Otras pandemias
“Mis hijos no han podido ir a la escuela este año, era imposible para mí comprar megas. Tengo cinco hijos y un solo celular… no he podido… ellos trabajan conmigo”. Esto dice una mamá de niños en edad escolar, no hay clases presenciales por la pandemia del COVID-19 y sobrevivir es la principal urgencia para esta familia con una sola jefa de hogar y cinco menores de entre 5 y 16 años. Todos comienzan sus tareas a las 05.00, los hijos venden pañuelos, barbijos y pequeños aspersores de alcohol, en el centro paceño. La madre vende gelatinas y refresco de mocochinchi. Estos niños no pasaron clases porque no pueden acceder a un celular, menos a una computadora, o una tablet, sus ingresos son muy limitados, el único camino que les quedó fue postergar su educación.
El trabajo infantil es una forma de esclavitud moderna y la pandemia ha agudizado la situación de pobreza de las familias obligándolas a utilizar a todos los miembros más jóvenes, sin importar su edad, en las actividades de sobrevivencia que han tenido que emprender para hacer frente a la crisis que ya lleva dos años. Lo peor radica en que, además de trabajar a una edad en que no deberían, han tenido que dejar la escuela, lo que significa que está en riesgo absoluto su pasaporte para salir de la pobreza. Estos dos últimos años han carcomido las raíces del crecimiento que a duras penas se estaba construyendo.
La Organización Internacional del Trabajo (OIT) y Unicef dieron a conocer que por efecto de la pandemia del coronavirus, en Bolivia ingresaron al mercado laboral unos 31.000 niños, niñas y adolescentes, por supuesto que en condiciones de absoluta precariedad. Sin embargo, existe otra alarma que suena incesante, aunque no lo suficientemente fuerte para terminar con la sordera que oculta la trata de niñas y niños incrementada en esta época, sea por la falta de escuela, mayor exposición a las redes sociales o la urgencia de conseguir cualquier actividad que les genere ingresos económicos. Estas necesidades hacen que niños y adolescentes sean presa fácil para los traficantes de menores, insertándolos en trabajo esclavo o en redes de prostitución y pornografía infantil, engañándolos con falsas promesas primero y encadenándolos con amenazas después.
A la par que se lucha por terminar con la pandemia del COVID-19, hay que luchar contra estas otras pandemias tanto o más amenazantes para niñas, niños y adolescentes. Es necesario que el Estado tome medidas urgentes que protejan a los menores, que se asuman todos los recaudos de precaución y se retorne a clases presenciales. Urge que desde los gobiernos municipales se programen campañas informativas sobre el peligro de la trata y tráfico, pero sobre todo ser creativos para que el tiempo libre sea útil para niños y adolescentes.
Lucía Sauma es periodista.