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Thursday 28 Mar 2024 | Actualizado a 13:16 PM

El modelo afgano de intervención

/ 8 de septiembre de 2021 / 01:16

La salida del último avión de las fuerzas armadas de EEUU del aeropuerto de Kabul el penúltimo día de agosto me dejó como economista una pésima sensación. Los EEUU, en decisión unilateral, sin autorización de Naciones Unidas ni de su Consejo de Seguridad, se metieron hace 20 años en Afganistán, comprometieron a los países de la OTAN en una intervención armada y después se salen, como si no hubiera pasado nada en la historia de la humanidad.

Los medios de comunicación muestran las labores caritativas para ayudar a escapar a los refugiados afganos ante el terror de los talibanes, a los que en una época los EEUU ayudaron y apoyaron con armamento para combatir la intervención de los rusos, hasta que los invadieron para sacarlos del poder con la excusa de los atentados a las Torres Gemelas, pese a que hasta ahora no es pública toda la información de lo que pasó realmente, según denuncia de los familiares de los muertos de ese atentado.

Las terribles imágenes dan la impresión de que son parte de una mala película de guerra con un final infeliz, sin el típico héroe tipo Rambo y sin la soberbia del jefe militar a cargo del desastre.

La primera preocupación que me saltó es que alguien debería hacer algo en el tema de las intervenciones militares. En un mundo aparentemente multilateral, Naciones Unidas tendría que ser la autoridad mundial que debería hacer algo, aparte de sus comunicados extemporáneos. Ahora, como sucede en la realidad, en un mundo unilateral en lo relativo al poder militar, bajo la hegemonía de los EEUU, debería por lo menos sujetarse las intervenciones a algunas reglas del juego bajo la Corte Internacional de La Haya, donde van a parar acusaciones de genocidio a gobernantes.

No me imaginé el tremendo costo de la guerra; más de $us 900.000 millones, equivalente según mis cálculos al 4% del PIB de los EEUU, más o menos $us 45.000 millones por año, mucho más que el PIB de Bolivia. Ese dinero, o por lo menos una parte, podía haberse utilizado para ayuda al desarrollo, administrado por Naciones Unidas, para combatir la pobreza y el deterioro del medio ambiente.

Se supone que con tan elevado gasto la economía afgana sería una de las más desarrolladas en 20 años de ayuda. Lamentablemente, la intervención, según la BBC Mundo, dejó una economía más dependiente y atrasada. La ayuda externa representaba el 75% del financiamiento del gasto público y era equivalente a más del 20% del Ingreso Nacional Bruto. Lo más preocupante es que después de 20 años de intervención directa de los EEUU, Afganistán concentra el 80% de la producción mundial del opio, que contribuía al 11% de la economía del país y cuyo tráfico generaba entre $us 1.000 y 2.000 millones anuales, y que yo sepa EEUU nunca “descertificó” a Afganistán, hasta ahora, como amenaza hacer a Colombia, Perú y Bolivia. La política antidroga la maneja a su conveniencia.

Por último, está el papel del FMI, que en noviembre de 2020 aprobó un Servicio de Crédito Extendido (Extended Credit Facility) por $us 370 millones y que antes, por el tema del COVID-19, había aprobado un Servicio de Crédito Rápido (Rapid Credit Facility) por $us 220 millones. Hoy en día esos recursos están congelados por el cambio de administración, ya que la declaración escueta del FMI dice: “Actualmente hay una falta de claridad dentro de la comunidad internacional con respecto al reconocimiento de un gobierno en Afganistán, como consecuencia de lo cual el país no puede acceder a los Derechos Especiales de Giro (DEG) u otros recursos del FMI”.

Para terminar con un broche de oro, según noticias de prensa, se bloquearía la parte de los $us 9.000 millones que tiene las reservas del Banco Central afgano fuera del país, puesto que el gobierno de Joe Biden indicó que los talibanes no tendrían acceso a las reservas que se hallan en su territorio.

En síntesis, el desastre de Kabul es la peor carta de recomendación de los EEUU para intervenir en los asuntos de un país. Ojalá la lección sirva para algunos políticos de la región que claman por su intervención, como la carta de los 20 diputados bolivianos en abril de 2019, pidiendo a Trump “tenga a bien interceder”.

Gabriel Loza Tellería es economista, cuentapropista y bolivarista.

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¿Hay o no burbuja financiera?

