Voces

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Expectativas y futuro

/ 25 de noviembre de 2021 / 01:22

Atravesamos en el país uno más de los recurrentes periodos de conflictos a los que lastimosamente vamos acostumbrándonos como sociedad, además de la zozobra que estos eventos nos causan y a veces hasta el conformismo cómplice que nos generan; es necesario en momentos como éste hacer una pausa, encomendar la conciencia al siempre bienvenido sentido común y apelar sin disimulo a la prudencia.

Cualquier paralización genera costos que deben ser asumidos por los instigadores y el resto, de esta ley no escapa nadie y representa una paradoja porque no está escrita en ningún papel; sin embargo, existe un costo adicional que no percibimos de manera tan directa pero que puede ser tan o más dañino, está relacionado a las expectativas personales y de grupo que se generan a partir de una situación de conflictividad permanente.

La sorpresa y la confusión no son precisamente amigas del porvenir ni del progreso, por esta razón el oportunismo político de algunos sectores para propagar riesgos y peligros donde no los hay es más que cuestionable, así como que la gente no se informe y actúe por reacción o reminiscencia de algo que ya no existe y que tampoco la representa.

Una ley contra ganancias ilícitas o su estrategia es bastante común en el planeta, su ausencia conduce a dificultades de diversa índole que debe enfrentar el país en su relación con el resto del mundo, no es algo que se haya descubierto hoy ni ayer. El hecho de cuestionarla tres meses después de su aprobación por la misma gente que la validó en su momento no es serio, muestra que hay otros intereses que amparados en un supuesto movimiento cívico tratan de favorecer las ganancias ilícitas o que evitan su reglamentación con fines de figuración política, esa que no pudieron consolidar cuando tuvieron el poder por unos meses.

Por otra parte, el vaticinio incesante de negros nubarrones para Bolivia en los años pasados y en los próximos se ha hecho reiterativo por parte de analistas y expertos, éste fomenta una sensación de que el único camino posible es el desastre y que por lo mismo todos estamos en la obligación de contribuir a que tarde o temprano esto se cumpla.

Para fortuna nuestra y desgracia de estos pequeños grupos, las cifras económicas agregadas de este primer año de gestión son positivas y abren el espacio al optimismo, estamos superando la pandemia y las actividades son cada vez más normales; sin embargo, las contradicciones de la vieja política continúan, se habla de reactivación y se paraliza, se habla de diálogo sin imposiciones y las demandas cambian a gusto de intereses sectarios, se habla de paz y se busca tumbar y darle una vuelta a la democracia.

La gestión económica ha sido la más apropiada según las circunstancias y es un tema que algunos no quieren reconocer, tergiversando todo lo que se propone y buscando cinco pies al gato, lanzando críticas sin fundamento y generando expectativas engañosas y apocalípticas que probablemente no se las crean ni ellos mismos.

Esta extraña complicidad entre figurones y comparsas o grupo de amigos ya no sorprende, queda en usted dilucidar los medios y los afanes ajenos, queda en nosotros no permitir que el futuro sea consumido por la confrontación y la discordia.

Franco Guzmán Bayley es economista.

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Las malas ideas también se contagian

/ 10 de marzo de 2023 / 01:39

Sin alcanzar la categoría de pandemia, los contagios que se producen entre humanos por virus o bacterias también pueden aplicarse a las ideas, una idea engañosa se contagia pese a un barbijo, porque su adopción requiere del convencimiento personal para admitirla como verdadera o parcialmente válida. Este fenómeno se constata por ejemplo en el uso indiscriminado de dióxido de cloro para tratar el COVID-19, práctica generalizada por el discurso reiterativo de personas que carecían de la suficiente evidencia, además de los conocimientos, para recomendar su ingesta.

Por la larga experiencia de derrumbes en la ciudad de La Paz, los argumentos para permitir edificaciones elevadas en zonas riesgosas también reúnen las características de una mala idea comprobada, la pintoresca coincidencia de varios concejales (probablemente contagiados) para sustentarla abría la posibilidad de fraude y apropiación de discutibles beneficios por parte de privados, además de autoridades municipales en ejercicio. Si en más de dos décadas ha sido poco o nada lo que se ha hecho para el control, no existe un incentivo a trabajar seriamente cuando los responsables provienen de gestiones previas, aunque al menos en su tiempo no cayeron en la tentación de otorgar condecoraciones a los infractores.

