciones que, como dato de entrada, sienten cada vez más desapego por la política e, incluso, por este sistema de gobierno, tal y como lo conocemos.

Hace poco, cuando leía un estudio sobre las dificultades que las nuevas generaciones tienen con la lectoescritura a mano y en papel, pensaba cómo la apuesta por retornar a la escritura y lectura en papel podría constituirse en un bálsamo para devolverle el peso a las palabras. Así, de alguna manera trataba de entender cómo es que una forma de afrontar los desafíos del futuro podía llegar a depender en gran manera del rescate de claves que provengan, más bien, del pasado.

Pienso algo similar cuando emergen preguntas como si la democracia, en su estado actual, estará en condiciones de afrontar desafíos que le presentará una creciente presencia de la Inteligencia Artificial en nuestras vidas o una actual tiranía cognitiva del algoritmo en las redes sociodigitales como ventanas de comprensión del mundo. Tal vez las nuevas generaciones están ante la oportunidad de retomar las instancias más esenciales de la política, como la ideología, para devolverle sentido y darle sustancia a la democracia en la que hoy descreen y, en consecuencia, apropiarse de ella.  

(*) Verónica Rocha Fuentes es comunicadora. Twitter: @verokamchatka

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Profundizar (y no salir de) la crisis

Todo lo que se viene para adelante se puede leer en clave de reemplazo de política por fallos judiciales

Verónica Rocha Fuentes

/ 12 de enero de 2024 / 10:30

Si en algún momento Santa Cruz significó una opción de poder que hiciera frente al Gobierno nacional y cuyo liderazgo terminó incluso derrocando a uno, fue no solo debido a su deseo legítimo de desligarse del centralismo bajo el cual aún sigue planteado nuestro Estado Plurinacional, sino más bien con base en su institucionalidad regional. A reserva de que ésta se ha caracterizado por continuamente enarbolar un discurso conservador que le ha dado lucha cada vez que puede a la ampliación de derechos humanos que se batalla por asentar en el territorio nacional, lo cierto es que no se puede negar que se trata de un conglomerado de instituciones que tienen alta legitimidad en ese territorio y que constituyen la base material sobre la cual han podido plantear como alternativa su forma de ver y entender el país y el Estado desde Santa Cruz.

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Hoy, esta institucionalidad muestra sus heridas de cara al país. Y si bien se puede señalar que la misma está detonada por otra institucionalidad externa que se ha dedicado a presionar hasta el límite los mínimos institucionales sobre los cuales flota el Estado, no deja de ser cierto que la política regional, ante esta situación adversa para su institucionalidad, ha demostrado no tener la voluntad de usar la política como herramienta de diálogo y consenso interno y, por el contrario, está develando de cara al país las múltiples fisuras sobre las cuales se han erigido los actuales liderazgos cruceños.

Algo simultáneo ocurre en la pugna por el liderazgo dentro del Movimiento Al Socialismo. En ambos casos, lo cierto es que el anómalo trasfondo que alimenta estos conflictos es compartido y deviene de la ilegítima autoprórroga de las máximas autoridades del Poder Judicial y las resoluciones que le han regalado al país a horas de fenecer su mandato legal que concluyó junto con el año 2023.

En el fondo, ambos conflictos que están dominando la coyuntura nacional en este momento, provienen del desnaturalizado escenario institucional del Estado que se está generando debido a que el Parlamento nacional no pudo encontrar una salida política para la pendiente elección de autoridades judiciales. Desde entonces, que fue cuando la política nacional fue no solo vencida, sino luego reemplazada por fallos judiciales, todo lo que se viene para adelante se puede leer en clave de reemplazo de política por fallos judiciales. Podría tratarse de lawfare (guerra jurídica), pero está dando acelerados y peligrosos pasos hacia adelante para convertirse, en los hechos, en un escenario gobernado por las acciones de los jueces, como ya se ha ido viendo.

El inicio de esta segunda semana del año ha dado cuenta de que no existe ninguna voluntad de rectificación de este peligroso escenario que el Tribunal Constitucional Plurinacional ha delineado y que el país entero ha repudiado: elección de una presidencia, designación de vocales para tribunales departamentales y respuestas a acciones de enmienda y complementación dan clara muestra de que no solo no existe voluntad de retroceso, sino además existe prisa de ejecución cuando de acciones vinculadas a la política se trata.

El nivel de deslegitimidad y desorden institucional que estas acciones están produciendo, sumado a la falta de generosidad y práctica política para encararlos de manera decidida desde las instituciones legitimadas por el voto popular, augura para el país un 2024 en el que si de nuestros liderazgos y autoridades depende, pareciera que estamos destinados a profundizar a niveles impensados la crisis múltiple que enfrentamos en 2019 y que habíamos, con el voto, solicitado ir solucionando y no así profundizando.

(*) Verónica Rocha Fuentes es comunicadora. Twitter: @verokamchatka

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