El mini superciclo de los ‘commodities’
Fuera de la coyuntura local, dominada por la noticia política del mes —el paro cívico—, el mundo se está moviendo en medio de su propio desorden, político y económico. Como efecto del levantamiento de las restricciones de la pandemia, se ha desatado un conjunto de desajustes globales muy distintos a los que experimentamos en la explosión del COVID-19. Durante la primera ola, las medidas de protección ante la pandemia generaron shocks de oferta y demanda simultáneos, con los cierres de fronteras impidiendo la circulación de la poca o mucha oferta de bienes y las cuarentenas colapsando la demanda.
Las líneas aéreas prácticamente dejaron de operar, los buques cargueros se quedaron en los puertos, los restaurantes cerraron sus puertas y muchas fábricas apagaron su maquinaria, mientras que miles de minas eran desalojadas y otro tanto de pozos petroleros fueron abandonados. Paralelamente, la necesidad de insumos médicos, cubrebocas, test antivirales, respiradores y oxígeno medicinal trepó a niveles nunca antes vistos.
En la intimidad de los hogares, donde muchas familias fueron confinadas durante meses, las modalidades de consumo se modificaron drásticamente, volcándose a lo digital y a lo virtual. Las nuevas desigualdades que surgen de este salto en el comportamiento de lo cotidiano han encontrado a los gobiernos sin respuestas sistemáticas, al menos hasta el momento actual.
Cuando ya pasó lo peor de la pandemia, desde fines de 2020, el levantamiento de las restricciones encontró a las empresas en todo el mundo en una situación caótica, pues por más voluntad que se le ponga, la reactivación de decenas de miles de buques cargueros, el regreso a las fábricas para millones de operarios, la puesta en producción de minas que fueron abandonadas durante meses, toma nomás su tiempo; así fue que entramos a un periodo largo de reajuste de las cadenas de suministro, que todavía no acaba.
La demanda se está reactivando, lo mismo que la oferta, pero los ritmos son distintos y eso se traduce en desajustes de precios. Durante este año, ese desajuste de precios se ha expresado en incrementos para los productos primarios. Bolivia está en una posición única, pues sus tres rubros centrales de exportación han experimentado incrementos significativos.
El precio de los hidrocarburos se ha cuadruplicado desde su peor momento en 2020, llegando a un promedio de $us 70 por barril este año. De acuerdo con el último reporte sobre perspectivas de los mercados del Banco Mundial, el precio del petróleo podría promediar hasta los $us 77 por barril el próximo año — buena noticia para los países exportadores de hidrocarburos. Mal que bien, el necesario proceso de reforzamiento de nuestro sector hidrocarburífero será más sencillo con precios altos.
Por su lado, los minerales tuvieron un atractivo repunte de 48% este año y presumiblemente perderían un modesto 5% en 2022, mientras que los precios de los commodities agrícolas, que se beneficiaron de un 22% de incremento este año, podrían estancarse en 2022, pero en un nivel razonablemente alto.
Para soyeros y mineros, incluso un estancamiento de los precios en los niveles actuales es una buena noticia, pues estamos hablando de precios superiores en 50% en relación a 2019 para los soyeros y superiores en 90% a los niveles de 2019, para los mineros. Las épocas de precios altos usualmente señalan oportunidades de inversión en el sector minero. Nuestro país tiene aún un gran potencial bajo tierra. ¿Qué arreglos institucionales pueden reposicionar a Bolivia como una potencia minera sudamericana?
Por otro lado, las temporadas de precios altos son ventanas de oportunidad para experimentar políticas públicas heterodoxas: ¿qué posibilidades existen para que un mayor impulso de la agenda de los soyeros y mineros tenga como contraparte un impulso de la agenda estatal? Y por agenda estatal me refiero a la captura de una fracción de la renta soyera, vía, por ejemplo, un instrumento procíclico que se active en tiempos de vacas gordas y se desactive en tiempos de vacas flacas. Al menos hay que pensarlo.
Pablo Rossell Arce es economista.