Discursos y comportamientos similares pueden explicarse por los sesgos cognitivos de la economía del comportamiento, éstos se manifiestan cuando las personas toman una decisión o responden a una pregunta de forma rápida o intuitiva (el pensamiento lento y reflexivo minimiza su ocurrencia). La incorporación de una perspectiva psicológica a las decisiones económicas cuestiona la completa racionalidad de otros modelos, Kahneman (psicólogo) y Thaler (economista), premiados con el Nobel de Economía en 2002 y 2017, respectivamente, destacan en este campo.

Describamos algunos sesgos comunes: exceso de confianza en los juicios personales sin estar corroborados; sesgo de confirmación, descartar información que nos contradiga; sesgo de anclaje, valorar más la primera información recibida sin verificarla; y, finalmente, el sesgo de arrastre en el que nuestras creencias cambian de acuerdo a lo que crea la mayoría (moda).

Otra posible explicación proviene de la asimetría de información, las personas tienen distintos niveles de acceso y la diferencia conduce a interacciones sesgadas en evidente perjuicio de la parte menos informada. Dos autores son los pioneros en este campo, Akerlof y Spence, el primero conocido por los “limones” (autos usados y defectuosos que son adquiridos debido a que los compradores no conocen su estado real); Spence concentró su análisis en las señales que son generadas justamente para mitigar esta asimetría, volviendo al tema de los autos, con las garantías que ofrecen los fabricantes como una forma de señalar su confianza en la calidad de sus productos.

A pesar de las justificaciones, el contagio de una mala idea puede provocar que personas desinformadas ejecuten acciones perjudiciales para sí mismas y para la sociedad; resulta llamativo que una falsedad unifique las posiciones más variopintas, observe la proliferación de especialistas de marras alentados por los medios, con tiempo y algo más de información evidenciará que entre éstos predomina el criterio somero y particularmente la tergiversación. Revisemos algunas muestras recientes de este particular ingenio, el Censo como solución a todo (noviembre 2022), la supuesta creación de nuevos impuestos (enero 2023) y la burda comparación de las reservas de oro con las joyas de la abuela ( febrero 2023).

En estos días, ciertamente que es una muy mala idea promover o motivar (contagiar) la especulación por dólares, esto potencialmente puede degenerar en una manifiesta inestabilidad del sistema financiero y un proceso inflacionario que al final solo afectará a los segmentos de menores ingresos, que son los que suelen cargar con las consecuencias de algunas irresponsables ocurrencias.

Franco Guzmán Bayley es economista.

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Laberíntico

/ 8 de agosto de 2022 / 00:20

La historia de los laberintos se remonta a varios siglos antes de Cristo, el mito más famoso con relación a esta figura recae en el laberinto de Creta, el cual fue construido para encerrar al Minotauro, un monstruo que se alimentaba de ofrendas humanas; esta estructura considerada como clásica contaba con una única entrada que conducía a un centro, por lo tanto, una única salida. En general, los laberintos han simbolizado un sinfín de aspectos de la vida, desde caminos que conducen a la virtud o la eternidad hasta un recordatorio de lo compleja que puede ser la existencia misma.

En la evolución de los laberintos se observa el hecho de que las entradas y, por lo tanto, las salidas se han multiplicado, la única ruta enredada se ha convertido en varios caminos o atajos, muchos de los cuales no conducen a nada; esta transformación ejemplifica a su vez el continuo proceso que siguen las ideas, necesario recordatorio de que no existen las verdades absolutas y que el tiempo se encarga de mejorar o reformular los conceptos previos.

Por su lado, la construcción mental de laberintos atraviesa por una de sus etapas más fecundas, ¿la evidencia?, al derrumbe de varias teorías preconcebidas como irrefutables hay que sumarle la particular dificultad que confrontamos para diferenciar los verdaderos fines y objetivos de las personas o sus grupos de interés respecto a su oratoria; en los hechos, a las peculiares intenciones altruistas de uno de los hombres más ricos del mundo para adquirir la red de opinión más en línea que existe hay que agregarle su reciente “desistimiento”, un indisimulado engaño para bajar artificialmente la cotización de dicha empresa, ¿no se trata acaso de tomar el control comercial con ventajas de esta poderosa y reconocida herramienta de comunicación?; en el ámbito nacional, ¿no es contradictorio el cuestionamiento a la subvención de combustibles de parte de los principales beneficiarios de esta medida?

¿Vale la pena insistir en el fin de la historia o fue un apresurado y no tan ingenuo cierre economicista? Considerando el grado de manipulación y canibalización que observamos en el mundo de los negocios privados, ¿es favorable para la gente de a pie que el Estado cumpla solo un papel de garantizar y normar los derechos de propiedad y que el mercado regule la totalidad de la actividad económica?