La exuberancia reciente en las bolsas se relaciona con las empresas tecnológicas y en particular con la IA

Gabriel Loza

/ 20 de marzo de 2024 / 06:38

Hace un año ocurrió en EEUU una crisis bancaria o minicrisis que se gatilló con la caída del Silicon Valley Bank, uno de los principales prestamistas de las empresas tecnológicas estadounidenses, el décimo sexto banco en el ranking de EEUU y el primer banco grande en desplomarse después de la gran crisis financiera de 2008. Desató una clásica corrida bancaria relacionada con las empresas start up tecnológicas y el colapso del Signature Bank, un banco regional que se había centrado en los activos digitales al convertirse en uno de los pocos bancos que aceptaban criptodepósitos.

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El gobierno de EEUU actuó rápidamente y después se hicieron algunos cambios regulatorios. Sin embargo, Paul Davies en Las crisis financieras son una característica del sistema estadounidense, no un defecto, en Blomberg, señala que ha transcurrido un año desde los descalabros de Silicon Valley Bank y Signature Bank con los gritos renovados de “nunca más”, pero que los esfuerzos de las autoridades no solucionarán esencialmente el problema de la banca ni dejarán sin crédito a la economía. Concluye que “se trata de simples retoques de acuerdos políticos y sociales de largo plazo, en un país donde el sistema bancario se construye a partir de un equilibrio entre el poder de los grupos de interés para reclamar acceso a los créditos, la habilidad de los banqueros para ejercer presión en favor de sus protecciones y beneficios, y las necesidades de endeudamiento de los propios gobiernos”.

En este contexto del supuesto aterrizaje suave y de condiciones financieras relativamente más laxas, llama mucho la atención la efervescencia de algunos mercados financieros. Así tenemos el ascenso del Standars & Poors 500, uno de los índices bursátiles más representativos, desde un nivel cercano a los 4.000 hace un año hasta escalar a 5.117 el viernes de la semana pasada, equivalente a una suba del 28%

La exuberancia reciente en las bolsas se relaciona con las empresas tecnológicas y en particular con la Inteligencia Artificial. Parece que el capitalismo en su sobrevivencia, pese a fuertes perturbaciones y crisis, encuentra distintos salvavidas y drogas que le permiten alargar su vida y gozar de buena salud hasta ahora.

Según Reuters, el índice de referencia S&P 500 ha subido más del 25% en los últimos cinco meses, un fenómeno que ha ocurrido solo 10 veces desde la década de 1930. En un avance liderado por las sorprendentes ganancias del fabricante de chips Nvidia, el S&P ya ha alcanzado 16 máximos históricos este año, la mayor cantidad en cualquier primer trimestre desde 1945.

Es justamente la exuberancia del mercado, y en especial el boom de empresas como Nvidia (cuyas acciones han subido más del 80% este año después de triplicarse en 2023) lo que hace recordar con crisis pasadas cuando los precios de los activos se dispararon a alturas insostenibles solo para desplomarse, como la crisis de las puntocom de 1999 y los repuntes de las acciones meme (acción que gana popularidad entre los inversores minoristas a través de las redes sociales y generalmente se basa en memes de internet) de 2021.

El problema del auge de S&P 500 está en su alta relación con el desempeño de algunas empresas como Nvidia, aunque hace unos años estaba relacionado con el desempeño de las acciones de Tesla, llegando a decir JPMorgan: «Advertimos a los inversores que es probable que esta relación funcione a la inversa cuando la euforia de la IA alcance su punto máximo».

Adicionalmente, está el auge del Bitcoin (BTC) con un precio rondando los $us 70.000, cuando hace un año estaba en $us 28.000, como resultado de la aprobación en la bolsa de valores, en enero de 2023, del ETF (Exchanged Trade Fund) de Bitcoin, que es un instrumento de inversión que, aunque regulado, funciona como una acción en función del rendimiento del Bitcoin.

En conclusión, es muy difícil predecir si este auge es una burbuja y cuándo va a estallar. Ex post se dice que Roubini predijo el estallido de la crisis subprime en 2007-2008, pero desde hace tiempo sigue insistiendo en una crisis financiera y de deuda. Como ya no existen el oráculo de Delfos ni Nostradamus, las predicciones de los economistas han perdido aceptación y lo que único que podría decir, desde que empecé en mercados financieros internacionales con el Efecto Tequila, en el Banco Central, es que en el ambiente de los mercados financieros algo huele mal.

