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En Bolivia seguimos encadenando personas

/ 25 de septiembre de 2021 / 01:11

Últimamente se habla mucho sobre los derechos humanos en Bolivia en referencia a la señora Jeanine Áñez. Denuncian vulneraciones y atropellos. Qué ironía: los que más fuerte levantan la voz son los que callaron en 2019 y 2020 ante persecución, masacres, detenciones arbitrarias, hostigamiento a hermanos campesinos, torturas, encadenamientos. Una clara muestra de la parcialización e inmadurez absoluta de nuestra “élite política tradicional”; bien culta, con estudios y familias en los Estados Unidos y Europa. ¿Acaso no aprendieron ahí que los derechos humanos no tienen, ni pueden tener colores políticos? Deben ser un bien absoluto y compartido por toda la ciudadanía en su conjunto. ¿Por qué no aplican este enfoque hacia los derechos humanos en nuestro país?

¿Pero de qué estamos hablando?, si en Bolivia seguimos encadenando personas. Del casi un año de mi detención preventiva en el gobierno transitorio, durante 130 días estuve encadenada a la camilla del hospital. Siendo yo como mujer, como esposa y madre un trofeo del gobierno de Áñez en su plena campaña presidencial. En un emblemático caso de la persecución política con una bochornosa campaña de linchamiento mediático y calumnia machista instruida desde el gobierno transitorio a grandes medios de comunicación. Me calumniaban sabiendo que estoy detenida y no puedo responder. Y ahora, cuando sí puedo hablar, están callados. ¿Esto es ser periodista en Bolivia? Pero no ha sido solamente mi historia. Ha sido una historia de mi Bolivia, de nuestra Bolivia.

Las cadenas son una herramienta medieval, cavernícola, atroz. Desde la antigüedad se utilizó en esclavos, rehenes, presos de guerra, sediciosos de todo tipo. Y, claro está, en animales. En todas las partes, desde Asia hasta Europa y nuestra Latinoamérica. El mundo iba madurando, no todo, pero sí la mayor parte, dando lugar a lo que es hoy un mundo civilizado, con tales logros como lo son el Estado de derecho, la democracia, los derechos humanos. Las cadenas ya están prohibidas por la ONU, por leyes y constituciones nacionales, inclusive las de Bolivia. Es una medida que aparte de ser atroz, es ilegal…

Para qué la cadena, me preguntaba yo, ¿acaso me voy a fugar teniendo escolta policial armada 24 horas y los 7 días de la semana? Ahora sé, que la cadena no es para que no te fugues. Ellos sabían que no iba a suceder. Si bien es cierto que la cadena es real, metálica, fría y pesada, deja hinchazones y lastima la piel, pero su función principal es lastimarte el alma. Para herir el espíritu. Abrumarte… Es una metáfora de la guerra, del triunfo sobre un “enemigo” vencido y humillado. La cadena es para quebrar tu voluntad y tu resistencia.

Vencí la vergüenza y denuncié la aplicación de cadenas como corresponde. Me rechazaron teniendo todas las pruebas. Como si fuera algo cotidiano, algo normal. Las imágenes de una mujer, encadenada a una camilla de hospital, esta vergonzosa atrocidad que reinaba en Bolivia de aquel entonces, las vio todo el mundo, las vio la ONU. Pero… ¿En Bolivia en pleno siglo XXI seguimos encadenando personas como animales? ¿En Bolivia es normal? No, señores, es un delito, y seguiré esta lucha, no por mí, sino para que nunca vuelva a suceder en nuestro país. Con nadie… Y si no encuentro (si no hay) justicia en mi país, tendré que buscarla en instancias internacionales. Para que nos enseñen. Y a ver si aprendemos.

Lorgia Fuentes es ingeniera civil y víctima del gobierno transitorio de Jeanine Áñez.

