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El pánico moral por Instagram

En su testimonio ante una subcomisión del Senado, Frances Haugen, una exempleada de Facebook convertida en informante, planteó una serie de cuestiones políticas importantes y complejas sobre cómo la sociedad podría regular mejor al caprichoso gigante de las redes sociales.

Pero también planteó una cuestión muy básica, para la que ni la audiencia ni sus documentos internos filtrados proporcionaron una respuesta clara. La pregunta es: ¿las redes sociales son un peligro para los adolescentes? La respuesta es: no tenemos ni idea.

Nadie lo sabe a ciencia cierta, ni los expertos en desarrollo infantil, ni las empresas tecnológicas, ni los adolescentes, ni, por desgracia, los desventurados padres como yo. Y al llegar a la conclusión de que la plataforma Instagram de Facebook y otros servicios de redes sociales serán la ruina de la próxima generación, nosotros —los medios de comunicación en particular y la sociedad en general— podemos estar cayendo en una trampa que nos ha atrapado una y otra vez: un pánico moral en el que sacamos conclusiones generalizadas y alarmantes sobre los peligros ocultos de las nuevas formas de medios de comunicación, las nuevas tecnologías o las nuevas ideas que se propagan entre los jóvenes.

Los cómics, la televisión, la música rock, el rap, la música disco, los videojuegos, el inglés negro vernáculo y la corrección política son algunos de los temas que han generado pánico colectivo en el pasado. Se podría pensar que esta letanía de sobresaltos mediáticos evitaría nuevos sustos, pero seguimos teniendo tanto pánico como siempre.

En los últimos dos años me he vuelto en particular cauteloso con estos pánicos. Mientras veía el testimonio de Haugen la semana pasada, no pude evitar detectar patrones de pánico moral. Muchas de las preguntas de los legisladores y las respuestas de Haugen parecían tener menos sustento en los datos y más en las suposiciones. A veces, la audiencia parecía una versión de la vida real de ese meme de Los Simpsons: “¿Por favor, que alguien piense en los niños?”.

Haugen se refirió a las investigaciones de Facebook que sugieren que Instagram puede exacerbar la ansiedad, la depresión, los pensamientos suicidas y los problemas de imagen corporal de los adolescentes. Entre otras sugerencias, propuso aumentar la edad mínima de cualquier persona que utilice las redes sociales de 13 a 17 años.

Como escribió el psicólogo Laurence Steinberg en el Times, la investigación que cita Haugen es bastante débil. Gran parte de ella es correlativa y los mismos documentos filtrados también muestran que muchos adolescentes parecen pensar que, en muchos aspectos, Instagram desempeña un papel más positivo en sus vidas que negativo.

Como analista, la propuesta de Haugen de aumentar la edad mínima para usar las redes sociales me parece una precaución razonable. También ha defendido con firmeza que los legisladores y los reguladores impongan una transparencia radical a Facebook para que los investigadores externos puedan conocer mucho mejor el papel de las redes sociales en la sociedad.

Pero como padre de niños a los que les falta un par de años para ser adolescentes, mis preocupaciones son más inmediatas. ¿Debería (en algún momento) dejar que mis hijos tuvieran teléfonos inteligentes y exploraran la naturaleza de Instagram, TikTok y cualquier otra cosa de Internet que los niños utilicen ahora y de la que yo no haya oído hablar? Si es así, ¿a qué edad?

Por el momento, mis mejores respuestas son: no sé y no sé.

La permisividad y la prohibición tienen un posible costo. Es factible, como sugiere la investigación filtrada de Haugen, que las redes sociales tengan efectos desastrosos en el bienestar mental y social de mis hijos; también es posible que tengan efectos positivos significativos (en la encuesta que Haugen señaló, muchos chicos y chicas adolescentes dijeron que Instagram aliviaba su soledad, el estrés familiar y la tristeza, mientras que muchos también dijeron que no tenía ningún impacto).

También está la cuestión de cómo un bloqueo de las redes sociales puede afectar al bienestar de mis hijos. Hoy en día, para bien o para mal, el mundo funciona con las redes sociales; ¿quiero que mis hijos crezcan sin entender su dinámica, sus riesgos y sus posibilidades? ¿Una prohibición los convertirá en parias sociales? Si les impido usar la aplicación en la que se reúnen todos sus amigos, ¿estoy actuando como el padre inflexible que no dejaría a sus hijos escuchar a Elvis?

Vivimos en tiempos difíciles. Pero no podemos empezar a resolver nuestros verdaderos problemas si nos dejamos llevar por exageraciones. 

Farhad Manjoo es columnista de The New York Times.