El ejercicio económico muchas veces ignora o deja en el limbo el hecho de que los humanos somos mucho más complejos que una operación de maximización de beneficios o minimización de costos, que además vivimos en sociedades complejas y poco homogéneas, por lo que el mismo concepto de escasez no puede aplicarse de forma lineal a los mismos bienes o servicios. En un escenario de conflicto bélico donde al parecer varios intereses económicos se encuentran en pugna, la especulación y las previsiones a lo largo del mundo se guían por aquello de que a guerra ajena no se le miran las fauces, por lo que al igual que en la pandemia es necesario que el Estado participe de forma activa para garantizar principalmente el bienestar de la mayoría de sus ciudadanos.

Al respecto, un engañoso y peligroso debate se ha abierto al cuestionar ciertos sectores los esfuerzos que realiza el Estado boliviano para mantener niveles de inflación bajos y controlados, socavar esta tarea de interés público es al menos incoherente, ¿quién en su sano juicio pretendería en circunstancias como las actuales provocar o contribuir a un proceso inflacionario? ¿Quiénes ganarían con tal situación?

Los laberintos tienen bastante de conjetura y mucho de consigna, en estos parajes la discrecionalidad enfrenta a los datos y los hechos con creencias o fantasmas; la economía por su parte, dista mucho de convertirse en un dogma por lo que indaga y propone alternativas para las soluciones. Los laberintos también pueden interpretarse como una invitación a una aventura con los ojos vendados; por el contrario, la economía por su carácter social tiene como pocas ciencias la obligación de observar y adaptarse a las necesidades de la gente, no al revés como varios especialistas parecen propugnar.

Franco Guzmán Bayley es economista.

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La falta de crisis

/ 10 de febrero de 2022 / 02:25

Ante la escasez de crisis, ésta ha empezado a convertirse en una necesidad para algunos interesados, motivo por el que expresan su disposición a pagar fortunas por ella, inclusive con pagos adelantados para entrega futura en réditos electorales. Más allá de la posible sorna que le provoque esta afirmación, frente a la coyuntura resulta dificultoso negarla por completo.

Las carpas instaladas en las afueras de los cines de la ciudad en diciembre son una manifestación tangible de la falta de crisis. Imagino esa ingente cantidad de niños, jóvenes y no tan jóvenes que decidieran pasar días y horas esperando para comprar una entrada para una función. No se cuestiona la motivación, cada persona es libre de utilizar su tiempo y dinero como le parezca; sin embargo, habrá que evocar que este comportamiento no se ha observado ni siquiera para obtener una vacuna contra el más que famoso COVID-19 y coincidamos que este microscópico virus es un villano real, más certero y con habilidades que ya quisiera poseer el arácnido personaje de la ficción.

Un detalle no menor es que las vacunas son gratuitas y su rentabilidad es elevada considerando los precios de un tratamiento contra la enfermedad en caso de que se agrave; por su lado, el espectáculo es una quimera de costo incierto y que dependerá del bolsillo del comprador, no cuenta con garantía de satisfacción; además, en un final alternativo la muerte no se conmoverá respecto al sacrificio empleado para esta aventura sensorial de dos horas y media.

La acelerada normalidad que observamos en términos de fiesta y alcohol también muestra una crisis esquiva, sin mencionar que el Carnaval no va a detenerse hasta el mes de marzo. No corresponde cuestionar el derecho a divertirse, cada quien es libre de ocupar su vida y salud como le plazca; sin embargo, convengamos que es una demostración de que salvando la emergencia sanitaria la gente dispone de los ingresos suficientes para solventar este tipo de gastos y seguramente otros menos entretenidos.

En otro ejercicio permanente de repetición, todo indica que, a demasiados políticos, empresarios y sus correspondientes analistas les está faltando crisis. Su ahínco en buscarla destapa una ansiedad por mantener vigencia aún a costa de avanzar caminando en círculos y que ante el curso de la historia que no perdona optan por figurar antes que olvidados vivir.

Más que una anécdota, este comportamiento reiterado afecta la percepción y además la predisposición de la gente, en este espectáculo el escenario pinta un paisaje económico en apariencia desolador y de miseria por doquier, tampoco hay esfuerzo o iniciativa que valga ni cifra que convenza, el cálculo político impone una continua e incesante agenda de desprestigio y desmerecimiento de los resultados, a lo lejos en la esquina se escucha que cierto regionalismo recalcitrante pretende establecer diferencias entre “modernos” y aquéllos con visiones, usos y costumbres ancestrales, por derivación ¿son los “primitivos” o “arcaicos”?

