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Catar: pequeña gran potencia

Dos hechos recientes consolidaron la reputación de Catar como insoslayable jugador de primera línea en el mosaico geopolítico del mundo: la caída de Kabul a manos de los talibanes, acaecida el 15 de agosto y, aunque pareciera episodio trivial, la compra del sextuplete balón de oro Leonel Messi para el emblemático equipo estrella, de su propiedad, por 160 millones de euros ($us 185,7 millones).

Analistas de toda orientación admiten que la diplomacia catarí ha empleado los cuantiosos ingresos de sus exportaciones de gas con extraordinario buen juicio en inversiones que no solamente buscan lucros bursátiles, sino también rendimientos que engrosen su ya evidente prestigio como mediador en situaciones de extrema tensión. Unos creen que Catar padece del complejo del enano (con sus escasos 11.586 km2) frente a su poderoso vecino Arabia Saudita (2.149. 600 km2) tan rico o más que él y, atribuyen a ello, su hábil uso del soft power traducido en donaciones de diversa índole, a través del fondo soberano Qatar Investment Authority que desparrama $us 300.000 millones en activos que cubren varios puntos cardinales del planeta, aunque fuera un monto muy inferior al equivalente propósito de otras monarquías petroleras como Abu Dhabi (650.000 millones) o Kuwait (692.000 millones). La comparación es pertinente para apreciar el impacto de los réditos intangibles entre uno y otro.

Catar, el dorado del gas, es en PNB (Producto Nacional Bruto) por habitante el Estado más rico del mundo, con tan solo 300.000 ciudadanos nativos (y 2.500.000 extranjeros) será en 2022 el primer país musulmán en albergar la Copa mundial de futbol, para lo que gastó $us 300.000 millones en infraestructura deportiva, que tristemente costó la vida de 6.500 obreros migrantes.

El ámbito de sus relaciones externas pasa por las rivalidades vecinales con sus homólogos petrolíferos (Arabia Saudita, Bahréin, Egipto y los Emiratos Árabes Unidos) que de 2017 a 2021 impusieron un duro bloqueo a ese singular emirato cuya audaz diplomacia opacaba ambiciones similares en las petro- monarquías del golfo. Aunque el factor de preminencia religiosa sea un elemento adicional de discordia, Catar sigue adelante con su propia hoja de ruta, dominando además los medios a través de su potente red televisiva Al Jazeera, rival de CNN, también en el área occidental.

La entrada de Catar en la Unión Europea la hizo por la puerta francesa por medio de inversiones en hotelería (los grandes cinco estrellas parisinos Le Royal Monceau, The Peninsula, De la Marine y otros) calculándose en 3.600 millones de euros ($us 4.100 millones) el capital catarí invertido en el Hexágono. En retorno, 120 empresas francesas se han instalado en Doha, sumando el excedente comercial francés en 3.200 millones vis a vis Catar.

Todo el festival de cifras millonarias provenientes del minúsculo emirato explica no solo un razonado planeamiento de su economía, donde la diversificación de sus fuentes de ingreso por concepto de las ventas de gas ha bajado al 58%, liberándolo de su condición de monoproductor, destinando el restante 42% a otros rubros, incluyendo servicios. A ello habrá que aumentar el factor militar que alberga equitativamente bases militares de Estados Unidos, Reino Unido, Francia y Turquía.

Su actual esquema de relaciones externas es el fruto de 25 años de paciente construcción diversificando sus alianzas para que ese equilibrio de cierta dependencia externa mitigue los celos de su vecindario, no siempre inocuo. Añádase a ese elemento su posición geográfica central en el Medio Oriente, su solidez económica y su serena compostura que lo coloca en buen rol de mediador internacional. Esas credenciales sirvieron para que los talibanes afganos instalasen en Doha su gobierno en el exilio con la tolerancia americana que llegó a negociar allí su precipitada capitulación.

Su suave diplomacia le permite financiar proyectos en la banda de Gaza, regida por Hamas y a la Hermandad Musulmana que aun figuran en la lista de organizaciones terroristas. En breve, la escarcela catarí está siempre disponible a veces para causas disimiles o contradictorias.

Ese nuevo estilo de hacer amigos y evitar adversarios, ha hecho que Catar, no obstante su exiguo tamaño, proyecte su imagen junto a las grandes potencias que reconocen la utilidad de su juego diplomático, en el convulso mundo árabe.

Carlos Antonio Carrasco es doctor en Ciencias Políticas y miembro de la Academia de Ciencias de Ultramar de Francia.