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Pocas razones para celebrar

COLUMNA VERDE

Después de un año, tengo la oportunidad de volver a escribir esta columna con el objetivo de conmemorar el Día Nacional de las Áreas Protegidas de Bolivia, a celebrarse el 4 de septiembre. Sin embargo, esta vez, se hace más difícil escribir para una fecha conmemorativa cuando existen pocas razones para celebrarla, y es que, en los últimos tiempos, a través de la prensa y distintas voces en redes sociales, se ha hecho más visible el nivel de desatención y descuido de nuestros espacios naturales protegidos y su biodiversidad.

Bolivia, reconocido como un país megadiverso, tiene 22 áreas protegidas nacionales que abarcan el 16% del territorio, y más de una centena de espacios naturales protegidos departamentales y municipales. La Constitución Política las reconoce como un bien común que forma parte del patrimonio natural y cultural del país, y que éstas cumplen funciones ambientales, culturales, sociales y económicas para el desarrollo sustentable.

Tanto las crecientes amenazas que dañan nuestras áreas protegidas y sus valores de conservación, como el deterioro de la institucionalidad a cargo de su gestión nos muestran un panorama bastante desalentador. Las presiones como la deforestación, los incendios forestales de gran magnitud, proyectos de infraestructura como represas y caminos, creciente actividad minera, prospección petrolera, nuevos asentamientos y actividades ilícitas de extracción de recursos naturales son las más llamativas y las que se hacen cada vez más comunes.

A esta realidad, se suma una profunda crisis económica e institucional del sistema nacional de áreas protegidas por la falta de recursos financieros, constantes recortes presupuestarios para actividades operativas básicas de protección y vigilancia, así como cambios y reducción de personal, inseguridad laboral y pérdida de recursos humanos. Su importancia y valor no pueden ser indiferentes a la mirada de quienes son responsables de su protección. Nuestras áreas protegidas llevan consigo una gran biodiversidad y albergan en sus alrededores comunidades que se convierten en guardianes de su conservación.

Este escenario pesimista es una oportunidad para ser más autocríticos sobre cómo estamos cuidando nuestra riqueza natural. Que sea una ocasión para tomar mayor conciencia de que las áreas protegidas son la estrategia fundamental para conservar la biodiversidad y el desarrollo sostenible. Que podamos entender que sus beneficios van más allá de sus límites, y de cuánto nos favorecemos de los servicios ecosistémicos que proveen y de los recursos genéticos que resguardan. Que seamos capaces de darnos cuenta que contribuyen al bienestar humano, mitigan la pobreza, aportan a la seguridad alimentaria y del agua y que son esenciales para la salud y bienestar del planeta entero como soluciones naturales para mitigar y adaptarnos a los nuevos escenarios de cambio climático.

¡Y que el próximo año tengamos más razones para celebrar y honrar a nuestras áreas protegidas!

Heidy Resnikowski es subgerente de Proyecto de la FAN.