(*) Gabriel Loza Tellería es economista, cuentapropista y bolivarista

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La otra cara del dólar

Hay que poner un nuevo blindaje acorde con los misiles de esta megacrisis y corregir nuestros errores o tocar madera

/ 10 de marzo de 2024 / 06:46

OPINIÓN

Como de costumbre, cuando se enfrenta un problema la idea no es tanto enfrentarlo sino el arte es echar la culpa a algo o a alguien. En el caso del fuerte desequilibrio externo que atraviesa la economía boliviana, expresada en una elevada escasez de divisas no tan transitoria porque lleva más de un año, aprovechando los datos del INE apareció el culpable, el déficit comercial en 2023 a diferencia del superávit de 2022 y en especial la balanza deficitaria de combustibles. Sin embargo, estos déficits son solo una parte del problema, un lado de una moneda de un dólar.

Como no tenemos los datos de balanza de pagos a diciembre de 2023, con base al tercer trimestre de 2023 podríamos analizar otros componentes; como el pago de intereses por deuda ($us 407 millones) y la remisión de utilidades al exterior ($us 394 millones), que al no ser compensadas por las remesas ($us 809 millones), la balanza de pagos en cuenta corriente presenta un saldo deficitario de $us 457 millones equivalente al 1% del PIB, mientras que en el mismo periodo en 2022 teníamos un superávit de $us 815 millones (Gráfico 1). Lo más probable es que para todo el año, dado además el déficit comercial a diciembre, el saldo negativo en cuenta corriente de la balanza de pagos sea mayor al 1,5% del PIB.

Todo este párrafo quiere decir simplemente que además del problema con la balanza comercial, el país tiene salidas netas negativas de divisas por concepto de servicios financieros, que no son compensadas por el ingreso neto de remesas del exterior, lo que ha ocasionado un déficit en cuenta corriente. Así, el saldo negativo de la cuenta corriente representa el endeudamiento neto (déficit) de la economía frente al resto del mundo. No obstante, este déficit es manejable y menor al de otras economías de la región, dado que las señales de alerta están en torno al 4% del saldo negativo respecto al PIB y, justamente, existe el financiamiento para apoyo de desequilibrios de balanza de pagos por parte del FLAR y el FMI. Cabe recordar que Colombia, Perú y Chile recurrieron al FMI con anticipación en 2022 justamente por los efectos de la pluricrisis. Hace un año exactamente, el 8 de marzo de 2023, en mi artículo de

La Razón (https://www.la-razon.com/voces/2023/03/08/los-efectos-de-la-guerra-y-las-opciones-de-politica/), advertí oportunamente: “El impacto más notorio en la economía boliviana de esta pluricrisis fue en el desequilibrio del sector externo, el cual se puede enfrentar con mayor endeudamiento externo, modificación del tipo de cambio y con uso de las Reservas Internacionales Netas (RIN). Bolivia optó por las RIN, las cuales, en enero de 2020, antes de la primera crisis, eran de $us 6.374 millones y que, a enero de 2023, como resultado de la pluricrisis, cayeron a $us 3.616 millones, mostrando una pérdida acumulada de $us 2.758 millones”. Si actualizamos la caída a $us 1.708,6 millones a diciembre de 2023, la pérdida acumulada desde el inicio de la pluricrisis es de $us 4.665.4 millones, equivalente a un 9,7% del PIB (Gráfico 2).

Empero, además de la cuenta corriente, el problema de fondo de la economía boliviana está en la cuenta financiera que registra “las transacciones relativas a los activos y pasivos financieros que tienen lugar entre residentes y no residentes”, la cuenta financiera mide la forma como se financia el endeudamiento neto según el VI Manual de Balanza de Pagos del FMI. Según el Banco Central (BCB): “La Cuenta Financiera registró un resultado equivalente a -4,7% del PIB ($us 2.142 millones), debido a desembolsos netos de deuda externa pública y el uso de Activos de Reserva, este último por las repercusiones del contexto internacional marcado por incrementos en el nivel de precios de los combustibles respecto al primer y segundo trimestre de 2023 y las tasas de interés a nivel global aún elevadas, desencadenando mayores presiones en el uso de divisas para la importación de carburantes y pago del servicio de la deuda externa”.  Sin embargo, el financiamiento externo neto fue mínimo y todo el ajuste recayó en la pérdida de RIN, puesto que el BCB señala que: “Por su parte, la Cuenta Financiera sin considerar el uso de Activos de Reserva presentó un financiamiento neto del exterior igual a 0,2% del PIB ($us 99 millones), principalmente por el aumento de pasivos en la Cuenta Otra Inversión por préstamos del gobierno general”.

