Después del informe
El informe del Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes (GIEI) sobre los hechos de violencia ocurridos entre septiembre y diciembre de 2019 debería ser un parteaguas en la reflexión nacional sobre el estado de los derechos humanos y la convivencia social. Sus conclusiones no desaparecerán y tendrán impactos significativos en la dinámica política en el mediano plazo.
Quiero empezar manifestando mi molestia por la manera como este documento está siendo utilizado y discutido por parte de las dirigencias políticas y mediáticas. Demasiado rápido, el aspecto más relevante e histórico de este esfuerzo está pasando a segundo plano opacado por el tacticismo politiquero, la manipulación burda y la hipocresía a la enésima potencia.
El reporte es una imagen dolorosa de violaciones de derechos humanos en una escala intolerable para cualquier democracia. Contiene evidencias, difícilmente rebatibles, de que se produjeron “masacres” y “ejecuciones sumarias” por parte de fuerzas policiales y militares estatales. Aquí ya no hay “narrativa” que valga y hay que ser sinvergüenza para tapar, minimizar o manipular el sufrimiento de decenas de familias que deberían obtener una disculpa del Estado, de los políticos y motivar un esfuerzo colectivo para sancionar y reparar esas indignidades. De eso había que hablar primero, dejando claro que la convivencia no puede construirse sobre la impunidad y la evasión de responsabilidades.
Pese a la obscena manipulación que se observa en algunos comentaristas, medios y políticos, me parece que en el mediano plazo no lograrán tapar el sol con un par de portadas de periódico hipócritas. La fuerza del informe está en la tragedia que nos cuenta y certifica, y que, mal les pese, seguirá apareciendo en el espíritu de las mayorías sociales mientras no haya justicia. Por eso, la política no saldrá indemne de este hito y los políticos deberían pensar la cosa dos veces y encararla con seriedad e inteligencia.
Las oposiciones corren el riesgo, desde mi punto de vista, de profundizar su inviabilidad con su persistente asociación con Áñez y sus acólitos, asumiendo durablemente una identidad manchada por la corrupción, el clasismo, el racismo y la violación de derechos humanos. Porque no hay que engañarse, los atropellos y delitos del gobierno de la senadora beniana son nomás, guste o no, el centro del reporte del GIEI. Por tanto, tarde o temprano, en jurisdicción nacional o internacional esas responsabilidades deberán ser dilucidadas y el rey aparecerá en toda su sórdida desnudez. En consecuencia, difícilmente un proyecto de centro derecha liberal con alguna pretensión popular podrá ser creíble si esa asociación emotiva se consolida en los espíritus de las mayorías. Se quedarán con su 25% de recalcitrantes.
Tampoco me parece que las cuentas oficialistas sean tan fáciles. No basta con subirse en la ola del desprestigio de la derecha, imponer la “narrativa” es insuficiente, sobre todo si sus métodos de comunicación y persuasión son tan desprolijos. El masismo es gobierno, se le exige justicia, pero también que construya previsibilidad y certidumbre. La gente requiere horizontes, tranquilidad y saber a dónde va y cómo acabarán las cosas. El vértigo permanente no es buen negocio para ningún oficialismo.
Cumplir los mandatos del GIEI exige, por lo tanto, un diseño político y comunicacional ordenado, un proceso con reglas ciertas, tiempos claros y con un cierre razonable. Implica articular secuencias y tiempos, por ejemplo, de una ineludible reforma de la justicia, de juicios de responsabilidades con mayorías legislativas y de una pedagogía permanente sobre sus razones.
Por lo pronto, el Gobierno aparece empantanado en un manejo reactivo, como el mago que abrió la marmita, desatando los demonios y que espera que ésta se cierre por inercia después de comerse a sus adversarios. Cuidado que esos fantasmas e incertidumbres terminen también comiéndose al ingenuo aprendiz de brujo. La amenaza fantasma para los azules no es la decrépita y esperpéntica oposición sino la fatiga social y la tentación antipolítica, sobre todo si las dirigencias no parecen resolver bien ni siquiera algo tan dramático como las heridas de 2019.
Armando Ortuño Yáñez es investigador social.