Desacuerdo
El núcleo del pensamiento político del filósofo francés Jacques Rancière se encuentra en la idea de “desacuerdo” (o mésentente en francés).
Por desacuerdo Rancière se refiere al desentendimiento, es decir a la disputa sobre lo que hablar quiere decir, y que termina por constituir la racionalidad misma de la situación de habla. En estos casos de desacuerdo los interlocutores entienden y no entienden la misma cosa en los mismos términos, y es que aún cuando pareciera que los interlocutores entienden de lo que hablan, una de las partes no ve el objeto sobre el cual habla la otra. En este sentido, el desacuerdo sería una especie de punto ciego que hace imposible la justicia, porque una de las partes no puede demostrar que sufre una injusticia, porque ésta no es reconocida por el lenguaje de la otra parte. De esta manera el querellante se ve despojado de los medios de argumentar, se ve despojado de las palabras que traduzcan su sufrimiento y permitan que ese sufrimiento sea visto, y justamente por ello, por esta ausencia, se convierte en víctima.
Un caso de desacuerdo tiene lugar cuando la resolución de un conflicto que opone a dos o más partes, se hace en el lenguaje, en el idioma, de una ellas, mientras que las injusticias sufridas por las otras partes no se significan en ese idioma. Entonces, Rancière señala que el agravio, el daño, está mostrando que hay una parte de la comunidad política que no es parte de la misma, porque no es visible, no es audible, no es portadora de la palabra. Por lo tanto, a esta parte que no es parte de la comunidad, lo único que le queda es disputar el orden que la ha excluido, enfrentándose a la comunidad que la niega. Esta disputa, esta querella de los sin parte, no puede expresarse sino a través del conflicto, cuestionando los roles, las jerarquías, las tareas, las maneras de ver, las maneras de oír y las maneras de decir, para visibilizar su exclusión.
Podríamos decir que se encuentran en desacuerdo las víctimas que reclaman algo que el sistema jurídico no puede conceder, porque este sistema, que también es un sistema de lenguaje, no significa el sufrimiento que padecen, y en consecuencia permite visibilizar que el conflicto es político, porque el supuesto consenso del que nace el Derecho los ha excluido.
Los movimientos indígenas, los movimientos feministas, los movimientos de migrantes, entre otros, son algunos de los sujetos que solo tienen como repertorio su condición de movimiento, de conflicto, de revuelta y de denuncia. Al movilizarse dejan al descubierto la violencia y opacidad del sistema jurídico y del sistema político, que generalmente van de la mano y se prorrogan, mucho más, cuando estos sistemas toman la decisión de reprimirlos bajo el argumento de mantener el orden, la ley y la paz social.
Farit Rojas T. es abogado y filósofo