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Empero, el reporte de Balanza de Pagos del BCB no hace mención escrita sobre la partida errores y omisiones, solo presenta sus cifras en el balance de pagos en forma separada de la Cuenta Financiera, donde aparece al tercer trimestre de 2023 el dato negativo de $us 1.688 millones, equivalente a un 3,5 % del PIB. El problema es que este saldo siempre ha estado presente en la economía boliviana históricamente (Gráfico 3). Según el FMI, “un valor siempre NEGATIVO para los errores y omisiones netos podría indicar que los asientos de crédito están sobreestimados o los asientos de débito están subestimados”, es decir, son saldos no registrados, ya sea de las transacciones corrientes, como por ejemplo el contrabando o de las transacciones financieras, como la salida de capitales.

Por tanto, podemos concluir que los problemas del desequilibrio externo en 2023 no solo están relacionados, por un lado, con el déficit comercial sino también, por otro lado, la Cuenta Financiera (amortización de la deuda, inversión directa extranjera e inversión en cartera) de y sus servicios (interés de la deuda y remisión de utilidades), a la que se añade un lado oscuro, un lado oculto, que es el monto significativo de la partida de Errores y Omisiones.

En síntesis, estamos frente a un desequilibrio estructural de varios componentes en los flujos comerciales y financieros, legales y no legales, que no responden a una coyuntura determinada ni son transitorios, sino que expresan problemas latentes gatillados por la conjunción de varias crisis desde 2020.  

Para terminar, reitero desanimadamente lo señalado hace un año: “En consecuencia, hay que poner un nuevo blindaje acorde con los misiles de esta megacrisis y corregir oportunamente nuestros errores o tocar madera”.

https://www.la-razon.com/voces/2023/04/05/incrementar-la-liquidez-en-moneda-extranjera/

Gabriel Loza Tellería Economista, cuentapropista y bolivarista

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Derrotar la inflación y el mediano plazo

Resulta que el FMI prescribe adoptar medidas monetarias contractivas para derrotar ‘definitivamente la inflación’

Gabriel Loza

/ 6 de marzo de 2024 / 06:35

A fines de febrero, en la reciente reunión en San Pablo de los ministros de Hacienda y las autoridades de los bancos centrales del G20, que reúne a las economías más avanzadas tanto desarrolladas como emergentes, la directora del FMI repitió las Perspectivas de la Economía Mundial de enero de 2024, en el sentido de que “tras varios años de shocks, prevemos que el crecimiento mundial se sitúe en 3,1% este año, con la inflación a la baja y mercados laborales estables. Esta resiliencia sienta una base para dirigir la atención hacia las tendencias a mediano plazo que están definiendo la economía mundial”.

Entre los economistas es tradicional la discusión entre el corto plazo y el largo plazo. Se hace generalmente mal uso de una cita de Keynes, en diciembre de 1923: “A largo plazo todos estamos muertos”, puesto que no se completa dicha frase y no se dice el contexto, ya que Keynes continúa señalando que “los economistas se plantean una tarea excesivamente fácil e inútil si en las épocas tempestuosas solo pueden decirnos que cuando la tormenta haya pasado de largo, el océano volverá a estar calmado”. Y lo dijo en su Tratado del dinero, cuando los economistas creían que los brotes de inflación se agotaban por sí solos y el mercado volvía al equilibrio inicial o a lo que unos ahora llaman “la nueva normalidad”, a la tasa del 2% de inflación.

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Las palabras de la directora, como el informe del FMI, huelen un poco a los planteamientos de los monetaristas de hace un siglo. Hacen, implícitamente, una separación entre corto y mediano plazo como si fueran dos momentos distintos en el tiempo y no una continuidad, estableciendo un corte entre las acciones que hacemos ahora sin considerar sus consecuencias en el mediano plazo. Así recomienda que “además de adoptar medidas monetarias y fiscales que sienten bases sólidas, las autoridades tienen que abordar con urgencia los factores que impulsan el crecimiento a mediano plazo”. La receta es adoptar medidas monetarias restrictivas y la “consolidación fiscal”, y una vez derrotada la inflación dirigir la atención a los problemas del crecimiento.

