El saldo de septiembre
No es una novedad decir que la construcción de las identidades es una cuestión relacional. Se es del sur en tanto hay otros que sean del norte, pues si en el norte no hubiera habitantes, no existiera la necesidad de identificarse como sureño. Muchos estudiosos desde hace ya varios años reflexionan y teorizan al respecto. No es novedad, pero es urgente recordarlo. Benedict Anderson en 1983, por ejemplo, plantea en su obra cumbre, Comunidades Imaginadas, que las naciones son justamente eso: comunidades imaginadas. Imaginadas en el sentido de que no son entes que existen desde tiempos inmemorables, sino que emergen de un mito fundacional a partir del cual se construye una “historia sagrada” atravesada por mitos idealizantes y localizada en un territorio específico.
La nación en tanto construcción moderna, dice Anderson, es una categoría excluyente en el sentido de que su existencia en el mismo territorio no es compatible con otras naciones, compuesta por los mismos individuos. La modernidad, trenzada a la nación, modificó la noción conocida hasta entonces de Estado, dando lugar al mentado Estado Nación. Puesto en cuestión hoy en día ese concepto, genera una serie de conflictos y no podría ser de otra manera, pues la historia ha comprobado que el Estado Nación es homogeneizante, es patriarcal y, en síntesis, es el palacio por excelencia del statu quo. En parte, el concepto jurídico Estado Plurinacional es la respuesta epistemológica de Bolivia y Ecuador —desde sus procesos constituyentes— ante esta problemática.
Sin embargo, en Bolivia el Estado Nación tampoco generó la calma y la paz social que hoy algunos falsamente dicen añorar para decorar discursos políticos de intolerancia. Ciertamente, el Estado Plurinacional tampoco generó aquello, pues en opinión propia el objetivo político de esta nueva construcción no es el acuerdo nacional hacia un destino común, sino que es la oportunidad de erigir algo distinto a lo existente, donde básicamente la regla sea no someter a lo plural en función de lo singular.
Revisando los discursos políticos cruceños del siglo XX, sobre todo de la segunda mitad, se evidencia que el inconformismo con el Estado Nación marcó su ideología. Lo anterior no presentó variación durante el emenerrismo, ni durante las dictaduras militares, ni durante la época de la democracia pactada y la megacoalición. Se han presentado una serie de argumentos, algunos pueriles y otros interesantes, para exacerbar el rechazo al centralismo que, por supuesto, también es un rechazo profundo al occidente y más propiamente a lo colla. Claramente, hay una continuidad y no una novedad.
Un liderazgo de tipo fascista es posible solo en un contexto de fascistización y para éste es bastante conveniente incentivar la intolerancia para con la diferencia. Aquello deja como resultado básicamente dos cosas. La primera, una satisfacción personal para el líder pues expresa libre y públicamente sus convicciones, mismas que en un contexto de “calma” no serían bien criticadas por la opinión pública. La segunda, una ganancia en su aceptación social, bajo la premisa —como ya se dijo— de la fascistización de la sociedad.
Ha terminado septiembre, el mes de la fiesta mayor cruceña, mes en el que, dicho sea de paso, se prestan de mejor manera las condiciones para exacerbar el rechazo a lo colla que es también el rechazo al Gobierno del MAS. El saldo de este septiembre cruceño está marcado por la intolerancia. El Gobernador de Santa Cruz le ha negado el derecho a hablar al Vicepresidente, aymara, calificado de acuerdo común como la persona más conciliadora del Gobierno. Las feministas que llegaron a manifestarse en la plaza principal de la ciudad fueron violentadas por personas que seguramente aplaudieron que pocos días atrás se haya chicoteado a gente en el mismo lugar. No es poco.
Valeria Silva Guzmán es analista política feminista. Twitter: @ValeQinaya