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De estatuas y edificios monumentales

Una de las películas más divertidas y dramáticas que he visto en los últimos años es Good Bye, Lenin! de Wolfgang Becker. Déjenme contarles la trama. La madre de Álex, una mujer orgullosa de sus ideas socialistas, despierta después de pasar ocho meses en coma. Álex no se atreve a explicarle la caída del Muro de Berlín y la instauración del capitalismo en Alemania Oriental, así que convierte su casa en una isla anclada en el pasado. La estafa comienza a derrumbarse cuando la madre ve que una estatua de Lenin es removida y trasladada. En una de las escenas, la madre observa cómo el dedo de Lenin parece apuntar el cambio histórico, mientras un helicóptero lo transporta.

La semana pasada, un grupo de manifestantes intentó derribar la estatua de Cristóbal Colón que se erige en El Prado de La Paz. No lograron echarla abajo por la intervención de la Policía, pero el rostro de Colón fue cubierto de pintura negra y perdió la nariz. No es la primera vez que los monumentos son blanco de protestas anticoloniales y/o feministas, el último incidente ocurrió en marzo, cuando activistas pintaron en el pedestal de Colón mensajes de denuncia contra el feminicidio; y cómo olvidar la intervención de Mujeres Creando que vistieron de una hermosa chola la estatua de Isabel La Católica. No es menor el hecho de que justamente son las mujeres y los indígenas quienes quieren destruir o resignificar esos símbolos de un pasado tan doloroso para ambos.

Personalmente no tengo ninguna simpatía por las estatuas, pues cuentan siempre solo una parte de la historia (usualmente la de los vencedores). Son como sombras fatuas que en las ciudades nos persiguen y nos intranquilizan. Con sentido irónico, las palomas se encargan de recordarnos la futilidad de nuestros triunfos humanos. Como todo monumento, las estatuas son actos narrativos con una función pedagógica; y esta función, más que conservar la memoria, es la construcción de la historia.

La memoria está intrínsecamente ligada a nuestra dependencia del pasado, que nos habla de lo que hemos sido hasta ahora, pero también de lo que estamos siendo. El valor de la película de Becker es que tematiza el olvido, tanto de valores antiguos, como de la cultura cotidiana y de las actitudes vitales de los ciudadanos en un contexto de cambio acelerado. Al igual que en la película, en Bolivia pervive la figura de la madre, fiel a un pasado republicano, añorando el tiempo perdido y que quisiera mantener su vida anclada en una sociedad que ya no existe. Al mismo tiempo, muchos jóvenes se encuentran como Álex, enfrentando la nueva realidad del Estado Plurinacional en la que tiene que moverse. Se mantiene expectante y abierto, pero también crítico ante todo lo nuevo que le espera.

Mientras perdemos la nariz de Colón, unas cuadras más arriba se desarrolla otro drama cinematográfico: la inauguración del edificio de la Asamblea Legislativa Plurinacional. Es el despliegue de ese gran Godzilla que nos retrotrae a las películas japonesas. Curiosamente, en muchas de las aventuras de Godzilla, el monstruo es el héroe de la película, al defender a Japón de los enemigos que lo quieren destruir. Una gran metáfora de ese Estado plurinacional naciente, todavía torpe y generador de caos. Pertinentemente, la tuitera Tu Patrimonio es mi Bendición afirma: “Si nuestro pensamiento cambia, ¿no debería cambiar el entorno también? Si en las ciudades es donde nos desarrollamos social y espiritualmente, ¿estas no deberían estar llenas de símbolos que nos representen en este presente? ¿Por qué seguir haciendo pedestales para el dolor?”.

Y la misma reflexión nos sirve para criticar el contenido del friso que adorna la sala de la Cámara de Diputados en el nuevo edificio de la Asamblea Legislativa. ¿No es acaso esto un reflejo de un aymaracentrismo? Si tenemos interés genuino de construir un Estado plurinacional como un proceso civilizatorio de transformaciones a largo plazo de las estructuras sociales y sobre todo de las actitudes y creencias de los bolivianos y bolivianas, es hora de poner atención a cómo construimos/mantenemos nuestros monumentos.

Lourdes Montero es cientista social.