Resulta que el FMI prescribe adoptar medidas monetarias contractivas para derrotar “definitivamente la inflación” evitando “una moderación prematura o demasiado rápida de las tasas”. En este contexto, alaba la política del Banco Central de Brasil, de la cual no está de acuerdo el presidente Lula, porque fue uno de los “primeros Bancos Centrales en elevar su tasa de política monetaria, y luego relajar la política conforme la inflación retornaba a su meta”. Lo cierto es que, si bien fue uno de los primeros en subir su tasa hasta alcanzar el 11,75%, equivalente a una tasa real de 7,2 %, 4 puntos porcentuales por encima de la inflación, es casi uno de los últimos en bajar, como sucedió recién en febrero de este año, al reducir su tasa de política monetaria solamente al 11,25% nominal. En el ranking de las altas tasas de interés positivas (por encima de la inflación) está justamente el elogiado Banco Central de Brasil, con la tasa más alta do mundo después de Rusia (a la que por supuesto no alaba el FMI). 

La discusión, que ya se ha iniciado y que seguirá por mucho tiempo, es si los Bancos Centrales actuaron correctamente elevando simultáneamente sus tasas de interés. Para Stiglitz: “El aumento de las tasas de interés no resolvió el problema que enfrentamos: la inflación del lado de la oferta y del desplazamiento de la demanda. En todo caso, la desinflación se ha producido a pesar de las acciones de los Bancos Centrales, no gracias a ellas”.

Una posición más conciliadora es la de Joseph E. Gagnon (PIIE) al concluir que: Los resultados… sugieren que los shocks de oferta fueron los principales culpables, pero que la demanda probablemente jugó un papel de apoyo, especialmente en Estados Unidos.

No sé si esta famosa conclusión absuelve a los Bancos Centrales o los termina de condenar. Si así fuera, ¿se justificaría que, para enfrentar este simple papel de apoyo de la demanda, los Bancos Centrales en forma simultánea hayan desplegado semejante batería disparando sus misiles de elevadas tasas de interés, arengados por la general en jefe del FMI hasta derrotar la inflación?

(*) Gabriel Loza Tellería es economista, cuentapropista y bolivarista

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El ciclo del gas: buena suerte o buenas políticas

Políticas de Estado y la buena suerte influyeron en el ciclo del gas. Va a ser necesario también para el ciclo del litio

Gabriel Loza

/ 21 de febrero de 2024 / 07:05

En el país la tendencia de los análisis económicos, tanto a nivel oficial como no oficial, ha sido de dar más importancia al tema de la renta de hidrocarburos, al take government, es decir a los ingresos fiscales obtenidos por la nacionalización del gas y a su repartición. Pero antes de los ingresos fiscales, primero están los ingresos de divisas provenientes de las exportaciones de gas y, mucho antes, están los gaseoductos para exportar y, previamente, la exploración y explotación de los yacimientos de gas entre pozos viejos (San Alberto con el pozo SAL-X9 descubierto por YPFB en 1990) y nuevos pozos (el campo Margarita fue descubierto a finales de los años 90 y entró en producción en 2003), y a partir de 2010 con la concreción de un nuevo contrato con el mercado argentino, se impulsó el desarrollo del campo Margarita-Huacaya que se convirtió en el principal productor de gas natural con el 32% del total. Así, el 78% del gas proviene de cuatro campos descubiertos antes de 2005.

Lea también: ¿El fin de la Renta o Excedente Comercial de Hidrocarburos?

Es decir, se trata de resultados de políticas estatales de largo plazo y que para no remontarnos muy lejos, a la Guerra del Chaco, nos remitimos solo a hace más de 30 años, a las políticas aplicadas en los años 90 y que recién empezaron a dar frutos a partir de 2000 cuando las exportaciones de gas solo representaban el 12,1% de las exportaciones totales. Durante el boom de los commodities llegaron a subir a un máximo de participación en el total exportado de 54% en 2013 y para luego declinar hasta llegar al 19% de incidencia en 2023, muy cercano al 17,3% de la participación respecto al total exportado que registró en 1992, volviendo de esta manera a principios del ciclo del gas de los 90.

