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Oda al humo y las cortinas

A Estados Unidos le urge empezar a invertir en sí mismo. Y no hay duda de que se lo puede permitir. Pero, el camino hacia un futuro mejor se ha visto obstaculizado por el partidismo y los conceptos erróneos de rectitud hacendaria. Por eso me complace ver a los miembros del Congreso adoptar argucias presupuestarias.

Los antecedentes: el Senado parece estar a punto de aprobar un proyecto de ley de infraestructura bipartidista. Pero, ¿cómo llegó el Senado a ese punto? La política era bastante obvia: el gasto en infraestructura es muy popular y un número importante de republicanos no querían que se les considerara absolutos obstruccionistas. No obstante, lo que no estaba claro era cómo se financiaría el gasto.

A primera vista, las exigencias republicanas deberían haber hecho imposible el acuerdo. Sin embargo, al mismo tiempo, los republicanos insistieron en que el nuevo gasto fuera pagado, a diferencia, por ejemplo, del recorte de impuestos que aprobaron en 2017, del cual alegaron con desparpajo (y falsedad) que se pagaría solo.

Así que, ¿cómo lo hicieron? En esencia, se abrieron paso mediante engaños; gran parte del supuesto financiamiento provendría de trucos contables. En particular, involucraría la “reutilización” de dinero de los programas de ayuda del COVID-19 que terminaron costando menos de lo esperado, y se ignoraron los programas que costaron más de lo esperado. En otras palabras, se podría decir que la inversión en infraestructura se pagaría con cortinas de humo (la Oficina Presupuestaria del Congreso está de acuerdo). ¡Y eso está bien! De hecho, tal vez eso sea algo bueno.

¿Y qué hay de la preocupación de que un mayor gasto sea inflacionario? Aquí es donde se necesita un sentido de las magnitudes relativas. Estamos hablando de un gasto que se repartiría a lo largo de una década, una década en la que la oficina presupuestaria estima que el PIB total de Estados Unidos será de $us 287 billones. Así que incluso varios billones de dólares en inversión pública equivaldrían solo a un modesto estímulo fiscal como porcentaje del PIB, con cualquier impacto inflacionario controlado con facilidad mediante una política monetaria un poco más estricta. Ahora bien, la parte del programa de inversión pública que corresponde a los demócratas quizá incluya algunas fuentes genuinas de nuevos ingresos, aunque solo sea para satisfacer a los moderados que aún están preocupados sin razón por la deuda.

Pero a la hora de encontrar estas “desventajas”, la negativa del Partido Republicano a subir los impuestos o incluso a intentar recaudar los impuestos que se deben según la ley actual puede haber hecho un favor a los demócratas. ¿Por qué? Porque los demócratas pueden pagar mucho de lo que quieren con políticas populares. Las encuestas muestran que el aumento de los impuestos a las empresas y a los ricos suele tener una aprobación sistemática. Así que los republicanos han ofrecido a los demócratas una oportunidad de oro para demostrar que son responsables a nivel hacendario y están del lado de los trabajadores en contraposición a las élites tramposas.

Por supuesto, en el fondo, no deberíamos tener ninguno de esos debates. En un mundo mejor, los políticos señalarían con honestidad y franqueza que los gobiernos, al igual que las empresas, a veces deben pedir dinero prestado para poder realizar inversiones productivas. Pero si los políticos sienten la necesidad de ocultar lo que están haciendo con un poco de palabrería hacendaria, eso es mejor que no invertir en absoluto. La contabilidad creativa en busca de un futuro mejor no es ningún vicio.

Paul Krugman es premio Nobel de Economía y columnista de The New York Times.