La política de la ‘nueva normalidad’
Las condiciones globales y locales para el funcionamiento de la economía se han modificado sustantivamente en estos años de crisis. Frente a una transformación socioeconómica que será inevitable, estamos ante dos desafíos, precisar los contornos de una nueva agenda de crecimiento y distribución y construir una arquitectura política realista que la viabilice.
Por encima del furor de una coyuntura política nacional saturada por la obsesión por lo episódico, el planeta se está internando en un incierto mundo pospandémico caracterizado por una economía en los albores de una gran mutación y sociedades dislocadas por la pandemia y otras rupturas ambientales y tecnológicas.
Lo que viene no es menor, se trata de gestionar la conjunción de, al menos, dos grandes fuerzas de cambio: la transición a una economía digitalizada y basada en otra matriz de energías, y la persistencia en el largo plazo de los impactos sociales y psicológicos de una catástrofe sanitaria mundial de la que aún no hemos salido del todo.
El auge de la movilidad y de los dispositivos basados en energía eléctrica, la adaptación al cambio climático, la masificación de la digitalización, el retorno de la intervención del Estado en la economía incluso en los países liberales, la expansión de la deuda y el crédito público, el surgimiento de nuevas desigualdades, la coexistencia contradictoria de un renovado soberanismo y la cooperación multilateral para enfrentar males universales, la urgencia de impulsar una economía de servicios sanitarios, educativos y de protección, y un largo etcétera de fenómenos, son algunos de los síntomas de esta evolución.
Los desafíos de adaptación para un país periférico como Bolivia son enormes, no escaparemos a esos cambios, tendremos que decidir si deseamos y/o podemos participar de ellos con algo de autonomía y sentido estratégico: ¿Cuáles serán los sectores, viejos y nuevos, que impulsarán un crecimiento que sustente la redistribución social y modernización infraestructural? ¿Cómo renovar nuestro vital sector extractivo, pensando en que habrá grandes oportunidades para su desarrollo pero que, al mismo tiempo, se deberá considerar sus impactos medioambientales? ¿De qué manera evitaremos la catástrofe en capacidades humanas y desigualdades que implica el cuasi parón de dos años de los sistemas educativos? ¿Cómo prepararse para la próxima pandemia?
Si de por sí, esa agenda es terriblemente desafiante, intelectual y prácticamente. La cuestión política complica aún más la ecuación pues ninguno de esos problemas se resolverá sin la emergencia de un consenso ideológico básico acerca de los contenidos de esas nuevas políticas, de alianzas sociales que las sostengan y de una mínima eficacia y eficiencia burocrática en el Estado para hacerlas realidad.
No voy a cometer la ingenuidad de reclamar un fantasmagórico diálogo o consenso nacional para estas tareas que logre componer a todas las diferencias existentes en la plurinación, me conformo con la constitución de una masa crítica de ideas que puedan seducir a una mayoría suficiente de la sociedad para impulsar esas transformaciones, sostenerlas políticamente y mitigar los seguros conflictos que traerá su despliegue.
El actual Gobierno será el primero que deberá encarar esta nueva etapa, su tarea es lograr que el cohete despegue. No basta pues con reactivar el viejo aparato productivo y mitigar la pobreza y desigualdad que trajo la crisis, aunque sin eso todo lo otro será una ficción, sino poner las bases de una renovación sustantiva del manejo económico y la política social. Se cuenta con activos que ayudan, su capacidad de contener a las mayorías sociales del país, la modernización reciente de la economía y la sociedad que lideró, su nacionalismo económico que parece coherente con el mundo multipolar en que vivimos, pero hay otras cosas que tendrá que (re)inventar, empezando por la coalición interna de actores sociales y económicos y la red de relaciones exteriores que deberían sostener estos esfuerzos, las cuales sospecho que deberán ser mucho más plurales y sofisticadas que la que sostuvieron el modelo neodesarrollista en los últimos 14 años.
Armando Ortuño Yáñez es investigador social.