Sin las exportaciones de gas nos hubiera golpeado muy fuerte la crisis global financiera cuando empezaron a caer las reservas internacionales a mediados de 2009, pero llegaba al Banco Central mensualmente la factura del gas por cerca de $us 300 millones y así hasta agosto de 2022, y luego empezaron a bajar a $us 200 millones en enero de 2023 y a $us 170 millones en diciembre, a lo que se sumaron los pagos pendientes por parte de Argentina.

Sin embargo, el tema no solo es el nivel de las exportaciones sino la propiedad y la renta de hidrocarburos. Con la Ley de Hidrocarburos de mayo de 2005, se recuperó la propiedad de los hidrocarburos en boca de pozo para el Estado Boliviano y estableció el Impuesto Directo a los Hidrocarburos (IDH) con una alícuota del 32% del total de la producción de hidrocarburos, el cual sumado a la regalía del 18% daba una renta directa del 50%. La ley estableció que esta sumatoria “no será en ningún caso menor al cincuenta por ciento (50%) del valor de la producción de los hidrocarburos en favor del Estado Boliviano” (sic). Con base en esta norma, la llamada nacionalización de los hidrocarburos del 1 de mayo de 2006, el Decreto Supremo “Héroes del Chaco” no dispuso ninguna expropiación, sino una firma obligada de contratos de exploración y explotación y su aprobación en el Congreso, que cambió las anteriores condiciones que tenía Bolivia con las empresas petroleras. Dispuso la obligación de entregar en propiedad a YPFB la producción de hidrocarburos y su comercialización tanto para el mercado interno como externo. Estableció un adicional 32% a través de una participación adicional para YPFB hasta el 82%, y el saldo de 18% para las compañías.

Es decir, hubo un cambio político en la disposición del uso del excedente desde 2004, pero también los astros se alinearon puesto que después de que los precios de los commodities se mantuvieron en un bajo nivel entre 1992 y 2003, llegaron a triplicarse con el llamado boom del precio de los commodities (2004-2014), el cual primero se desinfló con la caída de los precios de la minería en 2011 y después con la caída de los precios del petróleo a partir de 2015. Esta fase declinante duró hasta el COVID-19 en 2020, para luego recuperarse los precios de los commodities en 2021 hasta mediados de 2022, cuando empezaron de nuevo a declinar hasta fines de 2023.

En conclusión, políticas de Estado y la buena suerte influyeron en el ciclo del gas. Va a ser necesario también para el ciclo del litio.

(*) Gabriel Loza Tellería es economista, cuentapropista y bolivarista

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¿El fin de la Renta o Excedente Comercial de Hidrocarburos?

Por su posible agotamiento, los recursos hidrocarburíferos ya no están para salvarnos de la pluricrisis que empezó en 2022.

/ 18 de febrero de 2024 / 06:59

OPINIÓN

El dato del INE del déficit comercial de $us584,7 millones, equivalente a 1,2% del PIB, en todo 2023 ha impactado pese a que el país viene ya desde septiembre de 2022 hasta la fecha, registrando por 13 meses, de los 16 meses, saldos mensuales negativos comerciales por un acumulado de $us1.080,4 millones.

Sin embargo, en julio de 2022, en mi artículo publicado en LA RAZÓN “¿La recesión mundial a la vuelta de la esquina?”, pronosticaba que: “El impacto en nuestra economía se sentirá más en el segundo semestre de 2022 por lo que deberíamos estar preparados con todo el instrumental de la política económica y los mecanismos disponibles de financiamiento externo o, toquemos madera”. La recomendación en julio de 2022 no sirvió de mucho, ni siquiera tocar madera, puesto que se seguía resaltando el récord histórico de las exportaciones y el superávit comercial de 2022 durante gran parte del año pasado, mientras continuaban los saldos mensuales comerciales negativos casi consecutivos hasta culminar con el famoso déficit de 2023. https://www.larazon.com/voces/2023/07/26/desequilibrio- externo-transitorio/

El problema de los déficits comerciales no es algo nuevo. Recordemos que una de las críticas al modelo neoliberal fue justamente la de los déficits comerciales consecutivos. Por ejemplo, entre 1992-2003, por 11 años la balanza registró un saldo negativo promedio de $us 438 millones, puesto que en ese periodo el Índice de Precios de Commodities (Ipcom), con base 2010 igual a 100, tuvo un promedio de 35,8, lo que quiere decir un tercio del nivel alcanzado en 2010.

