En todo el continente americano se van derribando estatuas de Cristóbal Colón, al tiempo que se desarrollan encarnizados debates sobre el legado de la Conquista y el colonialismo europeos en la región. Pocos han sido más polémicos que la sustitución de un monumento en el corazón de la capital de México, un acontecimiento que involucra algunas de las disputas más intensas de la política actual del país, incluyendo no solo la raza y la historia, sino también el sexo.

Después de un prolongado debate, Claudia Sheinbaum, la jefa de gobierno de la ciudad, anunció que la estatua de Colón que antes miraba al bulevar principal de Ciudad de México será sustituida por una figura indígena precolonial, en concreto, una mujer.

Anunciada antes de la esperada presentación de Sheinbaum como candidata a la presidencia de México en 2024, la nueva estatua se considera un intento de la jefa de gobierno por abordar —o explotar— las tensiones culturales que atenazan al país, incluida la creciente resistencia de las mujeres a una cultura dominada por los hombres. Sheinbaum es la primera mujer elegida para gobernar la ciudad más grande de Norteamérica.

La nueva estatua “representa a las mujeres, pero en particular a las mujeres indígenas, su lucha y lo que representan en la historia de México”, dijo para anunciar la decisión en el aniversario de la primera llegada de Colón a América. “Una historia de clasismo, de racismo, que viene desde la colonia”.

El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, ha ido más lejos que sus predecesores en la denuncia de la historia del colonialismo, la celebración de la cultura indígena y al presentarse a sí mismo como defensor de los pobres frente a la oposición conservadora del país y la élite de ascendencia europea.

Este año organizó elaboradas conmemoraciones para recordar los 500 años de la caída de la capital azteca de Tenochtitlan, situada en la actual Ciudad de México, a manos de los invasores españoles. En los últimos meses ha recorrido el país para pedir perdón a las comunidades indígenas por las atrocidades coloniales, y ha exigido una expiación similar al Gobierno español.

Pero López Obrador ha mostrado mucha menos sensibilidad hacia el creciente movimiento feminista de México. En los últimos años, las mujeres mexicanas han salido cada vez con más frecuencia a la calle para exigir al Gobierno que actúe contra uno de los índices de violencia doméstica más altos de América Latina. En promedio, el año pasado al menos 10 mujeres y niñas fueron asesinadas en México cada día, según las cifras oficiales del Gobierno, y la mayoría de los crímenes quedan impunes.

A principios de este año, miles de mujeres salieron a protestar en Ciudad de México y atacaron las murallas de la residencia presidencial con bates y sopletes. Las manifestantes feministas también han atacado estatuas coloniales, por considerarlas símbolos de la hegemonía masculina de México.

La estatua de bronce de Colón, erigida en 1877 sobre un pedestal en una rotonda, había sido desfigurada por manifestantes previamente, y las autoridades la retiraron el año pasado, entre amenazas de nuevos daños. En su lugar se colocará una réplica de una talla de piedra llamada La joven de Amajac, descubierta en el estado de Veracruz y que data de la época de los viajes de Colón, hace más de 550 años. La nueva figura medirá unos seis metros de altura, el triple que la original, que se encuentra en el Museo Nacional de Antropología de Ciudad de México.

La elección de una estatua de una mujer para reemplazar a Colón podría atraer a las feministas, mientras que al mismo tiempo apoya el discurso indigenista de López Obrador, dijo Valeria Moy, directora del Centro de Investigación en Política Pública, un laboratorio de ideas mexicano. “Está intentando complacer a todos, en especial a su presidente”, dijo Moy refiriéndose a la jefa de gobierno. “Desde el punto de vista político, la selección de la estatua me parece una buena decisión”.

Pero no todo el mundo estaba contento, a ambos lados de la brecha cultural. “Se están enfocando en la estatua sin enfocarse en los derechos de las mujeres vivas”, dijo Fátima Gamboa, activista de la Red Nacional de Abogadas Indígenas, un grupo de defensa mexicano.

Felipe Calderón, un expresidente conservador de México, dijo que el monumento a Colón era una pieza valiosa del patrimonio artístico e histórico de México, y se mostró en desacuerdo con el reemplazo.

“Quitarlo, mutilarlo, es un delito”, escribió en Twitter el mes pasado, cuando el gobierno de la Ciudad de México anunció sus planes de sustituirlo por un símbolo indígena. “Se lo están robando a la CDMX, a sus habitantes y a todos los mexicanos”.

Anatoly Kurmanaev y Óscar López son columnistas de The New York Times.