De la gente muy seria, el clima y los niños
Hace una década, la élite estaba obsesionada con emitir su opinión sobre la supuesta necesidad de tomar medidas inmediatas para reducir el déficit presupuestario. Este consenso entre lo que yo solía llamar la “gente muy seria” era tan fuerte que, como escribió Ezra Klein, los déficits se convirtieron de alguna manera en una cuestión a la que “no aplican las reglas de la neutralidad informativa”. Los medios de comunicación abogaron de manera más o menos abierta no solo por la reducción del déficit en general, sino en particular por la “reforma de los derechos”, que en realidad se refería a disminuir las futuras prestaciones de Medicare y la Seguridad Social. Esos recortes, parecía argumentar aquella gente importante, eran fundamentales para asegurar el futuro de la nación.
No lo fueron. Pero esta es mi pregunta: si a los opinadores de la élite les preocupa tanto el futuro, ¿por qué no hay un consenso similar en este momento en lo que respecta a la necesidad de la acción climática y el gasto en los niños? Estos son dos de los principales componentes de la agenda del presidente Joe Biden para reconstruir mejor y los argumentos a favor de ambos son mucho más fuertes de lo que fueron los argumentos a favor de la disminución de los derechos.
El costo de retrasar la acción sobre el clima y los niños es real e inmenso.
En cuanto al clima: ya hemos visto las consecuencias del cambio climático: sequías severas y proliferación de fenómenos meteorológicos extremos. El abrumador consenso científico es que esas consecuencias se agravarán mucho más en las próximas décadas. Así que, al posponer la acción climática, estamos minando nuestro futuro de una manera mucho más sustancial de lo que lo hacemos si añadimos un poco de porcentaje a la deuda nacional, por ejemplo.
En cuanto a los niños: la pobreza infantil es un problema enorme en Estados Unidos. Y hay pruebas abrumadoras de que el gasto en programas que alivian la pobreza infantil tiene enormes beneficios. Así que cada año que no aumentamos la ayuda a los niños, por ejemplo ampliando el Crédito Fiscal por Hijos, supone décadas de potencial humano desperdiciado.
Con todo, la opinión de la élite, y gran parte de la cobertura informativa, no enfatiza la enorme irresponsabilidad de oponerse a los planes de energía limpia ni el inmenso desperdicio de potencial humano que supone no abordar la pobreza infantil. Es cierto, no acabo de entender esta doble moral: por qué la “gente muy seria” se obsesiona con la supuesta necesidad urgente de limitar la deuda pública y, sin embargo, se muestra indiferente, si no hostil, a las propuestas para abordar las cuestiones que de verdad importan para nuestro futuro.
El dinero es sin duda parte de la historia: grupos empresariales como la Cámara de Comercio de Estados Unidos estaban a favor de la reforma de los derechos, pero están presionando con fuerza en contra del plan Reconstruir Mejor. De hecho, los demócratas que intentan echar por tierra la agenda de Biden se describen mejor como el ala corporativa del partido que como “centristas”.
No obstante, no todos los que definen la creencia popular están de acuerdo. También parece haber una especie de dinámica social en la política y los medios de comunicación, que tal vez refleje los círculos en los que se mueven los líderes de opinión, que considera valientes a las personas que quieren hacer más difícil la vida de los estadounidenses comunes, mientras que ve con desconfianza y falta de realismo a los que quieren aumentar los impuestos a las empresas y a los ricos.
Sean cuales fueren las razones de esta dinámica, hay que combatirla. Ahora mismo tenemos la oportunidad de hacer lo que es en verdad correcto. Será una tragedia si dejamos pasar esta oportunidad.
Paul Krugman es premio Nobel de Economía y columnista de The New York Times.