Gracias al gas y al boom de los precios de los commodities, cuyo índice subió en promedio a 99,3, es decir tres veces del periodo anterior, Bolivia registró entre 2004-2014 superávits promedio de $us 798,4 millones. El fin del boom de los precios de los commodities, si bien empezó en 2011 en la minería, se acentuó en 2014-2015 con la crisis del petróleo, habiéndose desplomado los precios de commodities de un nivel de 130 alcanzado en 2011 a 63,1 en 2020, equivalente a una caída de cerca del 50% de las cotizaciones, en pleno COVID.

Con la recuperación poscovid, los precios de los commodities subieron del bajo nivel de 63,1 alcanzado en 2020 hasta un máximo de 142 en 2022, registrando la balanza comercial un superávit promedio de $us 1.359 en esos tres años. Sin embargo, la caída del nivel de precios de los commodities empezó en el segundo semestre, después de haber alcanzado un máximo de 158,1 en junio de 2022 para terminar con un nivel de 102,1 en diciembre de 2023, reflejando un desplome de más del 35% en las cotizaciones de materias primas (Gráfico 1). Es decir, el país atraviesa desde el segundo semestre de 2022 por un shock externo severo en la caída de sus precios de exportación de sus productos básicos.

Sin embargo, el problema del déficit comercial no termina aquí, sino que la historia continúa, puesto que otro factor que influyó fue nuestro propio shock interno, producto de una caída consecutiva del volumen de producción de hidrocarburos en 2022 de 9,5% según el índice del INE y de 13,4% hasta noviembre de 2023. En contrapartida, aumentó el volumen de importación de combustibles (gasolina y diésel) desde 2021 con niveles estimados en 2023 en torno 1.803 miles de metros cúbicos en el caso del diésel.

Esta situación se refleja en el saldo comercial de la balanza de combustibles, que mide por un lado el valor de las exportaciones de gas natural y las importaciones de diésel y gasolina. En 2021 todavía teníamos un saldo favorable de la balanza de combustibles de $us 623,3 millones y en 2022 dejamos de ser exportadores netos y pasar a importadores netos con un saldo desfavorable de $us 100,2 millones y en 2023 con un déficit más alto de $us 895 millones, superior a saldo negativo total que fue $us 584,7 millones.

El hecho es que la reversión del saldo comercial de combustibles de favorable a desfavorable es un hecho emblemático dada la situación actual de escasez crítica de reservas internacionales.

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En el análisis económico tanto oficial como no oficial se le ha dado más importancia a la Renta de Hidrocarburos, al take government, a los ingresos fiscales obtenidos por la nacionalización del gas. Pero antes de los ingresos fiscales primero están los ingresos de divisas provenientes de las exportaciones de gas, que empezaron a ser relevantes a partir de 2000, cuando representaban el 12,1% de las exportaciones totales, para subir a un 54% en 2013 y después declinar hasta llegar al 19% en 2023. Sin las exportaciones de gas, la balanza comercial del país siempre hubiera sido permanentemente deficitaria de 2000 a 2023.

Una forma de medir la Renta Comercial generada por el sector hidrocarburos es el resultado de la diferencia de exportaciones e importaciones de combustibles desde el año 2000 hasta 2021. Este saldo positivo comercial acumulado fue de $us 42.957,4 millones, casi equivalente al PIB del país en ese año. Así, fue el excedente del sector de hidrocarburos el que alimentó principalmente el stock de las RIN, así como su caída y reversión de este excedente comercial explica la declinación de las RIN (Gráfico 1).

La Renta o Excedente comercial del sector hidrocarburos nos permitió enfrentar la crisis de 2008 y 2009, así como el fin del boom de los commodities que empezó en 2022 y se acentuó en 2014 con el desplome de los precios del petróleo. Sin embargo, el posible agotamiento de sus recursos de hidrocarburos, explicado en la caída de los volúmenes de producción, ya no está para salvarnos de la pluricrisis que empezó sus efectos a manifestarse a mediados de 2022 y que aún continúa a nivel global. Los astros ya no están alineados, ya no hay buena suerte y no hubo buenas políticas de sustitución de exportaciones, por lo que es probable que vuelvan los tiempos del déficit comercial hasta que un producto surja para salvarnos.

Gabriel Loza Tellería Economista, cuentapropista y bolivarista

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