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Criar cuervos

Así como en las películas de vaqueros los buenos llevan el sombrero blanco y los malos el sombrero negro, en la mitología europea medieval el negro cuervo era de mal agüero, mientras la blanca paloma era la mensajera de Dios. La cultura occidental ha sido pródiga en ese tipo de encasillamientos: todo lo oscuro es peligroso, sucio, malvado; todo lo blanco es bello, puro y angélico. En ese proceso mientras la paloma es símbolo de paz, el pobre cuervo ha terminado siendo símbolo de cobardía, de envidia y de traición.

Por eso resulta especialmente problemático que el señor Rómulo Calvo, presidente del Comité Cívico pro Santa Cruz, se haya referido a ciertos habitantes de ese departamento como “cuervos”. Ante el revuelo que se produjo, afirmó después que lo habían sacado de contexto. Vamos, pues, a poner sus palabras en contexto.

La declaración estaba específicamente referida a los habitantes de Santa Cruz que participarían de la movilización de desagravio a la wiphala convocada por el Gobierno. A ellos los calificó como “gente malagradecida que viene a esta tierra buscando mejores días”, les solicitó que no vayan “en contra de la tierra que les da de comer” y les advirtió “que no sean cuervos”.

Hace poco más de un año, el mismo señor hizo unas declaraciones parecidas. Esa vez, en el contexto de los bloqueos de caminos exigiendo la realización de elecciones, llamó a quienes bloqueaban carreteras en Santa Cruz “bestias humanas indignas de ser llamados ciudadanos”. Afirmó además que se trataba de “colonos que muerden la mano de la tierra que les abre sus brazos para que salgan de la pobreza”.

En ambas declaraciones el insulto y la advertencia va dirigido a un grupo específico: los habitantes de Santa Cruz que no han nacido en tierras cruceñas. Esas personas, para Calvo, deberían estar agradecidas por tener el privilegio de ser aceptadas en su territorio, que además les da de comer y las ha sacado de la pobreza. Esos bolivianos, para Calvo, son por definición “colonos”.

Más allá de su significado en el diccionario, esa palabra tiene en Bolivia importantes referencias históricas. Se llamó colonos a los migrantes de todo el país que se trasladaron a Santa Cruz en los años 50 como parte de un plan de diversificación económica llamado “la marcha al Oriente”. Con el tiempo, la palabra colono se usó como sinónimo de peón para referirse a los trabajadores rurales que no poseen tierra propia y trabajan para un patrón. Llamar a todo migrante a Santa Cruz colono implica jerarquizarlo como peón de la “tierra que les da de comer” y, por extensión, de quienes se autoproclaman sus “líderes morales” (o sea, su Comité Cívico).

Asumiendo que las definiciones de Calvo se aplicaran a toda Bolivia, de mí podría decirse que soy una colona, puesto que nací en Cochabamba pero vivo en La Paz. ¿Deberían entonces los paceños nacidos en La Paz advertirme que no sea cuerva? ¿Deberían sus autoridades pedirme agradecimiento porque se han dignado recibirme? Que yo sepa, como boliviana tengo el derecho de vivir en cualquier ciudad o departamento, que es tan mío como el lugar donde he nacido. Desde que soy mayor de edad, además, nadie “me da de comer” — menos una ciudad o un departamento. Yo misma, con mi esfuerzo personal, genero mis propios ingresos y de paso contribuyo al bienestar común al pagar impuestos.

Que yo sepa, solo en Santa Cruz hay quienes se atribuyen la propiedad del territorio nacional y se atreven a jerarquizar a sus habitantes de acuerdo al lugar de su nacimiento. Al menos yo, en La Paz nunca he sentido que me traten como a peón o colono. Todo boliviano es tan dueño de Santa Cruz, tiene tanto derecho a habitarla y quererla, a vivir allí y contribuir a su desarrollo, como lo tiene Calvo. Aquí los únicos cuervos son quienes se apropian de lo que es de todos.

Verónica Córdova es cineasta