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Marzo 8 y machos ‘k’enchas’

/ 17 de marzo de 2022 / 01:27

Este año, el 8 de marzo se conmemoró con más furia y más conciencia de que se necesita un cambio. Es que la misma coyuntura, tanto nacional como la regional, empuja hacia una verdadera transformación. Por un lado, en Bolivia los siniestros y repugnantes casos del encubrimiento de la violencia contra las mujeres demuestran que es solamente la punta del iceberg. Que el problema de la violencia machista es más profundo y estructural. Tiene múltiples facetas: es violencia física, familiar, psicológica. También judicial, política, mediática.

Por el otro lado, en la América Latina evidenciamos unas tendencias que nos deberían de servir de ejemplos y referentes. El gabinete recién formado prácticamente feminista de Gabriel Boric en Chile. Con Camila Vallejo e Izkia Siches, la primera mujer ministra del Interior en la historia del vecino país. La presidenta Xiomara Castro en Honduras con su lema: “¡Es tiempo de las mujeres!”. Da la esperanza de que sean unos gobiernos diferentes: más pro derechos humanos, pro poblaciones vulnerables. Más sensibles. Con esa capacidad de mandar obedeciendo: escuchar, entender, reconciliar, sentir empatía.

Que tienen el privilegio de alguna vez llorar o pedir perdón si el caso amerita. La llegada de mujeres al poder en muchos casos nace más de la lucha por sus derechos, que de la ambición que caracteriza a los “machos” politiqueros. Pero ojo: no caigamos en el formalismo de género. No se trata de que son solamente mujeres, sino también feministas, luchadoras por la equidad de género. Si del formalismo se tratara, también estaríamos orgullosos. Recientemente tuvimos a una mujer de presidenta… ¿Y qué fue? El régimen más machista, racista y violento de nuestra historia reciente. Hubo gente campesina baleada, torturas, linchamientos mediáticos con cálculos políticos y fuerte contenido machista. Vimos tropas en las calles y aviones de caza sobrevolando las ciudades. ¿Era justificado el despliegue militar? No, pero era un símbolo: de fuerza bruta, de imposición y dominación sobre un “enemigo” vencido.

Esa etapa nos servirá de una lección, aunque cara, se quedará en la historia como una anomalía, como un error histórico. Porque nuestra dinámica es diferente. La creciente paridad de género en las instituciones, ministerios y en la Asamblea, así como un rol cada vez más importante para la mujer en las tareas sociales y en la vida política, son un logro indudable del proceso político que vivimos con sus aciertos y desaciertos. El proceso que deshermetizó el conservador statu quo y cedió los espacios del poder y de la toma de decisiones a los sin voz ni voto. A los obreros, a los campesinos, a los indígenas. A las mujeres.

Esos espacios que a lo largo de nuestra historia han sido reservados. ¿Para quién? Para los “machos”. Claro, el concepto del “macho” no es solamente cuestión de género (tiene ciertas connotaciones en comparación con “ser hombre”). Es una definición retrógrada del poder: dominación, supremacía y violencia frente al otro. De hombres frente a mujeres. De los poderosos frente a los humildes. De los “blancos”, incluso los extranjeros, conquistadores, frente a los aymaras, quechuas, guaraníes. Y de adultos frente a los niños.

Solo que hay un pero. El statu quo para mantenerse requiere del hermetismo que evite cuestionamientos y desobediencias. Esos “poderosos” de siempre tienen un terror (¡un cucu!) a la competencia, a la rebeldía. Terror a que les cuestionen, a que se pongan al descubierto sus debilidades, sus limitaciones e intereses mezquinos. Y es lo que pasó. Con la democracia que vivimos los que se han creído grandes resultaron ser chiquitos, insignificantes. A pesar de sus apellidos, sus empresas y paraísos fiscales son políticos fracasados o k’enchas como decimos en Bolivia: los de mala suerte. Pero tampoco sería justo echar la culpa a los factores externos: no es cuestión de suerte. Fracasan por su oportunismo y su propio pensamiento medieval, retrógrado y machista.

Lorgia Fuentes es ingeniera civil y víctima del gobierno transitorio de Jeanine Áñez.

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