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Hacia otra ideología de lo urbano

La Paz es la ciudad que soporta hace un siglo el ejercicio nacional de la política criolla. Nuestra condición de sede nos ha obligado a una relación tóxica con la clase política que día a día merma nuestra calidad de vida. Con esa condición urbana cualquier gestión municipal debe pensar sus acciones con otra mentalidad. Para ello, el gobierno municipal debe reconfigurar y promocionar una categoría ideológica que las prácticas políticas han desplazado: el sentido colectivo de la paceñidad. Aquí la civitas romana fue superada y la praxis política, con el objetivo de tomar el poder, ejercita la pugna políticopartidaria peleando todos los días el destino de una nación que no encuentra estabilidad y paz social hace 200 años.

La paceñidad no es una entelequia amorfa sin sentido social. Todo lo contrario. Es la genética base por la cual cada ciudadano y ciudadana se identifica con su contexto físico y social. Vivimos una realidad urbana en un soberbio entorno natural, rodeado de montañas con la presencia excepcional de nuestro Illimani. Esa es nuestra marca tangible y es más profunda que cualquier manifiesto político. Ser un habitante de la montaña es un atributo de identidad único en el planeta (solo se asemeja la ciudad de Lassa), ser de la montaña es una afiliación superior a pertenecer a cualquier partido político. Y construir en semejante territorio fue una hazaña cultural extraordinaria plagada de riesgos y logros; por todo ello, cualquier paisaje urbano de esta ciudad nos otorga un sentido de pertenencia único e indivisible.

No existe ideología política que supere esta ideología de la pertenencia. Porque el sentido social que emana de la ecuación natural-cultural se ha formado en siglos y ha modelado este paisaje cultural por encima de los alegatos políticos de cada periodo histórico. Tanto Castells como Lefevre o Harvey (reconocidos estudiosos marxistas de la ciudad) no son suficientes para entender nuestra dimensión cultural urbana; y el manoseo de esas ideologías ha deformado la praxis política que no siente el espíritu de la paceñidad y no percibe nuestro ajayu cultural y milenario.

Las gestiones municipales deben reconstruir y promocionar nuestro sentido de pertenencia para cohesionar esta sociedad urbana dividida por los intereses mezquinos de la clase política. Y con ello, hacer gestión de temas cruciales y contemporáneos como el pluri- culturalismo o la sostenibilidad ambiental. Urge promover la paceñidad como un instrumento idóneo para ideologizar lo urbano, revolucionando el actual valor de cambio hacia un valor de uso mucho más humano.

Carlos Villagómez es arquitecto.