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El diseño de los coches me está aburriendo

Un gerente de producto de Mercedes me dijo una vez que esperaba ver más cambios en los automóviles y en la industria automotriz en los siguientes 20 años de los que hemos visto en los últimos 75. Eso fue hace seis años y medio y, hasta el momento, sus predicciones han dado justo en el blanco. Me cuesta pensar en un negocio de consumo que esté experimentando una transformación más radical que la que están viviendo los automóviles.

La primera revolución es la electrificación. Motivada por las regulaciones ambientales y acelerada por la competencia de Tesla, el gigante de los coches eléctricos de Elon Musk, buena parte de la industria planea abandonar la tecnología que la define —el motor a base de gasolina— para decantarse hacia las baterías y los motores eléctricos.

Además, está la navegación autónoma. Aunque todavía falta mucho para ver vehículos que se manejen completamente solos, una gran cantidad de coches ya se están encargando de atender las tediosas maniobras rutinarias y evitar las catástrofes repentinas de los viajes diarios hacia y desde el trabajo. Los autos pueden frenar cuando detectan a peatones, cambiar de carril y mantener el paso de otros autos en el camino, incluso en un embotellamiento. Algunos modelos, como los que tienen el sistema Super Cruise de General Motors, ni siquiera exigen que tengas las manos en el volante.

Y, por último, en otra tendencia iniciada por Tesla, los autos se están convirtiendo en teléfonos inteligentes sobre ruedas. Vienen equipados con gigantescas pantallas táctiles y montones de cámaras, y pueden adquirir nuevas funciones por medio de actualizaciones en internet.

Con tantos cambios en curso en la industria automotriz, había tenido muchas ganas de visitar el Salón Internacional del Automóvil de Los Ángeles, uno de los más grandes del mundo. Sin embargo, al poco tiempo de llegar al piso del evento, la semana pasada, ya quería —¿cómo decirlo con delicadeza?— matarme del aburrimiento.

Tal vez al interior de los autos estén ocurriendo cambios inmensos, pero no lo podrías notar con solo verlos. Adonde fuera que volteara en la exposición, veía el mismo vehículo básico, una selección tan insípida y monótona como el pasillo de la comida congelada del supermercado.

Los amantes de los coches se han quejado durante décadas sobre la homogeneidad, pero al parecer el problema se ha vuelto extremo. La mayoría de los autos en la exposición se parecía a la mayoría de los otros en sus categorías y, debido a que los estadounidenses han convergido en una variedad muy limitada de categorías de autos, la invariabilidad se sentía opresiva y, en esencia, bastante triste. En algún momento, los autos fueron un patio de juegos para la experimentación estética, un escaparate para los diseñadores industriales más atrevidos y creativos del mundo. Ahora, de verdad son como teléfonos inteligentes: cada iPhone nuevo es tan solo una ligera evolución del anterior y pasa lo mismo con cada automóvil nuevo.

Hay muchas fuerzas que presionan a favor de la invariabilidad. Debido a los límites que imponen las regulaciones de seguridad y la aerodinámica, las automotrices han tenido poco espacio para crear diseños experimentales. La restricción más grande es lo que buscan los clientes: vehículos con interiores amplios que se conduzcan desde lo alto y den la sensación de una sala de estar o tal vez de un trono.

A menudo he escrito sobre mi relación de amor-odio con los autos. Me encantan los autos como producto; los odio como infraestructura. Me encanta observar la industria automotriz por su dinamismo, su innovación tecnológica y la manera en que ha anticipado y alterado las preferencias estéticas del público; odio la industria por la manera en que ha dominado la política y la planeación urbana, por la forma en que ha promocionado sus productos como una parte necesaria de la vida moderna.

Sin embargo, con cada año que pasa, los autos como producto ofrecen menos de qué enamorarse. Silicon Valley ahora está al volante de las innovaciones más importantes de la industria, por los avances en las baterías, las cámaras, las redes y la inteligencia artificial. Los autos están desarrollando cerebros y me da gusto. Solo me gustaría que al mismo tiempo no perdieran el corazón, el alma y la personalidad.

Farhad Manjoo es columnista de The New York Times.