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El colapso de Afganistán

Los últimos meses en Afganistán, incluso para los estándares establecidos por dos décadas de guerra, han sido especialmente calamitosos.

Desde abril, cuando el presidente Biden anunció la retirada del ejército estadounidense del país, la violencia ha aumentado a un ritmo aterrador. Envalentonados, los talibanes han avanzado por todo el país y ahora rodean las principales ciudades. El saldo es terrible, incluye la destrucción de infraestructuras vitales, el desplazamiento de cientos de miles de personas y una cantidad de muertos y heridos que alcanzó niveles nunca antes vistos. A medida que Estados Unidos y sus aliados completan su retirada, Afganistán, devastado durante tanto tiempo por el conflicto, podría estar al borde de algo mucho peor.

Pero no tiene por qué ser así: la paz todavía es una posibilidad. Durante demasiado tiempo se creyó que el conflicto podía resolverse por la vía militar. Durante todo ese tiempo, las Naciones Unidas dudaron demasiado en intervenir. Ahora la ONU debe intervenir y alejar a Afganistán de la catástrofe. La alternativa, con la guerra civil que se avecina, es demasiado funesta para contemplarla.

Por fortuna, a diferencia de lo que ocurría en el pasado cuando los desacuerdos entre los miembros obstaculizaban las respuestas eficaces a las crisis mundiales, la ONU está en una buena posición para actuar. Estados Unidos, Rusia y China —tres de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad— tienen interés en la estabilidad de Afganistán. Junto con Pakistán, emitieron declaraciones en meses recientes en las que piden la reducción de la violencia y que se alcance un acuerdo político negociado que proteja los derechos de las mujeres y las minorías. También incitaron a la ONU para que desempeñe “un papel positivo y constructivo en el proceso de paz y reconciliación afgano”. En conjunto, las declaraciones demuestran una esperanzadora voluntad política.

Pero no ha habido un esfuerzo unificado para mantener el proceso de paz. Y ningún país involucrado en Afganistán está bien posicionado para ayudar. La ONU debe intervenir en este vacío. En primer lugar, el Secretario General debe convocar de inmediato al Consejo de Seguridad y buscar un mandato claro para empoderar a la ONU, tanto dentro del país como en la mesa de negociaciones. Eso significaría que Estados Unidos, Rusia, China y otros miembros del Consejo deben unirse para autorizar a un representante especial que actuará como mediador. Con el apoyo fundamental de los Estados miembros, se presionaría a ambas partes para que detengan los combates y lleguen a un acuerdo.

La misión de la ONU en el país, cuyo mandato se renueva en septiembre, también necesitará apoyo. El rápido deterioro de la seguridad y la situación humanitaria significa que los afganos de todo el país necesitarán más asistencia para salvar vidas. La ONU también debe ser capaz de continuar con su labor crucial de denunciar las violaciones de los derechos humanos, proteger a los niños en los conflictos y apoyar a las mujeres y las niñas.

A menudo se critica a la organización por no cumplir con su propósito original: mantener la paz y la seguridad internacionales. Esta es una oportunidad para demostrar su valor. En el pasado, la diplomacia internacional ha ayudado a finalizar conflictos en lugares tan diversos como Camboya, Mozambique, El Salvador y Guatemala. Ahora, la ONU debe hacer gala del mismo espíritu, valor y energía. No puede quedarse de brazos cruzados ante el colapso de Afganistán.

Kai Eide y Tadamichi Yamamoto son diplomáticos y columnistas de The New York Times.