Para muestra basta un botón, recuerda alguno de los siguientes conceptos o ideas: el “efecto rebote”, las medidas “insuficientes”, el “desamparo” a la iniciativa privada, el acaudalado “centralismo” frente al pobre “federalismo”, el presupuesto “elefantiásico del horror”, el “creciente” costo del dinero, la “sofocante” iliquidez, el “gigantesco” aparato estatal, la “maquinita” de imprimir billetes, el “terrorismo” tributario, el “maquillaje” de los datos, entre muchos.

El problema con estos guiones es que olvidan convenientemente otros indicadores de empleo, inversión pública, comercio exterior, inflación, tipo de cambio, financiamiento a tasas casi concesionales y la reactivación de los negocios a partir del incremento de las ventas y el pago de impuestos, los cuales son hechos más que ideas o adjetivos.

Si la crisis económica ( faltante) no es palpable como se pretende mostrar, entonces se recurre a anunciarla en todos los medios disponibles, darle ribetes de sensacional estreno, a la espera de que un grupo de adeptos al cine catástrofe la compren, esperen o hasta colaboren para que la profecía se cumpla. La duda razonable es si el país tiene el tiempo y los recursos para esperar plácidamente un futuro indeseable para la mayoría y si podemos convertir a la reconstrucción económica en un lujo del que disfrute un club de eternos afortunados.

Franco Mauricio Guzmán Bayley es economista.

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La larga noche

/ 31 de enero de 2021 / 00:15

En la novela de Humberto Costantini que hace referencia al título de este artículo se plantea el dilema moral que alguna vez confrontamos como seres humanos respecto a nuestra indiferencia o pasividad frente a la desgracia ajena. Es un fenómeno recurrente en la vida que debamos elegir entre actuar o mantener una prudente distancia, de alguna forma y haciendo un paralelo con la economía, este hecho se explica por el grado de aversión al riesgo que tengamos.

En un mundo simplificado en función al riesgo, las personas podrían dividirse entre las que prefieren tomarlo, aquellas a las que les resulta indiferente y finalmente las que procuran evitarlo; por supuesto que esta clasificación no debería utilizarse para medir sus méritos respecto al nivel de ingresos a los que puedan acceder o hayan accedido. La práctica cada vez más común en Bolivia de defender los derechos de los “prósperos arriesgados” frente a los “pobres cautos”, agregando además connotaciones regionales y hasta étnicas, denota una miopía preocupante, muestra además que no hemos superado por completo las barreras que impiden consolidarnos como país y sociedad.

Respetando nuestras diferencias, en una situación límite como la presente, es necesario que reflexionemos en relación al mañana, que el mundo como lo conocemos cambió y seguramente cambiará, que los privilegios de los más afortunados no pueden estar por encima de la sobrevivencia del resto y que los más necesitados requieren mejorar sus oportunidades en todos los ámbitos para alcanzar una sociedad más humana y solidaria.

El reconocimiento de nuestra propia debilidad ante la pandemia, y la crisis que ésta ha desatado, ha generado una nueva conciencia en la que incluso un organismo internacional reconocido por su ortodoxia en términos económicos y por la aplicación a ultranza de recetas, el Fondo Monetario Internacional, recomiende un análisis renovado del cumplimiento tributario, de impuestos más altos a las personas más acaudaladas y del ajuste de aquellos dirigidos a las empresas con mayor rentabilidad; el fin de esta sugerencia es la aplicación de medidas redistributivas que beneficien a los sectores más pobres.

En esta línea, el Gobierno proyectó la creación de un Impuesto a las Grandes Fortunas (IGF) que grava la fortuna de personas con una riqueza mayor a los Bs 30 millones, el objetivo es generar ingresos que puedan llegar hacia la población en su conjunto a través de medidas redistributivas, que alivien de alguna manera las dificultades a las que todos nos vemos expuestos.

La redistribución no es mala en sí misma a pesar de que motiva un temor infundado de parte de ciertos sectores, basta ver que algunos de los países con mayor desarrollo humano en el mundo, como son los nórdicos, han aplicado políticas fiscales redistributivas que le permiten a la mayor parte de su población acceder a niveles de bienestar que no se ven ni siquiera en los países de tradición capitalista más arraigada.

No se trata de un acto injusto o perverso contra el esfuerzo o trabajo individual, se trata del reconocimiento de que la vida en comunidad conlleva una obligación moral para con los demás, y que la subsistencia no puede depender únicamente de la buena voluntad del libre mercado, cuyas manos suelen ser cortas en los tiempos difíciles y particularmente largas en la bonanza.

Franco Guzmán Bayley es economista.

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