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El ‘fraude’ que justifica el golpe

El 10 de octubre se recordó la recuperación de la democracia, el 18 se diría lo mismo. En nuestra azarosa vida política la democracia es un concepto resbaladizo; según el ojo con que se mira, su conceptualización va desde un mecanismo de elección de gobierno, un sistema de dominación o una forma de convivencia ciudadana. Entre estos conceptos, la acción política oscila de un extremo a otro.

Desde 1964 las dictaduras apelan a este concepto para justificar la titularidad del poder. Barrientos, arguyendo el prorroguismo de su presidente Víctor Paz, dio un golpe de Estado para luego entrar por la puerta ancha del Palacio de Gobierno, en unas elecciones con un movimiento sindical proscrito y la vigencia del pacto militar-campesino. Ovando, en cumplimiento de un mandato de las Fuerzas Armadas, sacó el Ejército de las minas, dio la libertad sindical, nacionalizó el petróleo: el movimiento obrero le dio su apoyo afirmando que era un gobierno democrático. La juventud universitaria impuso el examen de competencia para optar a la cátedra, el gobierno respetó la autonomía universitaria. Banzer y su sector consideraron que se cedía demasiado al castro- comunismo, golpeó a nombre de una civilización occidental, cristiana y democrática, su tarea era enseñarnos a ser democráticos mientras ellos acumulaban riqueza tal como corresponde a una clase dirigente.

La experiencia demostró que la dictadura tenía la virtud de unir a un amplio espectro de la ciudadanía, en su contra. Con el asomo de la victoria sandinista en Nicaragua, Estados Unidos cambió de estrategia. Así surgió la “democracia controlada”. Banzer, como alumno aplicado, llamó a elecciones en noviembre de 1977, la llave maestra: no podían participar en ellas 500 ciudadanos. Una huelga masiva de hambre impuso la amnistía general el 18 de enero de 1978, el sector popular considera que ese día se recuperó la democracia.

La transición no fue fácil: nueve presidentes en menos de cuatro años, entre golpes, elecciones, fraudes, sucesiones constitucionales. El proceso llevó a un gobierno de izquierda, que en las elecciones de 1980 había logrado un 55%, pero para ese entonces se mostraba dividida. La alianza de izquierda, temor de la derecha, estaba liquidada después de la muerte de Marcelo Quiroga Santa Cruz; se dejó en la impunidad a Banzer. La salida fue el Congreso de 1980, que se concretizó el 10 de octubre de 1982. Así Siles se convirtió en heredero del desastre económico, prisionero de un Congreso opositor y asediado por las promesas electorales. La renuncia a un año del final del mandato de Siles-Paz Zamora fue la capitulación de la izquierda y la consolidación del sistema de partidos, en el cual importaba más el equilibrio para el disfrute del poder, que el sustento de visiones de país y sociedad.

En agosto de 1985 se inició el período neoliberal y de la democracia pactada que aniquilaría el sustento de la nacionalidad: el movimiento obrero-popular. Con la ley en la mano, fueron necesarios sucesivos estados de sitio para liquidarlo, todo con la consabida defensa del Estado de derecho y las prerrogativas del poder. A título de la democracia se engendró a las más aberrantes criaturas, cruzando puentes de sangre, alterando los resultados electorales, renunciando y olvidando las promesas y ofensas electorales, todo con el afán de aprovechar la oportunidad de disfrutar el poder. La voluntad popular expresada en el voto contra el neoliberalismo de pronto se negociaba para garantizar la paz y gobernabilidad de los neoliberales. Tanto oprobio provocó revueltas populares que pusieron fin al sistema de la democracia pactada, una ficción de democracia.

Llegó el 18 de diciembre de 2005, elecciones generales que dieron como resultado una contundente victoria que enterró a los partidos y los pactos; esa masa plebeya obligaba a cumplir las promesas y programas electorales: nacionalización de hidrocarburos y Asamblea Constituyente.

Se emprendió la construcción del Estado Plurinacional, objetivo sancionado con voto popular que nunca fue aceptado por la élite. Su acción opositora no se empeñó en la construcción de los nuevos tiempos, fue una constante conspiración para retrotraerse al pasado oligárquico. Finalmente, cuando el gobierno se apoltronaba en la burocracia, la oligarquía sacó sus mañas, retomando el fraude para justificar el golpe.

Será la memoria histórica que brotará en los bloqueos y paros de agosto de 2020 que reencauzará la construcción del Estado democrático, que no sabemos cómo será, pero sin duda captará el deseo de las inmensas masas que se pronuncian en asambleas, las carreteras, las marchas. Democracia directa y participativa.

José Pimentel Castillo fue dirigente sindical minero.