Voces

Monday 18 Mar 2024 | Actualizado a 22:38 PM

Simone Biles y el poder del ‘no’

/ 30 de julio de 2021 / 01:26

No. Una palabra tan sencilla y corta. Pero tiene un gran poder de transformación. Simone Biles la utilizó con gran efecto en los Juegos Olímpicos de Tokio esta semana. “Sabes qué, hoy digo no”, dijo, explicando a los periodistas su decisión de retirarse de la competencia de gimnasia por equipos para proteger su salud mental y física.

Fue un “no” que sacudió los Juegos Olímpicos y puso al mundo del deporte sobre aviso. También demostró que el empoderamiento de los atletas, un sello distintivo de esta era en el deporte, sigue desarrollándose y creciendo. Los atletas están más que preparados para dar la cara, no solo por la justicia social, sino también por ellos mismos.

Biles es la gimnasta más grande y más premiada de todos los tiempos. Ganó cuatro medallas de oro en Río de Janeiro hace cinco años y se esperaba que se llevara a casa al menos tres más en Tokio. Pero al decir “no”, al retirarse esta semana y al defender su bienestar en un mundo deportivo que mercantiliza a los atletas y premia la victoria a toda costa, ha superado todos esos logros en importancia.

La retirada de Biles de la prueba por equipos del martes se produjo tras la sorprendente derrota de Naomi Osaka en el torneo olímpico de tenis. Osaka, por supuesto, se sumó al debate sobre la salud mental de los atletas y a la resistencia contra los dirigentes deportivos poco complacientes, cuando se retiró del Abierto de Francia esta primavera.

Si la retirada de Osaka de un torneo de tenis de Grand Slam fue un gancho al hígado para un mundo deportivo empeñado en llevar a los atletas a su punto de quiebre, entonces la decisión de Biles de decir “no” fue un golpe en el mentón.

Biles llegó a los Juegos Olímpicos con un evidente conflicto con la gimnasia y los organismos organizadores que rigen el deporte. “En verdad siento que a veces tengo el peso del mundo sobre los hombros”, escribió en su página de Facebook, y luego señaló que “los Juegos Olímpicos no son un juego”.

No hablaba la alegre Simone Biles que irrumpió en la escena mundial en los Juegos de Río. Sino una atleta que se está desarrollando a sus 24 años.

Una atleta dispuesta a hablar de los abusos sexuales que ella y tantas otras sufrieron a manos del exmédico del Equipo Olímpico de Gimnasia de Estados Unidos Larry Nassar y del entrenamiento verbal y emocionalmente abusivo que ella y tantas otras soportaron bajo la tutela de Bela y Marta Karolyi.

Una atleta que presionó para llegar a Tokio en vez de retirarse, en parte porque eso obligaría a los responsables de la gimnasia a seguir reconociendo lo que ella y tantas otras gimnastas estadounidenses habían sobrevivido.

Una atleta dispuesta a hablar con fuerza sobre el racismo, un tema que conoce bien como mujer negra que domina un deporte en el que predominan los blancos. Así que, sí, lleva una pesada carga, que cae con fuerza sobre ella y sobre otras atletas negras.

Todo parecía estar programado a la perfección para que Biles sobresaliera a pesar de esa carga. Se enfrentaría a las miradas y ganaría un montón de medallas más, lo que pondría de manifiesto su dominio competitivo, y luego se retiraría.

Sin embargo, en cambio, decidió decir “no”. Ya fue suficiente. Se acabó.

Sin duda podría haber predicho lo que vino después. Los alaridos habituales de los que quieren que el deporte y la sociedad sigan anclados a un pasado en el que los atletas nunca traicionan su estoicismo. Los críticos que se rasgan las vestiduras (que no nos extrañe que la mayoría de ellos son hombres blancos) y que afirman que Biles no es una verdadera campeona porque no se aguanta.

Nada de esto impidió a Biles realizar el acto más significativo de estas olimpiadas.

Vivimos en una sociedad que adora a los atletas como dioses que hacen magia y al mismo tiempo los trata como objetos desechables.

Los aficionados, los periodistas, las ligas, las organizaciones mundiales como el Comité Olímpico Internacional, todos forman un ecosistema en el que muy pocos se preocupan por el dolor que sufren los atletas: los huesos rotos, las lesiones cerebrales y los problemas de salud mental. Mientras estén ahí para nuestro entretenimiento, todo está bien.

Por eso una de las escenas olímpicas más emblemáticas es la de Kerri Strug en la competencia por equipos de gimnasia de 1996. Bela Karolyi la presionó para que compitiera en el salto de caballo a pesar de tener una lesión de tobillo —“¡Te necesitamos una vez más, para el oro!”—, Strug hizo lo que se le dijo, tomó impulso, saltó y aterrizó. Luego dio un par de saltitos en un pie para hacer el saludo a los jueces y cayó de rodillas. Karolyi la cargó al podio para recoger su medalla de oro.

