Icono del sitio La Razón

El gran reinicio

Alguna gente percibe que el COVID-19 es como cuando se cuelga la computadora, no da para adelante ni para atrás, la pantalla congelada, nada funciona… no queda más que reiniciar; por las buenas (con el botón de reinicio de la computadora) o por las malas, apagando o desenchufando el aparato.

El gran reinicio… ¿significa un borrón y cuenta nueva? ¿Qué pasa con las tendencias prevalecientes antes de la pandemia? ¿Cuáles se interrumpen y cuáles se refuerzan? A ciencia cierta, no existen respuestas cerradas a ninguna de estas preguntas. Es un tiempo de incertidumbre y en más de un caso, de reinvención. Por ejemplo, es muy probable que Ud. amable lector, amable lectora, me esté leyendo desde su celular, el mismo que usa para cosas tan cotidianas como pedir un taxi, intercambiar correos de la oficina y hasta hacer pedidos de su casera favorita vía WhatsApp.

La intensificación de la informática y la digitalización en la vida cotidiana es uno de los saldos de la pandemia. Y es una tendencia que no va a retroceder. Ahora Ud. encuentra apps para todo: para que le cuenten chistes, para medir las calorías de su dieta, para pedir comida a la casa, para atender reuniones virtuales y un largo etcétera.

Eso, desde el punto de vista del consumo. Imagínese la proporción del cambio digital para las empresas; de un momento a otro, las tiendas debían quedar cerradas, las visitas canceladas o limitadas y una proporción importante del trabajo, debía ser hecho online. Los incentivos a la digitalización se multiplican, así como las opciones para ejecutar esta tarea. En Bolivia la pandemia ha provocado el surgimiento de una interesante oferta de apps y de servicios tecnológicos, muchos de ellos de clase mundial.

Muchas cadenas de abastecimiento se truncaron durante la primera ola de la pandemia, a raíz de las medidas de confinamiento decretadas prácticamente en todo el mundo. Este hecho, sumado a consideraciones geopolíticas, está motivando a que uno de los pilares de la globalización —la terciarización de las cadenas de abastecimiento a nivel mundial— se restrinja e incluso se observen retrocesos parciales. Si estudiamos bien el asunto, esto puede significar la articulación de algunas cadenas regionales de producción. ¿En cuáles de ellas se pueden insertar los productores bolivianos? Asimismo, podemos pensar en un esquema interesante de sustitución de importaciones en el país, manteniendo nuestras especialidades: ¿cuánto de los insumos intermedios usados en minería e industria se podrían producir localmente y de manera rentable?

A favor del valeroso pueblo cochabambino, debo destacar dos iniciativas importantes: nuestra primera empresa automotriz — Quantum— y un “polémico” Lamborghini fabricado en Bolivia por el youtuber Kevsupercars. Mucha gente critica el hecho mismo de copiar un modelo y hacerlo de manera artesanal en el país, pero la historia de la industrialización en el mundo es una seguidilla de copias, imitaciones y hasta plagios. Yo personalmente creo que es un avance valioso.

Más acá, en el occidente, tenemos algunos estudiantes alteños que incursionan en robótica, lo tenemos a Limbert Guachalla que fabricó un prototipo de tractor para trabajar las tierras de su familia y así, cada cierto tiempo, tenemos una seguidilla de noticias de iniciativas de la inventiva boliviana. Durante la primera ola de la pandemia, tuvimos incluso productores bolivianos de respiradores de uso médico. Hay materia para la constitución de un fondo de inversiones para capital de riesgo en el país que nos lleve a una escala mucho mayor a la que permiten las opciones de capital semilla.

A propósito de las iniciativas en el ámbito de la medicina, creo que estamos en condiciones de proponer opciones de producción nacional de kits de detección de COVID-19. Cada día se realizan más de 10.000 pruebas. Ese es un mercado cautivo, si las cosas se gestionan bien.

Para gestionar bien las cosas, se requiere algún tipo de coordinación y diálogo entre el sector público y la empresa privada. El impacto del COVID-19 ha ocasionado —y sigue ocasionando— cuantiosas pérdidas para la sociedad, las empresas y las familias, pero las oportunidades y opciones no desaparecen.

Las transformaciones que trajo el COVID-19 al mundo son de tal magnitud que hacer más de lo mismo —mantenernos en la misma lógica que hasta 2019— nos va a dar menos de lo mismo. En microeconomía, eso se llama rendimientos decrecientes. Toca reflexionar acerca de nuestra reinvención como sociedad, toca hacer un reinicio. Las condiciones políticas del país parecen complotar en contra y es pertinente comprometerme a explorar ese tema en un futuro próximo.

Pablo Rossell Arce es economista.