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San José, ¡cómo duele el adiós!

Cual si fuera una sutura sin anestesia, así laceraba el alma cada derrota de San José en los últimos meses. Aquel equipo que en 2018 nos regaló el último de los títulos, poco a poco fue esfumándose, en una lenta agonía, en una inminente desaparición.

Ahora, con la suerte echada, no queda más que mascullar la bronca, llorar otra vez una caída, como en 1999, cuando en los penales en La Paz descendió de categoría frente al benjamín Mariscal Braun.

A diferencia de 2001, cuando el equipo de nuestros amores recuperó su participación en el fútbol profesional gracias a la hinchada y una dirigencia que porfiaron con la vuelta, esta vez el camino parecer más difícil: una deuda millonaria, una dirigencia ad honorem que lidia con mil problemas, una desinstitucionalización preocupante y una indolencia ofensiva de los rivales.

Mientras se pueda volver, nos guardaremos —no sé hasta cuándo— el grito de gol de los domingos, el orgullo de la derrota del rival —siempre el doble frente a Bolívar, The Strongest o Wilstermann— y las emociones en las graderías siempre pobladas del Jesús Bermúdez, mejores en las canchas del contendor; locales eternos.

¡A qué punto llegamos por culpa de la dirigencia que no supo capitalizar el título de 2018! Al punto de ser despojados de la alegría de las copas de 1955, de los “húngaros” “Chueco” Escobar, Bonifacio, Murillo o los Valdivia; de 1995, del “Cata” Roque, Ibarra, Paniagua, Alves o Villegas; de 2007, de Ferrufino, Vaca, Reyes, Coelho o Da Rosa, y de 2018, de Villegas, Franco, Sanguinetti, Reynoso, Saucedo o los Torrico. O del histórico subcampeonato de 1991, de Pino, Galarza, el “Cañonero” Pérez, el “Perro” Vargas o el “Tata” Valencia.

¡Este equipo nos dio las emociones más fuertes del último tiempo! Por primera vez conquistamos la Copa Libertadores. El día que logramos la clasificación, una estela de alegrías, música e hinchas acompañó el ingreso del subcampeón; el bus de los jugadores ya había abordado en las afueras de la ciudad al volver de Cochabamba, donde derrotó a Oriente Petrolero. La caravana tardó más de cuatro horas en llegar a la plaza 10 de Febrero, donde se improvisó un carnaval de música, colores y la V azulada.

¡Viva, viva mi San José! Cómo olvidar aquel gol, en el estadio Morumbí de Sao Paulo, de Lorgio Antelo, que nos hizo soñar con el empate ante San Pablo de Zetti, Cafú, Palinha, Nelsinho o Raí.

¡Goles aquí, goles allá! Habíamos tocado el cielo y alcanzado el Olimpo, y ha debido ser el tiempo en que la impronta de San José era jugar a estadio lleno, aquí y allá. Incluso hasta hace poco; ¡qué negocio para los equipos rivales, que tenían en sus gradas a la “Temible” barra santa!

Ese tiempo es ahora solo un dulce recuerdo, para la nostalgia. Ahora estamos sumidos en la peor de las emociones, quizás esperando que tengamos la oportunidad de un ave Fénix. Dura realidad.

Es el fútbol, simplemente fútbol, dirán. Oruro se queda sin él; está a punto de hacerse añicos el quinto equipo más laureado del fútbol nacional, como diría Carlos Mesa. El “gigante de la zona Norte” se quedará huérfano, sin el bullicio del carnaval, sin los colores azul y blanco picados en papel y las banderas. Sin alma, sin San José.

Quizás tengamos que esperar un año de angustia, como ese histórico 2000 para la vuelta. O más, a juzgar nuestra realidad.

Ya habíamos sufrido la angustia estos meses, cuando los hinchas rivales nos restregaban las derrotas y se mofaban del triste desempeño de nuestro equipo, cuando las estadísticas nos señalaban cifras rojas o cuando los contendores celebraban la caída de nuestro arco como si conquistaran los goles ante un rival como en 1955, 1995, 2007 y 2018, o los años en que siempre fuimos sus verdugos en casa o de visita.

Vamos a guardarnos los cánticos como el San José es Oruro de José Jach’a Flores o Viva mi San José de Óscar Elías, el papel picado, las banderas de la V azulada, esa máscara de diablo o quirquincho y nuestras bandas de música del Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad; quizás los llevemos a las canchas de la segunda, para porfiar otra vez la vuelta.

Mientras volvamos, hay que rendirle honores a los muchachos que lidiaron en los últimos partidos, que se plantaron ante Goliat, que no bajaron la cabeza ante equipos que hacen alarde de su potencial económico y que dejaron la dignidad en la cancha a pesar de pasar hambre y frío. ¡San José es Oruro, Oruro es San José! Hasta la vuelta.

Rubén Atahuichi es periodista.