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Esperando el nuevo ciclo

El presidente Arce fue elegido para enfrentar la crisis, ese fue el principal mandato de los votantes. Será en torno al desempeño de la economía que su gobierno será evaluado. Aunque esta es una problemática universal después de la gran contracción económica que ha acompañado la pandemia, esta tarea tiene particularidades, no menores, en el contexto boliviano.

Al contrario de otros países, en Bolivia ya se percibía, antes de la crisis múltiple del 2019-2020, la necesidad de pilotear un aterrizaje suave de una economía que se estaba acercando a sus límites macroeconómicos y que precisaba, para superarlos, renovar su motor de acumulación de renta.

No está de más recordar que la ecuación básica de la bonanza de 2007-2015 tuvo que ver con una expansión de la demanda interna y de la actividad, alimentadas por las rentas excepcionales por la exportación del gas y el buen precio de los minerales y la soya. Proceso en el cual se logró bajar la pobreza y la desigualdad. Ese esquema estaba alcanzando sus límites en los últimos años del gobierno de Morales: había necesidad de reinventar y/o diversificar las fuentes de crecimiento y generación de excedente.

No era recomendable parar de golpe la máquina del crecimiento y de la demanda interna, realizando ajustes fiscales o cambiarios desmedidos, pero también se entendía que se debía ir racionalizando esos desequilibrios paulatinamente, transitando a una etapa macroeconómicamente menos exuberante, mientras se aceleraran las inversiones en el litio o en otras nuevas actividades. Reto nada evidente, no solo por su complejidad técnica, sino por sus dificultades políticas en una sociedad acostumbrada a la bonanza y con actores sociopolíticos reacios al cambio.

En medio de esas cavilaciones, llegaron las elecciones de octubre de 2019, el conflicto, la ruptura institucional y la pandemia. Es decir, el desafío económico fue superado por el torbellino político y luego por el episodio casi apocalíptico que nos hizo vivir el COVID-19.

El gobierno de Arce es heredero de esa extraña coyuntura. La pregunta de fondo sigue siendo la misma, pero los contextos psicológicos y sociales han variado y eso no es un dato menor. La sociedad ya ha experimentado una debacle económica que no esperaba: la pandemia y sus restricciones fueron realizadas de manera tan deficiente que hicieron colapsar parte de la demanda interna y provocaron pérdidas excesivas de ingresos y ahorro. Promovieron un empobrecimiento y un sufrimiento social que no hemos aún dimensionado y que influyen en la manera de evaluar la coyuntura y el futuro.

El derrumbe fue tan grande que la gran mayoría no aspira, por ahora, a recuperar lo que tenía previamente a la crisis, sino a que se le permita trabajar sin restricciones para conseguir los ingresos mínimos para su sobrevivencia. La agenda social se ha simplificado, el ajuste brutal ya se realizó. Descartar una nueva cuarentena rígida, impulsar la demanda y mantener la estabilidad macroeconómica son recetas eficaces en esta coyuntura. Me parece que Arce las ha comprendido, va por ahí y la paciencia ciudadana está más o menos contenida, por lo pronto.

Si a esto se agrega el inesperado mini boom de precios de las exportaciones, que alivia temporalmente el equilibrio externo y contribuye a la “pax cambiaria”, “sena, quina” diría un amigo. Se gana tiempo y paciencia social. Pero, atención, la clave es aprovechar ese oxígeno para encarar el problema de fondo: la transición a una macroeconomía más equilibrada o, al menos, que pueda financiar sus desbalances, mientras se viabiliza, al mismo tiempo, la emergencia de un motor exportador renovado.

Esa agenda exige solvencia técnica, pero sobre todo habilidad política, requiere claridad en las prioridades, cierta sofisticación y pragmatismo para aprovechar un contexto internacional y financiero que permite cosas que hace dos años eran impensadas, capacidad para construir expectativas sociales que superen las naturales inquietudes de la gente si percibe que la situación se está estancando y alianzas externas inteligentes con países e inversionistas privados que nos ayuden en esta nueva transformación.

Armando Ortuño Yáñez es investigador social.