Somos una fotocopia idéntica
En las novelas de Gabriel Mamani Magne (GMM), hay perros y gatos. También hay humor y agudeza, mota y fútbol, fotosíntesis y monolitos. Su estilo narrativo es como un contragolpe: vértigo y remate final con frases como ésta: “Bolivia es un intento fallido de no ser Bolivia”. GMM ha publicado tres novelas: Tan cerca de la luna (Premio Nacional de Literatura Infantil, 2012), Seúl; Sao Paulo (Premio Nacional de Novela, 2019) y El rehén (Dum Dum editora, 2021).
En la obra de Mamani Magne hace frío y calor, se ve porno salvaje en el celular, se escucha K-pop (“a los bolivianos les gusta esa música porque es más fácil parecerse a sus ídolos”) y se leen los tatuajes de los minibuses, esos “haikus” de la parte trasera. Este es el que más me gusta: “Mientras llega el indicado, a disfrutar con el equivocado”. El tema de GMM es el cuerpo; el deseo, los cuerpos deseados.
Los perros son de dos clases: los de “Abajo” (La Paz) y los de El Alto. Nota mental: los perros salvajes de Milluni son otra cosa. Los paceños son tímidos, boca nomás. Los perros alteños son dementes, hasta los personajes de GMM huyen de ellos. Pero todos cuidan el barrio mejor que esos monigotes que cuelgan de los postes. Entre los personajes de GMM y esos perros apenas hay diferencias: ambos van y vienen, ambos buscan desesperadamente sexo y comida, ambos se ponen al sol todos los días de la semana, ambos han sido o serán pateados. Al protagonista de Seúl…, el más chango de la saga de los Pacsi, el suboficial Sucre le dice “la perra más perra de toda la Fuerza Aérea”. El can de El rehén se llama “Pato”. Somos una metafísica popular tras otra, hasta el infinito.
El mundo narrativo de Mamani Magne es violento y prejuicioso, como somos todos (“según Dino, los collas heredamos junto a la piel, la disposición para la borrachera y un radar comerciante”). El estilo es fragmentario y punzante, la pluma es redentora. Y el lector tiene la impresión de que el “gran” libro de Gabriel todavía no ha llegado. Ha publicado este año El rehén que es una obra menor al lado de su novela ganadora. Da la impresión de que su última novela breve ha sido editada para que la promesa de las letras bolivianas fiche por la editorial Dum Dum (de Liliana Colanzi), antes de ser captado/ cooptado por otro club/sello.
En las novelas de GMM los personajes se van de putas, como rito de iniciación machista y se habla de política sin tapujos, sin apenas patrones heredados (“la pandilla indianista de Dino a mí me suena a un club de autoayuda aunque no me importaría fingir que creo en esa biblia llamada La Revolución India siempre y cuando eso haga sonreír a la churca a la que he echado el ojo”). También se venden libros en el piso, ora frente al monoblock de la UMSA, ora en la Ceja. Se baja y se baja. Los temas de Mamani Magne son el padre, la patria y la familia.
En El Alto uno tiene derecho al horizonte, miras y miras y todo es plano, pampa, altiplano. En La Paz uno se siente rodeado, mires donde mires siempre estará el cerro, para bien o para mal; una montaña eterna, cortante/ inquietante, de mil colores/matices. Pareciera que los personajes de GMM no pueden escapar de ella. ¿O no quieren? Acaso la vida no es más que eso: un intento de fuga hacia adelante, una búsqueda de la identidad perdida, de la otredad no deseada. El tema es también la migración (forzosa o no).
Mamani Magne, stronguista y del Corinthians (como el que esto escribe gracias a la garra y al Doctor Sócrates), nos habla de padres invasores, de madres ausentes que manejan “carris”, de miradas de odio/sexo sutil, de pertenencia aymara, de novias que se llaman Vida (la hermana menor de mi primera chica en Bolivia también se llamaba así) y de personajes que quieren tener plata para leer libros y ser escritores (linda ternurita).
En el final de Seúl…, GMM se pregunta sobre la identidad nacional. Y se responde en clave íntima/poética: “somos los cuerpos que hemos acariciado”. También deja un espacio en blanco para la respuesta de lectores y lectoras. Entonces, uno escribe, garabatea apenas. Por ejemplo esto: somos un bucle melancólico, una guerra civil y un arrepentimiento. Somos odio y miedo, un país de “Pimpinela”: somos todos hermanos pero actuamos como si fuésemos todos enemigos irreconciliables en este teatro/ escenario llamado Bolivia. Lo último que apunto antes de cerrar el buen libro es esta frase: somos una fotocopia idéntica.
Ricardo Bajo es periodista y director de la edición boliviana del periódico mensual Le Monde Diplomatique. Twitter: @RicardoBajo.