Icono del sitio La Razón

Tiempo, odio y paciencia

Los acontecimientos que tuvieron lugar ayer dan la impresión de que Bolivia está nuevamente encarrilada hacia la confrontación. Pero esta percepción debe contraponer lo que se observa en las calles con lo que se muestra en los medios. Al vergonzoso comportamiento exhibido por legisladores de oposición durante el discurso del presidente Arce tras su primer año de gobierno debe contrastarse el limitado impacto que tuvo el paro convocado por los cívicos opositores al oficialismo, incluso en los departamentos donde estos tienen mayor influencia. El país se encuentra cada vez más polarizado, pero en distintos niveles y espacios. Por el momento, la animosidad del antimasismo no ha logrado trascender el campo de las redes sociales, el mediático y el estrictamente político representativo.

La convocatoria de la oposición no es la misma que tenía a finales de 2019, que fue más el resultado de un proceso de acumulación, al cual contribuyó con mucho entusiasmo el propio MAS durante casi una década, que el fruto o la suma de sus propias fuerzas. Aunque la disyuntiva entre fraude y golpe todavía sirve para alimentar la adhesión de la ciudadanía a uno u otro bando, los detractores del actual Gobierno todavía no cuentan con los elementos discursivos suficientes como para interpelar al resto de la sociedad para unirse a su causa, que parece estar limitada al desplazamiento del actual bloque de poder, de composición difusa, pero donde destacan organizaciones sociales de raigambre popular. Todavía no pueden imaginar un tipo de país diferente al que tenemos o al que ellos solían tener.

El descrédito que arrastra esta oposición tras el gobierno de facto de Áñez y, sobre todo, su responsabilidad en la serie de masacres, asesinatos y un sinfín de violaciones a los derechos humanos durante ese lapso constituyen sus más pesadas rémoras para mostrarse como aspirantes legítimos al poder. Una de las consecuencias que se desprenden de esto es que ya no pueden enarbolar las banderas de la democracia o los derechos humanos como causas movilizadoras convincentes, lo que podría llevarlos a mostrarse abiertamente fascistas y autoritarios en el futuro, o a volver a levantar a las autonomías como causa movilizadora. La alternativa cínicamente autoritaria no es descartable, sin embargo, en vista del protagonismo cada vez mayor que viene conquistando la ultraderecha a nivel mundial. Tal como señaló un colega mío hace tiempo, asistimos a la paulatina desaparición del centro político en Bolivia.

Ante tal situación, la oligarquía agroexportadora de Santa Cruz y sus aliados en el resto del país apuestan a desgastar la imagen del Gobierno y a radicalizar a sus descontentos hacia posiciones cada vez más extremas. Para ello, recurren a una de las fobias más profundas en la psiquis de la élite boliviana: la amenaza del retorno de Evo Morales al gobierno. Mostrar al actual presidente como una simple extensión del líder cocalero es ahora una consigna entre sus diferentes hacedores de opinión, pero dicha estrategia es insuficiente, pues el MAS ha demostrado ser capaz, por el momento, de trascender a sus dirigencias. Para ser eficaz, deben ir más allá de la eliminación política de Arce o Morales. Deben acabar con la vanguardia indígena y campesina. Ganas no les falta, eso es seguro. La restauración oligárquica que siguió a la Revolución Nacional requirió, sobre todas las cosas, la represión extrema del proletariado minero.

La polarización en Bolivia no es una dinámica impersonal o independiente de los actores. Nuestros políticos no están siendo arrastrados hacia el campo de batalla a pesar de su voluntad. Hay, pues, agentes polarizadores, instigadores profesionales del odio: trolls en redes sociales, medios de comunicación hegemónicos, cívicos y asambleístas de oposición.

Para demostrarlo, basta seguir la transmisión que hizo el diputado Miguel Roca durante el discurso del presidente Arce, cuyos insultos al Primer Mandatario y a sus colegas legisladores son una muestra descarada de desprecio y racismo. “¡Ni entienden lo que está diciendo!” (refiriéndose a la exposición del presidente). “Este imbécil” (refiriéndose ya al presidente).

El odio es una estrategia de largo aliento y requiere paciencia. La oposición cuenta, para ello, con todo el tiempo y los recursos del mundo. Nosotros no.

Carlos Moldiz Castillo es politólogo.