Retrato de familia
La A amante puso hace varias semanas sobre este mantel de papel una parte del debate sobre las redes sociales y la asfixia que pueden provocarnos cuando están de mal humor. Este domingo propongo volver a las redes para intentar pescar algo positivo o simplemente para tomar el pulso a nuestra Bolivia partida, ciega, sorda, nunca muda.
Partamos de un ejemplo. En esta semana que concluye el empresario boliviano Marcelo Claure envió un mensaje en redes sociales al presidente Luis Arce solicitando una reunión para hablar de sus inversiones en la región. LA RAZÓN Digital lo informó. Acto seguido, aparecieron comentarios fuera de lugar con el sello de nuestra cuenta a los que no daré parlante en este texto. Se trató de una persona absolutamente ajena a nuestro equipo de trabajo, lo comunicamos a nuestros lectores y nos disculpamos por escrito con Marcelo Claure. El punto no es tanto el accidente en nuestra labor de información como los comentarios que provocó la situación: una persona tomó en cuenta el comunicado que difundió LA RAZÓN y lo puso en la zona de los comentarios; las otras que decidieron pronunciarse al respecto (que no es lo mismo que el total de lectores que supieron del caso) se subieron al barco de la confusión desatada por un lamentable error para expresar sus sentimientos de rechazo o de indisimulable odio contra el gobierno del MAS, o contra Marcelo Claure, o contra el periódico LA RAZÓN o contra periodistas con nombre y apellido que trabajan en el diario. Si buscaban lastimar, bingo. Duele ver cómo algunos usuarios de redes entusiastas que tienen el tiempo de especular sobre la base de prejuicios y la energía negativa de insultar y de agredir se dan cuerda entre ellos o chocan en sus percepciones y generan nuevos focos de agresión. Duele ver cómo alguna exautoridad apuntó a nuestro jefe de Redacción de LARAZÓN Digital, Rubén Atahuichi, que no tuvo ninguna responsabilidad en el hecho en cuestión y que solo madruga y amanece haciendo periodismo responsable. Duele que una exsenadora lance un comentario salido del estómago: “pasquín comunista”. Pero duele el triple saber que lo narrado aquí no es el lunar sino la norma. Sucede todos los días con tantos medios de comunicación, con tantos empresarios, con tantos actores políticos, con tantas autoridades, con tantos gobiernos, con tantos artistas, con tantos estudiantes de colegio, con tantas personas en el país y en el mundo. Las estructuras de estas plataformas digitales están diseñadas para eso: para poner posiciones confrontadas y subir las acciones de la empresa en el mercado. Es el espectáculo de una pecera gigante donde entran pirañas al ataque. Sálvese quien pueda.
¿Se afecta la vida real, fuera de la pantalla del teléfono? Las redes, las estrategias comerciales o las pirañas en las que nos convertimos trascienden sin la menor duda el universo digital para inflar todavía más las tensiones de un país dividido como la Bolivia posoctubre 2019. Envenenados todavía más por las redes sociales, salimos a enfrentarnos en las calles de carne y hueso. En efecto, no vamos a poner sobre las espaldas de Facebook o de Twitter el descalabro institucional y político atravesado hasta las entrañas por la pandemia. Pero tampoco vamos a dar un besito en la frente a estas plataformas que nos han cambiado las vidas. Sí bien nos han llevado al país de las maravillas de las llamadas gratis, de las comunicaciones instantáneas, de las caritas y los dibujitos para todo, del gran salvavidas “mándame por Whatsapp”, de los grandes encuentros y un largo etcétera, también nos han llevado a la tierra del “nunca jamás”. Los viajes adictivos a las redes, con sus dinámicas atrapantes, con el “siembra vientos y cosecharás tormentas”, nos han pegado también el virus de la intolerancia, de la agresión, del odio. Con esos virus salimos a las manifestaciones y nos miramos con desconfianza, nos gritamos, nos insultamos, nos empujamos, nos pateamos. Los barbijos que nos cubren la sonrisa no nos cubren de las antipatías con las que subimos a un bus, de la susceptibilidad que nos acompaña al mercado y que condiciona nuestros cruces de miradas con esos otros que también tienen la piel crispada. Así cohabitamos a diario. En este clima (des) informan los medios. Entre estos mundos los políticos se enfrentan. Con este ambiente enrarecido amanece y anochece en nuestros mundos. Estos mundos pititas, masistas, collas, cambas, awiphalados, tricoloreados, indígenas, menos indígenas, cholos, teñidos, acorbatados, son todos piezas de un mismo rompecabezas que está a punto de romperse. Nuestro retrato de familia. El único que tenemos. Lo único que somos.
Claudia Benavente es doctora en ciencias sociales y stronguista.