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Deberíamos saber menos de los demás

En 2017, luego de la conmoción que causaron el brexit y la elección de Donald Trump, Christopher Bail, profesor de Sociología y Política Pública en la Universidad Duke, se propuso estudiar qué pasaría si se sacara a la gente de las cámaras de eco que son las redes sociales. Bail es el director de The Polarization Lab, un equipo de científicos sociales y estadísticos que estudia cómo la tecnología amplifica las divisiones políticas. Él y sus colegas idearon un experimento sencillo. Como Bail escribe en su libro más reciente, reclutaron a 1.220 usuarios de Twitter que se identificaban como demócratas o republicanos, y ofrecieron pagarles $us 11 para que siguieran una cuenta de Twitter específica durante un mes. Aunque los participantes no lo sabían, a los demócratas se les asignó seguir una cuenta operada por bots que retuiteaba mensajes de importantes políticos y pensadores republicanos. A su vez, los republicanos siguieron una cuenta administrada por bots que retuiteaba a demócratas.

En ese momento, gran parte de la preocupación sobre el papel del internet en la polarización política giraba en torno a lo que el activista digital Eli Pariser llamó filtros burbuja, que define la manera en que un internet cada vez más personalizado atrapa a las personas en silos de información que se refuerzan a sí mismos. “La idea de la cámara de eco estaba llegando a su apogeo en términos de su influencia pública”, me comentó Bail. “Explicaba muy bien cómo Trump había ganado, cómo el brexit había podido suceder”. El equipo de Bail quería ver si hacer que la gente se relacionara con ideas ajenas podía moderar sus opiniones. Sucedió lo opuesto. “Nadie se hizo más moderado”, dijo Bail. “Sobre todo los republicanos se volvieron mucho más conservadores cuando siguieron al bot demócrata, y los demócratas se hicieron un poco más liberales”.

Desde hace mucho, las redes sociales se han justificado con la idea de que conectar a la gente haría que el mundo fuera más abierto y humano. Después de todo, en la vida fuera del internet, conocer a diferentes tipos de personas suele abrirnos la mente, éstas dejan de ser caricaturas para convertirse en individuos complejos. Es comprensible que alguna vez muchos creyeran que lo mismo pasaría en internet. Pero resulta que la conexión no es buena por naturaleza, sobre todo en línea. En el internet, conocer a personas que no son como nosotros con frecuencia nos hace odiarlas, y ese odio está configurando más nuestras políticas. La corrosión social provocada por Facebook y otras plataformas no es un efecto secundario de las malas decisiones de gestión y diseño. Está integrada en las propias redes sociales.

Hay muchas razones por las que Facebook y las compañías de redes sociales que le siguieron están involucradas en la ruptura democrática, la violencia comunal en el mundo y una guerra civil fría en Estados Unidos. Son motores para difundir desinformación y combustible algorítmico para teorías conspirativas. Recompensan a la gente por expresar su ira y desprecio con el mismo tipo de dopamina que se obtiene al jugar a las máquinas tragamonedas.

Las políticas de derecha ahora se enfocan en hacer enfurecer a observadores liberales imaginarios. Es como si los conservadores enfadados vivieran todo el tiempo con un progresista hostigador en su cabeza. Tal vez las redes no crearon esta mentalidad, pero la exacerban mucho. Después de todo, no tiene sentido hacer quedar mal a los liberales si no se tiene un público.

El valor de la distancia psíquica puede aplicarse tanto dentro de las comunidades como entre ellas. En 2017, Deb Roy, director del Centro de Comunicación Constructiva del Instituto Tecnológico de Massachusetts y excientífico jefe de medios en Twitter, celebró reuniones informales en pueblos pequeños para hablar con la gente sobre las redes sociales. Varias veces, las personas le dijeron que habían dejado de hablar con los vecinos u otras personas del pueblo después de ver cómo expresaban sus opiniones en línea. Fue la primera vez, me dijo Roy, que escuchó de las personas mismas que las redes sociales “están bloqueando conversaciones que, de lo contrario, habrían sucedido de forma orgánica”.

Roy cree que existe el potencial de una red social saludable: señala Front Porch Forum, una plataforma moderada y localizada para los habitantes de Vermont. Pero es notorio que su mejor ejemplo sea algo tan pequeño, poco convencional y relativamente de baja tecnología. Claro que hay formas de comunicarse por internet que no promueven la animosidad, pero tal vez no con las plataformas que ahora predominan. En un país que se hunde cada vez más en un estado perpetuo de acritud estridente, quizá podríamos tolerarnos más si nos escucháramos menos.

Michelle Goldberg es columnista de The New York Times.