Ricos que ganan con la pandemia
La irrupción del COVID-19 fue desde hace un par de años el flagelo que causó hasta el presente más de seis millones de muertes, desempleo galopante, modificación del estilo de vida para todas las capas sociales, cambios en la alimentación, parálisis de los sistemas educativos, replanteos en la geopolítica mundial, caída o deterioro de los gobiernos locales, destrozos en las estructuras familiares, y lo que es más trágico: una mutación descarnada en los valores societales que puso al descubierto la peor cara de la naturaleza humana, al apuntar a los ancianos como una carga social prescindible, o sea el tratar de salvar la vida de quienes tenían poco chance de curarse sería un gasto inútil, en vez de dejar ese espacio a gente más joven y productiva en el mercado del trabajo. Frente a ese cuadro apocalíptico, irónicamente, el capital financiero concentrado en pocas manos acumulaba ganancias fabulosas para los laboratorios fabricantes de vacunas, para los poseedores de talento en la alta ciber-tecnología y para algunos manipuladores de las bolsas donde, por ejemplo, en Estados Unidos sus beneficios sobrepasaron el 30% desde el inicio de la pandemia y, a nivel mundial OXFAM calcula que, en 2020, sumaron $us 3.900 millones.
Thomas Piketty (50), aquel economista francés que de profesor universitario en París se convirtió en celebridad mundial con la publicación de su obra Capital e ideología (2019), un estudio histórico sobre la evolución de las desigualdades en los ingresos, ahora, siempre obsesionado en su lucha por la equidad, acaba de lanzar otro “manual de combate” contra las brechas sociales, denominado Una breve historia de la igualdad (Seuil, 2021, 336 páginas), en el cual sostiene que el progreso social es un movimiento continuo que avanza desde hace dos siglos, al compás de luchas y de crisis, para terminar proponiendo un esquema —según él— “ideal”: una democracia socialista, descentralizada, participativa, feminista, mestizada y ecológica que abra —realmente— los mismos derechos y oportunidades para todos. Esta plataforma de nueva izquierda ofrecería “una soberanía universalista” en contraposición a las petizas soberanías nacionalistas. En declaraciones a la prensa, Piketty declara que la demanda de igualdad cobra mayor fuerza por lo poco democrático del actual sistema de escrutinio censitario heredado del pasado, cuando solo los más ricos podían votar. Yo añadiría que aquello también ocurría en Bolivia antes que en 1953 el gobierno de la Revolución Nacional instituyera el voto universal. Hoy en día, en Francia, denuncia Piketty, “en el modelo de financiamiento de los medios de comunicación, y de las campañas electorales, los más ricos hacen donaciones a aquellos candidatos que mejor defiendan sus intereses particulares”.
Evocando el pasado colonial-esclavista del Imperio Francés, Piketty recuerda que, obtenida su independencia, Haití debió pagar a Francia, desde 1825 hasta 1950, una deuda gigantesca como resarcimiento a los propietarios de esclavos que se sentían expoliados con la abolición de la esclavitud. Viendo la trágica situación actual de ese país, la Francia republicana debería reparar esa injusticia histórica, que el economista calcula en 30.000 millones de euros, lo que solo representaría el 1% de la deuda pública francesa, pero que equivale a tres años del PIB haitiano. Pero para dar este paso se requiere primero transformar el sistema económico internacional reduciendo las desigualdades y dando acceso a todos, en lo posible, a la educación, al empleo y a la propiedad. Piketty apela —nuevamente— a usar la política impositiva como motor del cambio.
Aunque el combate ideológico del colega Piketty —en las circunstancias presentes— pareciera una quimera, recordemos, sin embargo, que las grandes verdades, al decir de G.B. Shaw, comenzaron siendo grandes blasfemias y que, las profundas ideas revolucionarias, se iniciaron casi siempre en Francia.
Carlos Antonio Carrasco es doctor en Ciencias Políticas y miembro de la Academia de Ciencias de Ultramar de Francia.