Con la misma receta
Después del anuncio de la abrogación de la Ley 1386, el controvertido dirigente cívico Rómulo Calvo anunciaba un cuarto intermedio del paro indefinido, acto seguido, sectores radicales, entre ellos los unionistas, en un cerrar de ojos, cercaban las instalaciones del ente cívico, anunciando que Calvo “de aquí no saldrá si no es con su renuncia en la mano”.
El dirigente cívico que se ufanaba de haber doblegado al Gobierno se encontraba asustado y sentía la amenaza de la violencia de los radicales que con sus discursos, inclusive racistas, había alentado. Acorralado, esquivó a la turba enardecida, la cual argüía que “él no puede decidir entre cuatro paredes el futuro del departamento”. Esa imagen de ese hombre asustado fue la metáfora del desenlace del conflicto que intentó poner en vilo a Bolivia.
Entre las bravuconadas de Calvo, al momento de amenazar al Gobierno se le escuchó decir que tenía la “receta para tumbar a un dictador”. Obviamente tenía la razón, fue la receta creada por el politólogo norteamericano Gene Sharp: hacer “golpes suaves” para desestabilizar gobiernos democráticos, vía estrategia del ablandamiento para posicionar un malestar en la sociedad que sirva para la deslegitimación política, el calentamiento en las calles, la combinación de diversas formas de lucha (inundar las redes sociales con fake news, por ejemplo) para desembocar en un golpe de Estado. Esta receta se aplicó en 2019 en Bolivia, forzando una ruptura constitucional.
Obviamente, el presidente cívico soñó con otro noviembre, pero no se percató de que la subjetividad movilizadora (aquella de noviembre del 2019) en pro de la democracia ya no estaba instalada en el imaginario social. El tema se habría zanjado con una nueva legitimidad emergente de las urnas en octubre de 2020. No obstante, necesitaba agitar las aguas para volver a demostrar que Santa Cruz no se rinde ante “ningún dictador” (sic). Por esta razón, cabalgó en una demanda que no era cívica, pero sensible, inclusive para los sectores populares que votaron por el Movimiento Al Socialismo (MAS). Así, nuevamente, aparecieron los discursos hipócritas y repetitivos de octubre/noviembre de 2019.
¿Por qué el ente cívico volvió a sus andanzas noviembristas? Hay dos explicaciones hipotéticas: la primera, para demostrar al gobierno del MAS su “musculatura”, o sea, su capacidad movilizadora; empero, en este caso específico, según mi criterio, no tenía afanes golpistas, sino una apuesta para liberar al actual gobernador cruceño, Luis Fernando Camacho, del caso de “golpe de Estado” en curso en la Fiscalía. Como escribí anteriormente en esta misma columna, es la amenaza de Al Capone: “Si me tocas, enciendo Troya”. La segunda hipótesis es que iniciaron una cruzada de deslegitimación política contra el Gobierno no para un golpe de Estado inmediato, sino para desportillar la imagen del presidente Luis Arce, para que en unos años más se animen a plantear un referéndum revocatorio.
El balance del conflicto da cuenta de que, por una parte, el Gobierno se vio presionado por el conflicto ante el cual retrocedió, pero, por otra parte, la situación develó, paradójicamente, los límites de la movilización cívica. Calvo usó la misma receta de noviembre de 2019, pero, irónicamente, acorraló su propio liderazgo y a Camacho. Ambos hoy podrían estar a merced de la Justicia. O, como diría el entrañable William Shakespeare: “Los errores bufos, las paradojas jocosas, el bufonesco mundo al revés, el quid pro quo, los burladores burlados, el ir por lana y salir trasquilado”, sería el saldo de la escena.
Yuri Tórrez es sociólogo.