Talibanes o el terror anunciado
Con la caída de Kabul a manos de los talibanes, el pueblo afgano despertó la madrugada del 15 de agosto retrocediendo al más negro oscurantismo medioeval, que había creído erradicado desde 2001, cuando la coalición euro-americana derrota a la tiranía talibán que de 1996 a 2001 sumió a 37 millones de afganos al rigor más severo de la sharía, ese acopio de normativas islámicas de sometimiento a una cruel esclavitud religiosa. En ese marco, la condición de la mujer descendió a niveles infrahumanos, con la obligación al uso del burka total, esa túnica con solo dos agujeros para mirar al mundo, la prohibición de trabajar fuera del hogar o de salir a la calle sola, la lapidación por adulterio y ser forzada desde su tierna adolescencia al matrimonio impuesto contra su voluntad. Los varones debían portar barbas, turbantes y vestirse con ropa tradicional, siendo vedado el uso de trajes occidentales. La música de cualquier tono no era permitida, la reproducción gráfica en ilustraciones o fotografías de imágenes humanas o religiosas era castigada con azotes inclementes.
Iconoclastas en extremo, llegaron a dinamitar las centenarias esculturas de Buda en Bamiyan, declaradas por la Unesco como Patrimonio de la Humanidad. La corriente talibana nace con el reclutamiento de los estudiantes de religión en las famosas madrasas tanto afganas como paquistaníes y se fortalece durante los 10 años de ocupación soviética (1979-1989) cuando la CIA dotaba de armas y vituallas a los mujaidines que entonces combatían al invasor ruso, con tal ímpetu que lograron su retirada. El movimiento talibán que en 1988 ya contaba con la cooperación de Osama bin Laden, en función de gobierno, nutrió al grupo terrorista de Al Qaeda, que desde allí organizó el atentado a las Torres Gemelas de Nueva York, perpetrado el 11 de septiembre de 2001. Ese acto motivó la airada reacción de represalia ordenada por George W. Bush con la invasión consiguiente a ese país en 2001 y la escalada de acciones militares durante los siguientes 20 años, en la búsqueda de Osama bin Laden, quien finalmente, en 2011, fue abatido en Abbottabad, Paquistán, bajo el mandato de Barack Obama. No obstante, Estados Unidos no dio por terminada su misión en Afganistán, donde junto a sus aliados se enredaron más y más, puesto que en paralelo habían invadido también Irak en 2003, deponiendo a Saddam Hussein supuestamente vinculado a las operaciones terroristas. Ambas excursiones bélicas si bien mitigaron el terrorismo en la región, no pudieron controlar su expansión hacia otros escenarios en el Medio Oriente y en África. Ante la certidumbre cada vez más lejana de un triunfo sobre los talibanes, Estados Unidos entabló negociaciones discretas con la dirigencia talibana en Doha, Qatar, donde se comprometió a retirar sus tropas antes del 1 de mayo, admitiendo con ello una capitulación en cámara lenta. Ello dejó campo libre al avance insurgente.
¿Culpables? Tanto presidentes demócratas como republicanos gastaron en dos décadas, $us 83.000 millones en entrenar y equipar 300.000 tropas afganas que probaron ser ineficientes y poco motivadas para defender al gobierno constitucional. En el empeño se perdieron 2.300 soldados americanos y 60.000 afganos. Biden admitió su decepción en el desempeño afgano, gangrenado por la corrupción y por la ambigua fidelidad de sus combatientes que con asombrosa rapidez desertaron ante el avance de los rebeldes, operaciones en la que prima el tráfico del opio.
Ya en el poder, los talibanes al mando del mulá Abdul Ghani Baradar se esfuerzan por mostrar un rostro fresco, más flexible y tolerante, pero insisten en que toda libertad debe necesariamente enmarcarse en la tenebrosa sharía resistida por la población urbana que en 20 años adoptó modos de vida occidentales, pero curiosamente aceptada en los medios rurales donde los valores tradicionales tienen todavía vigencia. En el plano interno, la gran interrogante radica en si continuarán su vínculo con Al Qaeda y si lo tolerarán en su territorio. En el nivel externo, Paquistán necesita a Kabul como pieza de contención en su rivalidad con India. Rusia y China son jugadores importantes junto a la vecina Irán, en el nuevo tablero regional. Mientras Europa se preocupa por el flujo migratorio que se avecina. En esa inevitable avalancha Estados Unidos, como sus aliados europeos, deben incluir a miles de afganos que sirvieron de intérpretes, choferes, empleados e informantes que, obviamente, serían las primeras víctimas del rencor de los vencedores. El hoy rebautizado Emirato Islámico asegura que aprendió del pasado y que sinceramente desean doblar la página y promover una inserción fresca en la comunidad internacional. Empero, su credibilidad no pasa de cero.
Carlos Antonio Carrasco es doctor en Ciencias Políticas y miembro de la Academia de Ciencias de Ultramar de Francia.