De espacio público a espacio político
Estos últimos días, por los problemas sociales que se presentaron, nos pusimos a reflexionar sobre cómo han evolucionado las expresiones sociales hasta convertirse en extremo violentas. Esto ha llevado a que aquellos lugares donde se realizan se transformen, hasta el punto que sorprende la fuerza negativa que exhalan, la cual se acentúa con los rostros de los manifestantes que irradian su tremendo malestar.
No se puede olvidar que el primer lugar que develó al espacio para una infinidad de actividades nació en Atenas, el sitio más fluctuante y mágico del ayer.
Allí germinó el espacio público a partir de actividades sencillas como la práctica de danzas religiosas hasta ritos, sin olvidar la instalación de stoas, pequeños negocios destinados a la venta de alimentos. De esa manera, ese primer espacio público se convirtió en el más concurrido de la vida representativa de una parte de la sociedad; un lugar vivencial que no fue sustituido por otro, debido al vigor que le otorgó a la ciudad, elevando la calidad de vida del personaje principal: el ciudadano griego.
Mucho más en la época medieval, cuando los espacios públicos eran instalados en plazas enteramente cubiertas, como la Villefranche. Una realidad que no evitó que, aun así, la vida ciudadana fuese por demás dinámica. Único ejemplo inspirador de la palabra democracia.
Así nacieron otros espacios como el foro romano —ubicado en el centro de la ciudad de Pompeya—, que funcionaron como vínculos entre los monumentos y las plazas, y que adoptaron otro significado urbano: el del recorrido, posiblemente para el intercambio de ideas.
Lo particular es que el espacio público desde sus inicios fue el lugar más popular y cercano a los mercados. Un sitio abierto que fue adquiriendo la fuerza y vitalidad del pueblo, lo que generó expresiones singulares, sin olvidar que el poder de su sentido público le enseñó al mundo la elucubración de temas sociales. Con ello, se fue consolidando como uno de los lugares más importantes para la concentración y el relacionamiento ciudadano. Su fortaleza creció durante su conversión como parte del ordenamiento de las urbes, por su ubicación estratégica.
Evolución y dualismo dentro de una visión cada vez más objetiva en cuanto al significado político, que se expresaba más en las concentraciones populares. Así nacieron los actos en los que se trataban los temas de interés común de la ciudadanía.
Lo interesante es que hoy esa cualidad sigue evolucionando, pero no solo eso: el espacio público se ha convertido en aquel lugar trascendental de las urbes, dejando en segundo plano a los sitios de descanso de la población, como es el caso del Montículo en La Paz.
En contraste, la plaza San Francisco ahora tiene una doble función: de recreo para la población y centro político, cuyo valor de sentido popular sigue en aumento. Doble rostro: el de recepción de la ciudadanía y el de efervescentes concentraciones y expresiones logradas a través de las travesías políticas.
A pesar de todo eso, en los dos últimos años surgió otro tipo de actividad política desarrollada en una especie de espacios flotantes estratégicos, donde grupos de personas aparecen, expresan sus ideales y reivindicaciones políticas, y luego desaparecen. Una planificación sumamente singular, ya que en rápidas acciones los grupos se trasladan a distintos barrios, donde expresan su apoyo a su líder o defenestran al opositor para luego desaparecer.
Está claro que hoy se puede hacer política por medio de diferentes tácticas y esta última —la flotante— ha sido capaz de sembrar en diversos lugares el nuevo sistema de sentido político, el cual demuestra que los ideales de un partido son capaces de despertar la creatividad de sus adeptos para dar el salto a la práctica de métodos contemporáneos.
Patricia Vargas es arquitecta.