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El censo fue aterrador para los nacionalistas blancos

Para algunos de nosotros, los datos del censo publicados el jueves fueron fascinantes. Para otros, supongo, fueron bastante aterradores. Gran parte de lo que hemos visto en los últimos años (el ascenso de Donald Trump, la xenofobia y los esfuerzos racistas por consagrar o al menos ampliar el poder blanco al llenar los tribunales de magistrados blancos y suprimir los votos de las minorías) ha tenido su origen en el miedo al desplazamiento político, cultural y económico.

Los acólitos del poder blanco vieron este tren acercarse desde la distancia —que Estados Unidos se estaba volviendo moreno, la disminución de la población blanca y la explosión de la no blanca— e hicieron todo lo posible para evitarlo.

Intentaron frenar la inmigración, tanto la ilegal como la legal. Emprendieron una guerra propagandística contra el aborto y presionaron a favor de los “valores familiares tradicionales” con la esperanza de persuadir a más mujeres blancas para que tuvieran más bebés. Orquestaron un sistema de encarcelamiento masivo que privó de su libertad a millones de hombres jóvenes en edad de casarse, en su mayoría negros e hispanos. Se negaron a aprobar leyes de control de armas mientras la violencia armada asolaba de manera desproporcionada a las comunidades negras.

En todos los niveles, en todos los sentidos, estas fuerzas, a sabiendas o no, trabajaron para evitar que la población no blanca creciera. Y, sin embargo, lo hizo.

Como informó The New York Times: “Los hispanos representaron cerca de la mitad del crecimiento del país en la última década, con un aumento de cerca del 23%. La población asiática creció más rápido de lo esperado: un 36%, un aumento que supuso casi una quinta parte del total del país. Casi uno de cada cuatro estadounidenses se identifica ahora como hispano o asiático. La población negra creció un 6%, un aumento que representó cerca de una décima parte del crecimiento del país. Los estadounidenses que se identifican como no hispanos y pertenecientes a más de una raza fueron los que más aumentaron, al pasar de 6 millones a 13,5 millones”.

Mientras tanto, la población blanca, en números absolutos, disminuyó por primera vez en la historia del país.

Estos datos son terribles para los supremacistas blancos. Como me dijo por teléfono Kathleen Belew, profesora adjunta de Historia de Estados Unidos en la Universidad de Chicago: “Esta gente vive este tipo de cambio como una amenaza apocalíptica”.

El tamaño de la población determina, hasta cierto punto, el poder que se ejerce. La única opción que les queda a los supremacistas blancos en este momento es encontrar la manera de ayudar a los blancos a mantener su poder, aunque se conviertan en una minoría de la población general, y la mejor vía para hacerlo es negarle el acceso a ese poder al mayor número posible de minorías.

Ahora estamos siendo testigos de un sorprendente y descarado intento de supresión del voto en todo el país. Creo que esto es solo el comienzo de algo, no el final, y que los esfuerzos por privar de sus derechos a los electores pertenecientes a minorías serán cada vez más descarados a medida que el movimiento del poder blanco se vuelva más desesperado. La supresión del voto por parte de los republicanos es un intento de apuntalar el poder de los blancos y disminuir el de los no blancos, y el Senado se los ha permitido.

El traspaso de poder no es un asunto cortés y amable como pasar la sal en la mesa. Las personas con poder luchan, a veces hasta el último momento, para conservarlo. Habrá un cambio, pero no sin dar batalla.

Charles M. Blow es columnista de The New York Times.