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En la era de la posverdad

Una mujer cuenta su historia por WhatsApp, relata que ella recibía dinero desde Berlín para los medicamentos de su suegra, como lo hace desde hace mucho tiempo, pero la semana pasada cuando fue a recoger el giro le dijeron que no puede retirar el dinero porque está investigada por ganancias ilícitas. Quien cuenta la historia sabe perfectamente que nadie le podrá replicar, ni hacerle más preguntas aclaratorias. Es la voz de una anónima dirigida a miles de anónimos dispuestos a escuchar y difundir un rumor que los reafirma en su posición o en lo que decidieron aceptar como cierto.

En el uso y abuso de las redes sociales, el mensaje sobre una Ley del Inquilinato es otra muestra de la velocidad a la que puede circular una afirmación y comparar con el tiempo que tarda conocer la realidad, la efectividad que pueda tener el desmentido y finalmente la incapacidad de despejar dudas una vez que son sembradas. En el ejemplo de una supuesta Ley del Inquilinato por la que los dueños de casa por poco deberían entregar sus inmuebles al Estado, a pesar de los desmentidos aún circulan mensajes, sigue siendo tema de conversación e incluso hay quienes actúan como si esa norma estaría en plena aplicación.

En ambos ejemplos la verdad es lo de menos. Las consecuencias no interesan, los efectos de los mensajes falsos sirven a determinados intereses y en ese sentido quienes los difunden están defendiendo sus intereses a costa de engaños. Exactamente es el mismo procedimiento con el que actúan quienes esta temporada realizaron estafas piramidales ofreciendo réditos imposibles a cambio de determinados montos depositados en cuentas bancarias a través de transacciones electrónicas. Siempre habrán personas que no están suficientemente informadas y terminarán siendo víctimas de estafas. Estos mismos canales se utilizan para cometer delitos como la trata y tráfico de personas, la pornografía infantil, robos de identidad, robos de cuentas bancarias, así como el desprestigio y calumnia, que sin importar lo que hagan no logran recuperar o demostrar inocencia ni decencia.

Quienes se resisten a creer en los mensajes que abarrotan las redes sociales son quienes verifican la información que reciben, comprueban la veracidad de lo que llega por WhatsApp, Facebook, etc., porque sienten que la mentira es una afrenta a su inteligencia, sienten que los humillan e insultan. Las mentiras siembran dudas que son muy difíciles de disipar, se difunden con mucha rapidez, pero limpiar las manchas que dejan lleva demasiado tiempo y requiere mucho trabajo, tanto que a veces se hace imposible sacar a luz la verdad. Eso saben perfectamente quienes intencionalmente construyen estrategias comunicacionales basadas en mentiras, saben que el daño es irremediable para el conjunto de la sociedad, con grandes réditos para sus intereses personales porque estamos en la era de la posverdad.

Lucía Sauma es periodista.