La republiqueta de la negra Tomasa
En Bolivia existe un reinado reconocido dentro del Estado Plurinacional. En 2007, durante el gobierno de Evo Morales, fue registrado oficialmente como rey del pueblo afroboliviano Julio Bonifaz Pinedo, descendiente de Bonifacio, quien desde 1932 es reconocido como rey simbólico de esa minoría étnica, como parte de las naciones indígenas originarias que habitan el Estado y cuya principal ocupación laboral es la producción de coca en la zona de Mururata, en los Yungas paceños.
Oscuros intereses desataron otra vez un viejo problema: la disputa por los mercados legales de la hoja de coca y la ocupación de su edificio gremial Adepcoca (Asociación Departamental de Productores de Coca), en cuyo estatuto dice en el artículo 5: La Asociación es apolítica y no crea discriminación de ninguna naturaleza. Es solo un enunciado, porque fue parte importante de los movimientos sociales que permitieron la emergencia de los movimientos campesinos a la cabeza del (IPSP) MAS y Evo Morales. Esta alianza se quebró cuando éste aprobó una ley en 2017, incorporando áreas cultivables nuevas a la región del Chapare, bastión de los cocaleros cochabambinos, fuertemente imbricados al expresidente Morales. Las movilizaciones en contra no se hicieron esperar. En 2018, Franclin Gutiérrez, directivo en ese entonces, fue acusado de muertes de policías en el proceso de erradicación y conducido a cumplir una condena en un juicio que nunca culminó.
Una tarde nublada, cuando miles de cocaleros estaban dispuestos a volver a ocupar su edificio que funciona como hotel de paso, mercado y cuyos galponeros y directivos deciden quién entra y quién sale, y que estaba ocupado por un grupo que finalmente fue expulsado, hizo su aparición la negra Tomasa Medina, danzando morenada y rompiendo la tensión de policías en apronte y cocaleros enfurecidos. Era una especie de reencarnación de una vieja canción cubana, compuesta por Guillermo Rodríguez Fiffe, que habla de la negra Tomasa, una esclava cubana que heredó unas tierras de sus expatrones y se convirtió en una especie de santa milagrosa por los bienes que hacía a sus compañeros de desdicha y cuya fiesta es el 15 de agosto.
Durante más de una semana, el populoso barrio paceño de Villa Fátima fue el espacio de confrontación, poniendo en zozobra a los habitantes que soportaban gasificaciones y explosiones de cachorros de dinamita. La sangre, como esperaban los políticos de la oposición, no llegó al río. Adepcoca fue reconquistada y los festejos duraron tres días, hasta que el viernes 10 un artefacto hizo explosión muy cerca, como una advertencia de algún grupo descontento y violento. ¿Qué hay detrás? La producción yungueña, según expertos, origina $us 173 millones anuales, procedentes del trabajo de aproximadamente 40.000 productores.
Según la UNODC (Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito), la hoja mueve entre $us 365 a 449 millones, cantidad de dinero que genera codicia, rasgo humano perverso que todo lo envilece y pone en riesgo la institucionalidad y la convivencia.
El sentido de independencia de Adepcoca tiene que ver con su autonomía de gestión, que deviene desde el edificio obtenido con sus propios recursos, su estructura orgánica que data de 1983, establecida con muchas dificultades, negociando entre las principales regiones productoras que se asumen diferentes al Chapare; porque aseguran que no producen coca excedentaria destinada al narcotráfico.
El Ministro de Gobierno fue presa de la candidez a la hora de enfrentar el problema, generó más discrepancias que adhesiones al oficialismo. Escenario este que tampoco pudo ser capitalizado por la oposición, carente de bases sociales campesinas y obreras, lo que evidenció su orfandad en este espacio de decisión política; así la locuacidad afiebrada de los miembros de Comité Cívico pro Santa Cruz y su gobernador fue ignorada y cayó en taki roto.
Saberse autosuficientes para los cocaleros yungueños ha creado una conciencia de republiqueta y son celosos de sus conquistas, saben que en cualquier momento puede volver la represión por la producción excedentaria y, por lo tanto, requieren mantener lejos la presencia del Estado en sus dominios.
Así, nuestra negra Tomasa Medina seguirá danzando la morenada, porque No se baila así nomás, como reza el título de la investigación de David Mendoza y Evelyn Siegel.
Édgar Arandia Quiroga es artista y antropólogo.