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Mi lumpenfobia

El desprecio que sentía Marx por el lumpen proletariado es evidente en sus escritos más políticos de su madurez, particularmente en el 18 Brumario de Luis Bonaparte. Sin coincidir con su doctrina, en Los Orígenes del Totalitarismo, Hannah Arendt, también denunciaba el rol perverso que jugó este segmento de la sociedad europea desde finales del siglo XIX, sirviendo como el principal caldo de cultivo y base de reclutamiento para el movimiento fascista.

Quizá uno de los pocos pensadores de la izquierda contemporánea que no lo fustigaba de entrada fue Frantz Fanon, que valoraba su capacidad revolucionaria por encima de la del reducido y privilegiado proletariado de la Argelia colonial de los años 50. Al mismo tiempo, la cultura gangster, que fascina a millones a través de artistas de hip hop, fue en sus orígenes una expresión de rebeldía, denuncia y anhelo por mejores días, nacida en las comunidades negras de los EEUU. Es decir, como toda genuina forma de arte, progresista y democrática.

¿Por qué, entonces, considero que uno de los principales enemigos del movimiento popular en Bolivia, después de la oligarquía agroexportadora acaudillada hoy por Luis Fernando Camacho, es justamente esta capa de nuestra sociedad? Después de todo, el partido en el cual yo milito debe, se supone, incluir en su seno a los ninguneados de siempre, donde se puede contar a los herederos espirituales de Vizcarra.

La respuesta es la misma que inspiraba el escepticismo de Marx. Debido a su marginalidad, pandilleros, delincuentes y drogadictos son más proclives a actuar como músculo contratado por las clases privilegiadas que a favor de las oprimidas. Su desamparo, al mismo tiempo, se refleja también en un resentimiento extremo hacia sus propios orígenes, por lo cual no es de sorprender que los racistas más radicales vengan de esta capa social. Sus aspiraciones jailonas los llevan a ser, muchas veces, más papistas que el Papa. Incluso su admiración por la estética militar, como se observa en la organización vandálica de la Resistencia Juvenil Cochala, delata evidentes complejos y frustraciones de clase.

Sin su auxilio, el golpe de Estado de 2019 no hubiera sido posible, debido a las claras limitaciones combativas de los “niños bien”, que seguramente no hubieran podido siquiera tomar la plaza San Miguel. Irónicamente, uno de los discursos más usuales de la derecha es relacionar al movimiento cocalero con el narcotráfico y el mundo de lo ilícito, cuando en los hechos, las tendencias criminales son abundantes en sus filas, como lo demuestra el caso de Arturo Murillo y toda la seguidilla de corruptos y cleptómanos que desfalcaron Bolivia bajo el régimen de Áñez.

Nada nuevo para Bolivia. Luis García Meza, el más deplorable y patético de toda la línea dictatorial del siglo pasado, se servía de bandas de rufianes como Los Marqueses, que ultimaron a Marcelo Quiroga Santa Cruz. Eran motoqueros, tal cual Yassir Molina, quien, tengo entendido, tiene un prontuario que data de mucho antes del golpe. También escuché que durante su última estancia en prisión se volvió muy amigo de Jhasmani Torrico, alias El abogangster. ¿Coincidencias? Para nada. Yassir por fin encontró a su maestro.

El travestismo mafioso de Camacho, miembro de la élite, pero admirador del infame Pablo Escobar, es otro ejemplo, tal vez el más elocuente, para entender cómo funciona la lucha de clases en Bolivia. Todo acá es un reflejo invertido de lo que sucede en el norte. Si allá la cultura gangster cantaba para la liberación de un pueblo desde las calles del Bronx, acá la enarbolan hijitos de papá que contratan pandilleros para hacer su trabajo sucio. Carlos Mesa nunca se quitaría los guantes. Y tal como me lo hizo notar un amigo, esos mismos jovencitos y sus amigos acomplejados creen que son rebeldes, ¡rebeldes de clase alta! Valientes privilegiados que se enfrentan al autoritarismo de las masas sin lavar.

La lucha resuelta contra el crimen organizado fue ineludible para la Revolución Cubana. ¿Sabía usted, estimado lector, que gran parte de los que escaparon de Castro cuando éste descendía de la Sierra Maestra, trabajaban para la mafia italiana, que invirtió millonarias sumas en esa isla para convertirla en el casino del Caribe? Si de verdad le preocupa la violencia y la inseguridad, no mire al Chapare, sino a los barrios pudientes del eje central.

Luchar contra el crimen organizado, no obstante, no es lo mismo que luchar contra la informalidad. La distinción es imprescindible. Le apuesto mi meñique a que encontraremos más mafiosos en un bufete de abogados que en cualquier feria comercial.

Chao queridos.

Carlos Moldiz Castillo es politólogo.