Icono del sitio La Razón

La fotografía

Hubo fraude y no golpe; hubo golpe y no fraude, hubo fraude y golpe; no hubo fraude ni golpe; me importa un rábano y otro rábano. Éstas son las principales categorías pero no las únicas de los posicionamientos de los bolivianos respecto de los dramáticos acontecimientos que estallan durante el recuento de votos de las elecciones generales del 2019. El primer informe de la OEA bajo la dirección del entonces secretario ejecutivo de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, Paulo Abrão, ya planteaba los grandes ejes del descalabro. Sin embargo, las trabas del gobierno transitorio y el papel de Luis Almagro en la salida de Abrão quitaron impulso a un trabajo que hace pocos días recobró fuerza y verdad con las cientos de páginas entregadas por el Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes (GIEI). Los principales actores públicos leyeron con los lentes de sus intereses políticos, de sus verdades preestablecidas y caprichosas. Así, hay tantas lecturas como intencionalidades. Bajo ese mismo derecho, pongo en este cuadrado de papel o pedacito de pantalla, la lectura de la A amante que en situaciones como ésta quiere ser más amante que parlante, más amante que pensante.

El documento sobre la violencia y la violación de derechos humanos en 2019 muestra la indolencia con la que se trató, desde el poder, al prójimo, a la prójima. Información ampliamente sustentada que a su vez es la foto de un Estado raquítico y una democracia contaminada de odio político y de un racismo de siglos, una sociedad quebrada por la diferencia y el desprecio, todo representado en medios de información presos de los mismos síntomas, repitiendo los discursos irracionales de que se mataron entre ellos o de que querían volar la planta de Senkata sin buscar en esos días, a las víctimas de la violencia y la muerte. Y tantas esquinas en las que grupos física o simbólicamente violentos hacían el streap tease de su mezquindad y su intolerancia.

Acabamos de recordar los 50 años del golpe banzerista del 21 de agosto de 1971 y resulta que nuestra celda sigue siendo la misma. Se perpetraron, en nuestras narices, masacres, ejecuciones sumarias, torturas, persecuciones, detenciones ilegales, violencia sexual, todo envuelto en discursos de odio, decorado con variedad de actos racistas. Nuestra celda, como en el pequeño mundo de Banzer, es obscura, fría y apesta.

Esta A amante está del lado de las víctimas. Es, como siempre, el lado de los más desamparados, de los discriminados, de los pobres, de las mujeres, de los indígenas. Es un lado que está a espaldas del Estado. Ay, el Estado: esa estructura sin rostro que quiere estar en todo y está en tan poco; esa criatura de piel helada; extendió su brazo policial y su brazo militar con la autorización de un gobierno transitorio extraviado en su poder y ciego en su venganza. No fue para abrazar y defender a su pueblo, como insiste alguna activista de los derechos de ciertos humanos únicamente, fue para disparar, para torturar, para agredir sexualmente a las mujeres pobres e indígenas. Como hicieron ciertos médicos de este mismo Estado atrofiado cuando se negaron a atender, por ser “indios” o “masistas”, a los heridos de bala de esos días. Está escrito en el informe. Está sellado en el corazón y en la memoria y después de este documento, no podemos dar un paso más con estas Fuerzas Armadas, no podemos dar un paso más con esta Policía.

En ese otro lado también está el sistema de justicia con sus tentáculos corruptos, con sus omisiones, con sus acomodos al poder del día, con sus laberintos que nos están enfermando como sociedad. Ni un paso más con este sistema judicial que detiene ilegalmente, que funciona según el color político de turno en el poder o según el color de nuestra piel.

En los últimos días el país se volvió a tensionar con el debate sobre las condiciones de Jeanine Áñez en la cárcel y, pese a tener delante de nosotros este informe que nos está suplicando actuar con honestidad, responsabilidad y justicia, los enfrentamientos en la puerta de la cárcel de mujeres nos volvieron a poner en el borde. Ante la indolencia con una mujer presa que hoy sufre, las exigencias de respeto de los derechos visiblemente selectivas que guardaron un sonoro silencio cuando se violaron los derechos fundamentales de otras mujeres y hombres durante el gobierno transitorio o los insultos más hirientes al que levanta una wiphala, se abre un vacío que corta las venas de este país que es nuestra única casa. Es un vacío que nos persigue. Es el vacío del milenario desencuentro.

Claudia Benavente es doctora en ciencias sociales y stronguista.