El infierno católico
Más de 216.000 menores fueron sexualmente abusados en el vientre de la Iglesia Católica en Francia desde 1950. La cifra ascendería a 330.000 si se toma en cuenta abusos cometidos por laicos que trabajaron en instituciones religiosas, afirma la Comisión Independiente sobre los Abusos Sexuales en la Iglesia.
El silencio de la cúpula católica fue cruel con la sociedad. Esta semana, el papa Francisco expresó su inmenso dolor tras la publicación del esperado informe; agradeció a las víctimas haber tenido la valentía de denunciar esta terrible realidad. No es para menos, los abusos tuvieron un carácter sistémico. Son más de 2.000 páginas que documentan las historias del sufrimiento que sacerdotes y religiosos provocaron sobre todo en niños (chicos de entre 10 y 13 años representan un 80% de las víctimas). La mala noticia de verdad es que Francia no es la isla del horror: resulta que más de 3.670 niñas y niños fueron víctimas de abusos de religiosos en Alemania solo entre 1946 y 2014. Cambiemos de continente: en Estados Unidos se presentaron más de 11.000 denuncias. Vamos al norte y constataremos los escándalos en Canadá recientemente revelados. Vamos al sur del continente y se abrirán las escondidas cajas de sistemáticos abusos a menores en Chile o en vecinos países bajo el paraguas católico. Miremos las cifras con otro lente: de 115.000 sacerdotes censados en Francia en los últimos 70 años, se descubrió alrededor de 3.200 pederastas como estimación mínima. Francisco tiene razón cuando afirma que “es el momento de la vergüenza” y cuando constata que hoy la Iglesia Católica no es una casa segura. Sin embargo, el jefe de los obispos en Francia dijo, al día siguiente del demoledor informe, que el secreto de la confesión era más fuerte que las leyes. “No hay nada más fuerte que las leyes de la República en nuestro país” le soltó el portavoz del gobierno de Macron.
Mientras este último capítulo se despliega en medios europeos, solo en Bolivia se informó en esta última semana sobre un pastor sentenciado por violar a una decena de niñas. Le cuento, si no lo sabía: después de tres años de lucha por parte de las víctimas, la Justicia sentenció a 17 años de prisión a Bernardo Aramayo, un pastor evangélico que en 2009 violó y abusó sexualmente en Santa Cruz a más de diez niñas de 8, 9, 10 y 11 años. Se lo denunció en 2018. Pasaron años para poder saber que el pastor aprovechaba las clases de discipulado para intimidar a estas niñas y cometer sus abusos. Sus víctimas eran en su mayoría hijas de madres solteras. Las pruebas acumuladas no dejaron lugar a la duda: 17 años de cárcel y a rezar tras las rejas.
En las filas del dolor también encontramos personajes famosos. El escritor Vargas Llosa contó en una de las últimas entrevistas cómo fue víctima de un “hermano” del colegio en el que estudiaba. “Yo era muy católico (…) y lo fui hasta los 12 o 13 años cuando tuve un incidente con un hermano del colegio La Salle donde estuve primero en Bolivia y luego tres años en Lima. Fue un incidente de origen sexual”. Contó que este “hermano” era su profesor y que cuando el niño Vargas Llosa fue un día después de la distribución de las libretas al colegio prácticamente vacío, el citado hermano lo condujo a un quinto piso (donde tenían sus cuartos y no subían los estudiantes) y ya en su habitación sacó unas revistas mexicanas de desnudos, de bailarinas y las entregó a Marito. Este último las hojeó asustado hasta que, de pronto, descubrió que este hermano/profesor le estaba tocando la bragueta, como si quisiera masturbarlo. “Fue para mí un escándalo y yo me eché a llorar y a gritar”. El religioso se asustó y lo dejó salir pidiéndole que se calme. Lo que Varguitas no dijo porque de repente no lo asumió, es que la palabra “incidente” le queda corta a una experiencia que hirió seguramente su niñez y su vida como fueron heridas miles y miles de niñas y niños confiados al cuidado de sacerdotes y religiosos portadores de sus propios dolores, traumas, enfermedades, deformaciones bajo patrones comunes y que la Iglesia Católica y otras tienen que hacerse cargo mirándose con valentía en el espejo del infierno que habita en sus entrañas.
Claudia Benavente es doctora en ciencias sociales y stronguista.