La sombra de entrenadores como Karolyi, de asistentes del equipo como Nassar, de la presión desenfrenada por lograr la perfección y conseguir medallas de oro en medio de un tsunami de presión, se cernía sobre Biles. Ella se enfrentó a todo eso y dijo “no”. Fue un acto de resistencia, simple y valiente, mucho más importante que todo lo que veremos en estos juegos.

Kurt Streeter es columnista de The New York Times.

Comparte y opina:

Vacaciones para el deporte

/ 4 de enero de 2022 / 00:39

En medio de una nueva ola de contagios de COVID-19 que se extiende por todo el mundo, los funcionarios deportivos se esfuerzan en pensar cómo mantener sus temporadas con los horarios intactos, y así garantizar la rotación habitual de competencia e ingresos. No deberían vacilar con una estupidez como esa. Es hora de hacer una pausa en los juegos, partidos y encuentros. Si en realidad nos interesa la salud pública, y estamos comprometidos en frenar el virus y salvar vidas, debemos mirar la tormenta que se ha formado y resguardarnos de ella.

Que los deportes se reanuden en febrero o más tarde. Para ese entonces, si hacemos lo correcto y hemos trabajado de manera colectiva a fin de ralentizar la propagación y la proliferación de variantes, podremos volver a los partidos. Solo que esta vez tendremos un renovado sentido de diligencia y restricciones más estrictas.

En este momento, en el mundo del deporte, hay una sensación ineludible de déjà vu, en la que el miedo y la incertidumbre por el coronavirus vuelven a causar estragos. Han pasado 20 meses y casi todo el mundo ha flexibilizado sus medidas de supervisión. En el deporte, donde la proximidad de la competencia y el compañerismo facilitan aún más la propagación viral, los jugadores, aficionados y oficiales han cedido como si la guerra contra la pandemia hubiera terminado. Pero ahora nos enfrentamos a una nueva dura realidad: otra ola, impulsada por la variante Ómicron, que es altamente transmisible, agrega otra capa de peligro.

¿Qué debería hacer el mundo del deporte? Tomarse unas vacaciones. Nada de partidos. Nada de prácticas. Que ningún fanático esté apretujado en las gradas sin un cubrebocas, propagando Ómicron cada vez que grita con entusiasmo por su equipo y choca las manos con otro fanático.

Reúnanse en febrero o después, evalúen dónde estamos y qué debemos hacer mejor, luego consideren si deben reanudarse las actividades. Si eso significa temporadas más cortas y juegos perdidos y carreras en suspenso, que así sea. Estamos en guerra con el virus y el mundo del deporte se encuentra entre las fuerzas sociales más poderosas del mundo. Debe tomar la iniciativa para hacer lo prudente y pausar los programas.

A los jugadores no les gustará. En su mayoría, son demasiado competitivos y están demasiado convencidos por una sensación de invulnerabilidad física. No están dispuestos a bajarle el ritmo a su buena racha, ni siquiera por un tiempo. Las ligas, los dueños de equipos y los patrocinadores alzarán su voz en contra de esto debido a su insaciable deseo de ganar dinero, dinero y más dinero. A los fanáticos no les gustará. Nadie quiere perderse más espectáculos deportivos, mucho menos ahora que estamos cansados de preocuparnos por la enfermedad, y que estamos necesitados del alivio que los juegos pueden proporcionar.

Si logramos capear el temporal, podremos reanudar los juegos más tarde. Y, cuando lo hagamos, tendremos que implementar algunos cambios. Se acabó el tiempo de pedir por favor. La mayoría de los jugadores y el personal de los equipos están vacunados, lo que sigue siendo, con mucho, la mejor manera de controlar las enfermedades graves y la hospitalización. Ahora es el momento de que todos participen.

Es hora de que las ligas deportivas exijan la vacunación de todos los jugadores. Sin vacunas, no deben realizarse juegos ni prácticas, ni pasar mucho tiempo en las instalaciones centrales de los equipos. Es hora de volver al rigor de las pruebas diarias. Es hora de que todos los equipos exijan un comprobante de vacunación por parte de los aficionados y, eso sí, el uso de cubrebocas. Cuando vemos a 100.000 fanáticos apiñados hombro con hombro en los estadios más grandes, un mar de multitudes desenmascaradas, todos gritando a todo pulmón, ¿qué mensaje envía eso? Envía este mensaje: todo está bien. Podemos relajarnos. No hay necesidad de preocuparse. Pero deberíamos estar muy preocupados porque, una vez más, se avecina un incendio forestal. Y eso es motivo suficiente para tomarnos unas vacaciones de los deportes.

Kurt Streeter es columnista de The New York Times.

Temas Relacionados

Comparte y opina:

Últimas Noticias